En Argentina, los efectos del terror de Estado marcaron y siguen marcando las prácticas sociales. Por eso una de las cuestiones urgentes a tratar en los análisis es de qué manera articulamos lo público con lo privado.
A los analistas del leer no nos convence lo que se lleva. Las terapias, aunque se piensen por izquierda, no saben lo que hacen por derecha. Políticamente correctas, sin embargo aplastan la singularidad. En la otra orilla el análisis lacaniano universitario debe enfrentar el siguiente problema: sigue la huella singular hasta el punto de contradicción público-privado: ahí, borra con el codo lo que escribe con la mano. Autoexpulsado de los asuntos públicos, muy «profesional», ex-menemista y ahora aggiornado: todo esto tiene consecuencias.
A la hora de abordar lo real, da lo mismo el análisis lacaniano puro lenguaje y cero actualidad que la terapia pura actualidad y cero lenguaje. A la mano izquierda le conviene ignorar lo que hace la mano derecha, para repartirse la torta del bien y lo bello. Cualquiera preguntaría, a esta altura, ¿no será mejor para obtener bienes trabajar, y para sublimar, en los ratos de ocio, hacer arte? Sí; hasta que se cruza un síntoma en el camino. Por eso desde Letrahora informamos al público: sus síntomas escriben algo real, legible en su palabra. No sigan hablando a las paredes. No acepten consejos psicológicos, ni jueguitos de palabras pseudolacanianos que esquivan lo real. Hay otro psicoanálisis, en Argentina y en España. En los últimos años, hemos presenciado el surgimiento de un nuevo paradigma clínico: el paradigma del leer.1 El analista lector responde, en el punto preciso donde se cruzan, en el síntoma, lo privado y lo público. Veamos si podemos probarlo con un fragmento clínico.
Una mujer enfrentada a un problema difícil: interrogar los efectos del goce obtenido en una situación de abuso sexual. Ocurre en su infancia, y lo hace público muchos años después, para resguardar del abusador a otros niños de la familia. A partir de allí, se debate entre las justas acusaciones a la familia por el silencio, el desvío de la mirada de este hecho y, por otra parte, su responsabilidad subjetiva. Y a medida que se van ordenando las cosas a nivel de lo social surgen inconvenientes respecto al ejercicio de la sexualidad. Hay contradicción entre lo público y lo privado.
Estas verdades, que suelen ser insoportables, la distancian de un hermano que deja de hablarle durante muchos años. Hasta que recibe un llamado, en el que reivindica su posición: perdonar al abusador. Mi intervención se limita a preguntar qué piensa de la coincidencia de ese llamado familiar con la ruptura del pacto de silencio de varios militares argentinos acerca de los métodos de tortura y desaparición, importados de Francia (Argelia). Le sorprende no haberlo pensado. Al hablar con el hermano sólo se le presentaba la palabra impunidad, pero sin vinculación alguna con estos hechos, a los que prestó cuidadosa atención esa misma tarde. Paso seguido, habla de ese hermano y se puede leer que habla de él no como varón sino como si fuera su hermana.2 Es por allí que se abre la vía para interrogar el goce: el despecho por el retiro del amor del padre cuando nace el varón fue simultáneo a la relación con el abusador, que pertenecía a la familia. Mientras las cosas permanecían en la oscuridad respecto a lo público, la impunidad de la familia era la hermana de su goce. Cuando el analista mostró cómo leía sus asuntos con lo que ocurría afuera, cómo se coordinaban sus asuntos con lo público, surgió una escritura singular. Una salida del circuito trágico de la contradicción público-privado. Donde se mezclaban «la loca de la familia», con el lugar otorgado por la dictadura a las Madres: «las locas de Plaza de Mayo».
El discurso analítico es el reverso del discurso de la ley. Lo absolutamente singular, inabarcable por la ley, que se puede llamar real, aparece en contrapunto con el discurso de la ley, de la verdad en el sentido jurídico. La dificultad para captar estas cuestiones es que no está claro que el capitalismo sea un discurso, un modo ordenado del lazo social. Pues en sus catástrofes reiteradas, el «emporio de la impericia» se ejercita en formas de dominio tales que lindan con la psicosis.3,4 Por ejemplo: confundir Argelia con Argentina, y en ambos casos, el honor de guerra con el horror del simple asesinato.
Autor | Pablo Garrofe
Notas:
1. Lo practican quienes escriben en Letrahora, autores del libro Lacan: la marca del leer, Anthropos, 2000.
2. La ocasión de esta lectura fue una supervisión con José L. Slimobich, lo mismo que la ubicación de un fallido como lectura en la palabra.
3. Jacques Lacan. Sobre la psicosis social, ver De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos 2, Siglo XXI, 1992.
4. Slavoj Zizek. Las metástasis del goce. Paidós, 2003.