Este artículo tiene como propósito dejar constancia de la aventura, en forma de odisea, de tragedia, de pieza cómica, de alta comedia, de comedia ligera… es decir de las diversas formas de la ficción, que durante tres años ha ido desarrollando el taller de lectura de Pamplona, coordinado por J. Slimobich. La intención del grupo tiene algo de trasgresión: el grupo es tomado como hablante. El grupo habla de las contingencias de lo colectivo que no excluye lo singular. Lo importante es situar en qué punto el sujeto se identifica al grupo, sin pretender, en ningún momento, reemplazar la tarea de un psicoanálisis.
Nadie recuerda el momento preciso en que aprendió a leer, a leer libros, sin embargo eso en algún momento ocurrió. Algo similar nos ocurre a aquellos que hemos querido comenzar la aventura de aprender a leer en la palabra, de leer la escritura de lo que queda tras alambicar el goce, esa manera única que define la estructura de cada sujeto. Similar en cuanto que no es lo mismo. Por ejemplo, no recordamos el momento en que empezamos a leer libros por un proceso de profunda represión, pero el olvido de la lectura en la palabra es rechazo de lo que nunca existió, de lo que nunca estuvo, de lo que se presenta en un instante de invención. Pero en algo son lo mismo: a leer libros se aprende y a leer en la palabra también se aprende, aunque, cierto es, leyendo algunos libros; aunque lo que se aprehende va más allá de ese saber referencial, lo que se puede aprehender tiene que ver con el saber hacer. Nadie puede decir que ha aprendido a leer hasta que eso se hace.
El trabajo del Taller se puede distribuir entre el período del 2001 al 2002 en el que se produjeron una serie de escritos que fueron presentados a las Jornadas de Granada del 2003. En aquellos momentos se pudo dar cuenta de un comenzar a leer. Ahora, après coûp, se percibe mejor. Lo importante fue la elaboración de un recorrido grupal a través de las sesiones nombradas con un significante surgido en cada una. Un guión que se plasmaba en diferentes textos con el mismo argumento. El segundo período, 2002/2003, fue un momento remolón en el grupo, momento de miedo ante lo que iba surgiendo: ¿qué es esto que estamos haciendo? Momento de temblor, momento en que surge la lectura de Kierkegaard; el grupo decide pasar a leer a Kierkegaard. Se toma su obra Mi punto de vista y en las sesiones se va comentando el texto leído, lo que hace aparecer otro texto: el texto grupal, que en su conjunto, en su falta de coherencia, en su falta de sentido común, toma la manera de un texto surrealista. Rápidamente intento resumir algunos fragmentos, tomados de las transcripciones de la grabación de estas sesiones.
El desarrollo del taller, su desarrollo en el aprendizaje, toma su referencia en el texto de Kierkegaard. Su obra es una historia en desarrollo, eso que se llama la obra estética, la ética y la religiosa, pero que están dialécticamente relacionadas. En su obra estética aparecen «señales [que] daban noticia telegráfica de lo religioso». ¿Se trata del desarrollo consciente de una estrategia o es la lectura posterior de una historia, de un recorrido, donde, desde un lugar privilegiado, se pueden contemplar las señales, las marcas, las huellas? El grupo percibe que tan pronto se siente avanzar como se siente en retroceso, o no sabe dónde se encuentra y tiene que seguir sus huellas para dar cuenta del recorrido. Se intuye la lectura, pero cuando ésta se presenta se retrocede. Hay en juego un factor consciente. Este devenir en Kierkegaard está marcado por su enfrentamiento a lo que llama la Cristiandad, a la ilusión, y para poder alcanzar lo sublime es preciso desprenderse de la ilusión: «…es como un vaso vacío al que hay que llenar, o una hoja de papel en blanco sobre la que hay que escribir algo, y el caso de un hombre que se halla bajo una ilusión de la que es antes preciso librarle». Vaciamiento de sentido. ¿Cómo librarnos de la búsqueda del sentido, para poder acceder al «verdadero sentido», al sentido real del texto en la palabra? El obstáculo es importante y la lectura en el grupo es pudor. Pudor o temor a decir cosas locas, sin sentido. Temor a alejarse de Dios, del eterno consuelo, al encuentro con la castración. Éste sería el sentido: el sentido religioso. Pero a la ilusión, dice Kierkegaard, no se le puede atacar de frente, se le ataca por detrás, con eso que llama el engaño, como la «aplicación de un líquido cáustico [que pone de manifiesto] un texto que está escondido bajo otro texto». De esa manera se puede entender su estrategia en la enseñanza, su desarrollo dialéctico para alcanzar lo Absoluto, el estadio religioso, porque él nos dice que se había dado cuenta de que no podía ser religioso sólo hasta cierto punto. Esto llama fuertemente la atención del grupo: hasta cierto punto. ¿Se puede ser algo hasta cierto punto? ¿Se puede leer hasta cierto punto? Lo que se trabaja es que la lectura no es hasta cierto punto, se lee en un punto cierto. En Kierkegaard el límite estaría en la idea de Dios, es decir, una idea sin límite. En la lectura no hay límite, pero pone un límite, acota el significante, el desvarío significante que tiende a lo absoluto. Efecto de conmoción y calma.
Temor a leer porque al leer soy leído y si abro mi boca para leer en el texto del otro, abro mi texto para que pueda ser también leído. Dice J. Slimobich en la introducción al libro “Lacan: la marca del leer”: «Esto nos introduce a un temor, a un miedo íntimo, que alguien se apodere de lo que no sabemos de nosotros mismos, que nos conduzca, en esa revelación, al sitio oscuro, a desplegar nuestra suerte secreta, tal como un objeto en las manos de un dios».1 Cuando alguien abre su texto, teme ser excluido del grupo. Leo en el texto del otro y lo excluyo. Como si la operación de leer se convirtiera, de alguna manera, en un asunto de debilidad en el otro, que muestra su falta y de esta manera se le pueda excluir. Se trata, y éste es el trabajo del grupo, que la palabra circule sin exclusión, es decir, con un criterio inclusivo. La lectura no es una lectura despiadada.
La lectura puede ser ofensiva y en ese sentido el grupo trabaja la cuestión de una lectura sin pudor pero con matices. El matiz que civiliza la lectura. Todo no se puede decir y algunas cosas no se pueden decir directamente sin provocar daño, y no es de eso de lo que se trata. No puedo hacer pública mi relación con Dios, nos dice Kierkegaard. Todo no lo puede decir, aparece como un velo de pudor. Y es cierto, de eso no nos habla.
Esto, de manera muy resumida, es una parte del trabajo realizado por este Taller de lectura que en el momento actual se encuentra abocado a la posibilidad de la plasmación en la práctica de un aprendizaje, porque nunca esto se tomó como un hobby. La raíz de este trabajo está en el cuestionamiento, desde el discurso analítico, del capitalismo en la actualidad, es decir que la práctica que se busca es una práctica en lo social, en los vínculos.
El grupo está en la posibilidad de ocupar el lugar de lector. Al menos de experimentar con esto. ¿Quién hace? ¿Cómo se hace? El obstáculo planea con la forma del Padre que nos debe proteger de un futuro sin ilusión.
Cosas de las que nos cuesta desprendernos y eso nos vuelve a recordar a Kierkegaard: «He necesitado a Dios por ser débil (…) sin Dios soy demasiado fuerte para mí mismo». Ante ese desgarramiento del ser existencial, la lectura del sujeto escindido surge como una posibilidad de discurso, como una posibilidad de vida en relación al otro de la palabra.
Autor | Emilio Puchol Hernández
Nota:
1.- Slimobich, José L., en la Introducción de Lacan: la marca del leer (Ed. Anthropos), pág. 8-9.