Un paciente cuenta una anécdota familiar. Lo cuenta como cosa al pasar, casi una curiosidad, algo de qué reírse. Cumpleaños de su tío. Va toda la familia. Hay empanadas, hay vino. La consigna del festejo, casi por unanimidad, y de manera espontánea, es no hablar de política, ni de políticos, ni de corralito, ni nada de las cosas que amargan cualquier mesa. De repente, después de algunos vasos de vino, surge la primera canción: La marcha de San Lorenzo. Luego el entusiasmo marchoso se enlaza al sentimiento patriótico, agigantado por «Alta en el cielo», «El himno a Sarmiento» y el «Himno a la bandera». A esa altura era todo fervor. Alguien que se atreve a decir que es pro-militar. Otro que aprueba y lanza un «Viva la patria». El paciente afirma que ningún sentimiento previo enturbiaba la cuestión, es decir, nadie de su familia es de carrera militar ni nada por el estilo, sino que se afirmaban en un sentir forjado en esas canciones infantiles con las que la escuela fue transmitiendo la idea de «patria», patria argentina.
Otro paciente que se presenta padeciendo repentinos ataques de angustia, desde el mes de diciembre. Se refiere a la venta de la casa de sus padres, de lo dificil que eso había sido para él, de la coincidencia entre el mes en que se detonó su crisis y el cobro de la última cuota de la venta, repartida entre sus hermanos, pero ni mención a la crisis social que, casualmente, también estalló en ese momento. Se lo hago notar, y dice que sí, que puede ser, que justamente, en esos días, él, siendo maestro, más precisamente, profesor de una escuela secundaria, tuvo un terrible ataque de angustia cuando se le ocurrió pensar sobre qué futuro tendrían sus hijos. Sólo, recuerda, remarcándolo con el énfasis de quien siente curiosidad, se calmó cuando le comentó su angustia, y su preocupación, al «tipo de la limpieza». Como al pasar, y tratando de no ser «empático» con el profesional, – tendencia que trata de evitar a toda costa, según él, para no entorpecer el análisis -, dice que él tiene ascendencia «india», «aborigen», de Tucumán, de un abuelo por parte paterna que «tuvo algo por ahí», un «abuelo pícaro», y que cada tanto, salteando generaciones, aparece uno «medio negro» en la familia. Él siente, de su parte, una «leve tendencia al racismo» que intelectualmente rechaza de plano, pero igual se siente «diferente», es decir, superior intelectualmente, por no decir genio. Y ostenta un darwinismo social casi a modo de confesión, que jamás se atrevería a decir entre sus compañeros.
¿Acaso no encarnan, ambos casos, un fragmento del sistema de creencias que se dio en llamar «argentina», cristalizada institucionalmente en el único lugar que aún conservaba, y conserva, su función homogeneizadora sobre una población mayoritariamente inmigrante, y cuya misión asumió aún cuando el estado ya no se lo pedía, me refiero a la institución educativa? Rastros, huellas de la Argentina que no fue y que -al fin- llega a su destino latinoamericano. Que estos fragmentos de relatos que escuchamos en los consultorios dejen en ridículo la típica discusión entre un psicoanálsis «social» y otro «individual», entre «la realidad» y lo que pasa dentro de «las cuatro paredes del consultorio», como si éstas marcaran límite alguno a nivel del discurso, no debería llamarnos la atención. Lo cierto, es que se nota cada vez más crudamente que nuestra imagen, como argentinos, se hace insostenible. Fíjense la campaña arrolladora que se está llevando a cabo, especialmente desde los medios de comunicación, por revitalizar el sentimiento nacionalista, cuando hasta hace apenas unos meses eso era una berretada. Son caras de una misma moneda.
Esa imagen, reflejada en el resto de los paises latinoamericanos a través de los «chistes de argentinos», la del espécimen canchero, un poco sobrador, rápido, culto, «diferente», el europeo de América, etc, hoy se derrumba, y ése es un aspecto, profundo, de la crisis social y cultural que vivimos. Esa imagen es la que se ve conmovida desde el mes de diciembre, y es lo que se puede ubicar en los fragmentos clínicos citados antes. La patria, los milicos, la vieja idea de formar una Nación partiendo de un pueblo fragmentado en muchas nacionalidades y clases sociales. La colimba, la educación, la creación de una historia oficial, fueron instrumentos para la fundación de un «sentir nacional». Esa locura colectiva, llamada «Argentina», hoy sólo son fragmentos irrecomponibles navegando en la testa de cada uno. Esa agonía de la imagen jubilosa en la que solíamos refugiarnos como consuelo, al modo religioso, va a durar un buen tiempo, y es seguro que, entre los analistas y sus instituciones, del mismo modo que el país, esto tenga su correlato.
Es dificil creer que, en estas nuevas condiciones, aún por definir, se mantenga nuestra actual configuración política e institucional, en todos los órdenes. El problema es entender que, analizándolo a nivel del discurso, esto decanta en algo mucho menos sentimental. Pero es necesario tomar como eje el discurso, más allá del sentir, para no prolongar la agonía y facilitar la producción de una nueva realidad, que mejoren nuestra calidad de vida. Alguien se preguntará: ¿qué tiene que ver la «imagen argentina» (¿se acuerda de «la imagen argentina en el exterior» que buscó cultivar la dictadura, como clave de su política hacia el mundo, pero fundamentalmente, como espejo sobre el que reflejar la autosuficiencia del desconocimiento propio?) con uno?
Insistimos: ya no nos reconocemos como Nación, la Nación del Plata, el Granero del Mundo, la potencia siempre por venir, culta, pujante, con las cuatro estaciones y mucha tierra por poblar, con una gran clase media cuna del «material humano» más calificado de Latinoamérica, etc. El debilitamiento de estas características resaltan la estructura de anticipación que contienen estos elementos, y que constituyen la base de todas las especulaciones argentinas. Con ellas nos hemos ayudado a desconocer, o ignorar, la realidad discordante en la que cada uno está envuelto respecto de esa imagen colectiva. Hay que decirlo: el problema tampoco lo va a resolver la selección argentina en el próximo mundial.
Autor | José Luis Juresa