Silencio y vínculo social

Aderes_logoHace tres años constituimos en Granada una asociación: ADERES, con la finalidad de trabajar el vínculo social. Partimos de las relaciones sociales como marco donde a través del encuentro con otros se facilita el reconocimiento de los vínculos que nos hacen humanos, es decir sujetos únicos y diferentes, con una particularidad no incluida en predicados
universales. La subjetividad se desliza fuera de la contabilidad en la que se basan las abundantes clasificaciones y estadísticas establecidas para organizar científicamente la realidad.

Nuestro objeto de estudio es el difícil equilibrio entre lo individual y lo colectivo, señalado por Freud como uno de los problemas del destino humano, impreso en la constitución de cada sujeto hablante.

Esta iniciativa surgió a partir de la clínica, de la falta de lugares donde relacionarse con otros planteada por pacientes con trastornos psíquicos y sus familias. La diferencia agrava el aislamiento propiciado por los modos actuales de vida. El discurso capitalista diluye los vínculos sociales, cierra el espacio del encuentro y la pregunta, se impone el autismo como modo de goce y el predominio de la imagen, del dar a ver, como forma de presentarse y estar en el mundo.

En la demanda-así la tomamos-planteada por pacientes y familiares escuchamos la resonancia de los modos propios de la subjetividad contemporánea, un campo propicio para el discurso analítico abierto a nuevas lecturas de las realidades humanas.

ADERES es un espacio de acogida a la diferencia para pensar e investigar con otros a partir de intereses comunes respetando las particularidades. La diferencia es la distancia entre lo normal y lo patológico, entre la marginación social y la inclusión, pero también la distancia de cada ser hablante respecto a sí mismo, entre la identidad y el desconocido que habita en cada uno de nosotros, de la extranjeridad que nos convierte en extraños: extimidad, concepto acuñado por J. Lacan para nombrar la exterioridad dentro de la intimidad, lo más próximo es también lo más lejano.

Este exterior constitutivo de la identidad hace referencia al lugar simbólico en el que cada individuo de la especie se inscribe en la cadena generacional mediante un nombre propio por el que es nombrado, significado como alguien singular, y un apellido que vincula a una genealogía. Con todo ello se transmite un conjunto de saberes resultado de los efectos del lenguaje: Antes de hablar somos hablado por otros.

La lengua precede y forma al sujeto humano distanciándolo de la condición natural. La separación de lo inmediato, efecto de lo simbólico, transforma el circuito cerrado del instinto, regulador de los ciclos vitales en las otras especies animales, en un continuo abierto a diferentes posibilidades. Este espacio de libertad respecto a la naturaleza conlleva una dependencia mayor del cachorro humano para satisfacer sus necesidades y adquirir las habilidades básicas para sobrevivir en un mundo complejo organizado por símbolos, un orden donde cada elemento cumple una función dependiendo del lugar que ocupa dentro de una serie.

El imperativo del instinto queda sustituido por otro imperativo: el del lenguaje, que se presenta de entrada como una voz, voz del Otro, de nadie en concreto, voz que recoge el dominio de la lengua como propiedad específica del ser humano.

La madre, como función, transmite la posibilidad de la palabra cuando la toma para nombrar y organiza las necesidades sin quedar confundida con la potencia absoluta, cuando se mantiene a distancia de la voz que ha tomado en el ser humano el relevo de la fuerza vital del instinto, cuando duda y se pregunta sobre ese hijo.

La presencia de ese Otro del lenguaje la encontramos al descubierto en los trastornos psicóticos, en la voz que impone una realidad tan real que no deja otra salida que el delirio,
construcciones con la pretensión de entender y apropiarse de esa voz que lo toma sin opción a la incertidumbre. Se presenta en la voz imperativa de la anorexia, mostrando la fuerza de su empuje frente a una necesidad biológica imprescindible para la vida. Persiste en el sujeto llamado normal, como insistencia que podemos detectar con más claridad en las experiencias de vergüenza y culpa.

La voz es un objeto que nunca se incorpora se asimila (Pablo Garrofe. Lacan, entre el arte y la ideología pp 50).

La separación de esa voz es la condición del habla, de la posibilidad de llegar a hablar con otros, de la comunicación. Desde esta perspectiva una hipótesis: un cierto silencio, el silencio de la voz amo, del imperativo, es necesaria para entrar en el vínculo social, un nudo donde se integran dos sujetos en una relación de discurso, entendiendo el discurso como la posibilidad de compartir sentidos comunes mediante los que entenderse. Este vínculo rompe la continuidad de la voz de dominio e introduce al sujeto en una relación de semejanza con otro sujeto mediada y constituida por el lenguaje.

La entrada en este lazo requiere recibir de otro el don de su palabra, una prueba de amor que alcanza la categoría de verdadero don si se deja tiempo y espacio para que responda aquel a quien se habla. La transmisión del lenguaje incluye una interrogación, una pregunta dirigida a quien se habla, esta pregunta expresa el reconocimiento de una distancia entre quien habla y a quien se habla como igual pero a la vez como profundamente desconocido. La distancia sostiene la tensión del vínculo social entre dos sujetos mediados por el discurso, un límite, una posibilidad.

Resumiendo, la transmisión del lenguaje dirigida desde el deseo implica el silencio en dos vertientes: 1. silencio de la voz imperativa asimilada en la palabra 2. silencio que espera una respuesta, que evoca una creencia en la singularidad de otro y un interés por escucharlo. Este silencio implica respeto a la particularidad del semejante, abre la posibilidad de continuar, de seguir hablando, porque no todo
está dicho.

Durante el periodo de funcionamiento de la asociación hemos apreciado como hacer algo con otros propicia efectos con repercusión en el vínculo social si se trabaja atendiendo a los obstáculos desde una posición de escucha y lectura tanto de la dinámica grupal, como de la posición subjetiva de cada uno de los integrantes. No sustituyen al tratamiento analítico ni lo completan, proporcionan ocasiones de apreciar situaciones y procesos que en la vida cotidiana transcurren sin detenerse en ellos. Así, hemos visto en algunos casos la dificultad de pasar de la certeza basada en la omnipotencia del pensamiento al trabajo paso a paso para conseguir el objetivo propuesto ¿Por qué hacer si solo con pensarlo ya es suficiente? Llegar a darse cuenta de la necesidad de formarse, de contar con los límites del tiempo, de contar con otros, de trabajar en función de un deseo, implica todo un recorrido que se podría resumir en: poca cosa tras tanta grandeza.

Referencias bibliográficas
P. Garrofe, Lacan entre el arte y la
ideología. Quadratta
J. Lacan, Sem
10
. La Angustia. Ed. Paidós, 2006
S. Zizek, Porque no saben lo que hacen. El goce como
un factor político. Paidos, 2003.
Autora
| Carolina Laynez Rubio