“Amigos y amigas queridos. Ayer partí rumbo a otro mundo, espero que mejor. Me fui silbando bajito, siempre con alegría. Cualquier cosa me escriben. ¡Un gran abrazo!”
José León Slimobich Pogarelsky
Así que finalmente no era el apocalipsis retratado en las pinturas holandesas ni en el alma de los que temen a Dios. Era una muerte escasa y anciana, encerrada humanidad en las paredes de la ciudad ausente de toda naturaleza. No se muere así no más, sin gloria alguna, sin un velorio, alguien que en presencia dice algo que suene a vivo del que ha muerto. Sobre las tumbas recientes no florecerá la vida, sino la permanencia del contagio, la peste que sigue …
Pero nada es negativo. Al trastocar el tiempo, al eliminarse toda la actividad desarrollada por los cuerpos en el espacio y el tiempo, tropezando unos a otros, buscándose para hallar consuelo a esta capacidad de justificar la existencia, llamémoslo amor, amistad, bajeza, ganas de reír o llorar y, sobre todo, la incapacidad de comprender por qué hemos, conjuntamente, todos, hemos llegado hasta aquí.
En pocas ocasiones el tiempo se extiende libre para gran parte de la humanidad, desde todas partes a todas partes, por fin se entiende lo que es la globalización. Se cierran las puertas, quedan limitadas las circulaciones, la intimidad es sugerida, el ocio necesario y se despiertan entonces, inclinaciones que estaban guardadas en la ausencia del tiempo eterno, del suceder igual de los días, de las distintas manifestaciones de lo mismo.
Esto sucede con la pandemia: se despiertan las escrituras. Psicólogos, educadores, sexólogos, periodistas, filósofos, políticos, economistas, infectólogos, profesionales de la estadística, del humor, de la canción, de las religiones apocalípticas, de las religiones del consuelo, de las medicinas alternativas son escritores, largan su papel impreso con reflexiones profundas, con verdades de a puño, como si los papeles se hubiesen puesto a soñar ideas, como este mismo que dice Elogio de la Pandemia.
He abierto los ojos y he visto. Inútil tiempo del encuentro cuando en la soledad encuentro, entre estas paredes el destino que espera por mí, no es la algarabía del otro, en lo cual concurre el olvido. El exterior, lo que se llama la vida normal, no es más que distracción, pedido de reconocimiento, acción para mostrar la existencia de algo que se llama con un nombre y que responde cuando lo dicen.
Elogio de la Pandemia, pues no necesito de ningún otro, y solo del almacenero de la vuelta de mi casa y apenas un par de zapatos en toda mi vida, para recorrer los metros que me separan de él. El resto es respirar seguro, mientras mi olfato recorre una y otra vez el olor distintivo de lo que contagia, el enemigo humano que quiere envenenarme con su corrupción, por las vía aéreas, como un patrón que castiga a su obrero o como un dios que olvida a su devoto.
No se distingue el día de la noche, la molicie del movimiento, el orden del desorden, pues en un sitio determinado, es igual. Nadie saldrá a juzgarme, nada me acucia, solo el yo, si así lo quiero, puede no dejarme en paz. Las pocas cosas que adquieren importancia se compone de las comida del día, cantidades y calidades, gustos e innovaciones, el tiempo del cual hablamos se desliza en los fuegos y se hace en los platos distintos. Es casi absurdo aquello que sucede y esto es lo mejor, el Elogio.
Un presidente, el del país más poderoso de la tierra, sugiere tomar insecticida para curar la maldición, el petróleo se regala como una prostituta avejentada en las plazas públicas, sin nadie que quiere tomarla, más que algún adolescente sin dinero, los muertos se juntan en las fosas comunes, y nada se dice, será igual a como era. Es otra virtud en lo que sucede: cómo se renueva el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal. De un lado las muertes, la infección, los límites de lo humano, por el otro, la obediencia, el orden para que los contagios no se extiendan, al menos por ahora el prevalecer de la vida sobre la economía. Pero ya reacciona con vigor: falta dinero en sangre, que es la existencia sin el salario, porque como se sabe todos, absolutamente todos, somos proletario. ¿Acaso no lo dice así el dueño de los bancos …?» toda mi vida he trabajado, nadie me regaló nada»
Siempre el bien, el esfuerzo de los médicos, el brujo salvador, el chamán y del otro que se burla del aislamiento, el que lleva la peste donde va con total impunidad. El que dona su esfuerzo y su posibilidad material y el que hace pingües negocios con la necesidad imperiosa de sobrevivir que posee el humano, justamente porque sabe que puede querer desaparecer.
Elogio de la Pandemia, pues de ella son el taciturno, el ermitaño, el que no tiene futuro, el drogadicto, los que duermen mal, los hijos de familias desestructuradas, y los hijos de familias estructuradas que no fueron amados, los que fracasaron, los que cayeron, los que nunca subieron, los que saben que no, los ladrones, los esclavos de todo tipo, los que aún no han nacido, los que desean la muerte de los que odian y también los que se odian a sí mismos, pero cuidan su salud…. Y especialmente los escritores, que finalmente no necesitan sonreír durante el día, y tienen todo el tiempo para gozar con sus letras, sus ideas y fundamentos, para buscarle los pies al gato y también su maullidos escapando por los techos del nunca.
Se puede acusar de falta de compasión a los deudores de la pandemia, pero tienen su pequeña justificación: creen firmemente que todo esto que sucede en todo el universo conocido, a saber, la Tierra, es absoluta responsabilidad de eso que llaman el ser humano, otros el ser que habla, y otros no se sabe. Pero todas las denominaciones de ese objeto viviente llamado humanidad mata un niño cada 30 segundos por hambre…
Ahora, un interlocutor supuesto dirá que confundo las cosas y que son diferentes problemas. Esto es muy cierto: con la pandemia muero yo y no un niño confuso en una lengua extranjera. Confusión por partida doble y aún más porque cada muerte de la pandemia tiene número, pero… ¿qué número tiene aquel que no existe?
Escucho el rumor de los filósofos, los políticos, la gente culta que dice que esto que aquí se dice, en este Elogio de la Pandemia, es muy simple, que las cosas son más complejas, más confusas. Y por ello no comprende este escrito el ajedrez del mundo… que este Elogio de la Pandemia termina siendo un texto de la fe, de las buenas intenciones, de las conciencias que se lavan en el agua de la impotencia. Pero lo cierto de este Elogio es que insulta a los de siempre, los dueños de la tierra, del aire y del agua, que ejercen el odio y el deseo de muerte o más bien, que no molesten, que mueran en su lugar inferior, negros, pobres, mujeres golpeadas, mientras que denigran a los colectivos que intentan proteger, organizar y socorrer a los postergados de siempre, denigran los movimientos sociales, y a los gobernantes hechos de pueblo, que comprenden que todos, hombres y mujeres, y ricos y pobres, tienen miedo de morir, como si esperara el infierno o el peor de los castigos: desaparecer en un sin nombre.
Elogio de la Pandemia, pues el humano solo podrá llamarse a sí mismo, Elogio de la Pandemia, pues nos obliga a reflexionar sobre la injusticia y el dolor del mundo, aunque no queramos, aunque cerremos los ojos… y solo nos quedará abrazar al otro en la luz del mundo.
José León Slimobich
integrante de la revista Letrahora.
Este es un texto recogido de los archivos no publicados de José León Slimobich, en la medida en que podamos seguiremos publicando otros textos suyos y de miembros de la EAP.