Debemos recordar, para comenzar el relato de la experiencia, el discurso desde el que situamos nuestro trabajo: el discurso analítico, y el sujeto que de él se desprende. Hablar del sujeto es situar estrictamente que es un producto colectivo. No hay sujeto individual. Cuando el individuo habla un sujeto lo atraviesa y determina. No hay ninguna idea del lenguaje por fuera de lo social, y lo que llamamos lectura son las soluciones que se leen en el grupo, que surgen del trabajo colectivo. O sea sucesivas lecturas que son propuestas como elementos surgidos de la misma elaboración grupal.
En las reuniones que tenemos desde abril de 2005 las mujeres comienzan a dialogar a partir de sus dificultades, y también de los logros en las actividades que desarrolla la organización a la que pertenecen. Nuestro punto de vista -es lo que ha sido planteado- es que si las mujeres no toman la palabra está perdida toda posibilidad de transformación social. En los sucesivos encuentros quedó claro que ellas trabajan pero que son los hombres quienes llevan adelante la palabra. Esto, curiosamente, va contra los propios principios de los movimientos sociales.
La primera dificultad que plantean es la que tienen para hablar en las asambleas, en lugares públicos. Nos cuentan que no se animan, que temen salir mal paradas. Esto no sólo sucede en las asambleas, sino también en otros sitios; y no en cualquiera, sino donde lo que les preocupa es si hablan bien o mal. Les preocupa cómo van a quedar. Nos cuentan que, cuando toman la palabra, las manos transpiran, y eso -se proponen- tienen que perderlo si quieren aspirar a algo mejor. Esto que aparece en el grupo no es exclusivo de estas mujeres, y muchos de los que escuchan esto pueden reconocerlo como propio. Este es un elemento primero de lectura que se puede ubicar. Se ubica como primer elemento: el problema no parece estar estrictamente en las palabras porque, de hecho, todo esto nos lo dicen hablando -nos cuentan estas cuestiones-, sino más bien «en la mirada». Si me miran, cómo me miran, cómo quedo; así, tener o no buena oratoria tiene que ver con la mirada. Las manos no transpiran por las palabras, ni estrictamente porque estas mujeres que nos hablan no tengan nada para decirnos, sino porque quedan pendientes de cómo van a ser vistas por el otro, pendientes de la mirada. El grupo presenta -y por esto planteábamos que la solución viene del grupo mismo- una alternativa que es situada en la siguiente lectura: «Se puede empezar preguntando». Eso da la posibilidad de aprender de otros. Si uno no sabe, puede aprender del otro. Es también un modo de vencer la vergüenza porque cuando no se habla o no se pregunta es porque se tiene cierto temor al ridículo. O sea que, como primer punto, la imagen está presente. Y un modo de entrar en la palabra -ésta es la solución que proponen- es preguntando. «Preguntar» es un elemento que se lee en las palabras del grupo y que muestra cómo el grupo encuentra respuestas a lo que se plantea como dificultad. Es un primer momento, inicial, de encuentro con el grupo de mujeres.
El paso siguiente es que una vez que se entra en la palabra es necesario aislar qué se va a hacer con esas palabras. El grupo plantea un movimiento que es la necesidad de hablar de lo que pasa en casa. Las dificultades con los maridos, que se presentan en ese momento por ir ellas al Comedor de la organización política a trabajar. Las mujeres son mayoría en el Comedor; los hombres se quedan en la casa, se repliegan y esto trae algunas dificultades, lo cual hace que en el diálogo las mujeres presenten a los hombres como desconfiados. Les da cierta desconfianza -esto nos relatan- la presencia de ellas en el comedor. Se propone una lectura -quizás estas lecturas se anticipen a lo que queremos llegar- que es el término «celos». Esto puede parecer una cuestión psicológica pero sin embargo no lo es, porque la organización no es psicológica: es una organización política que implica una manera de pensar y hacer las cosas. Entonces se propone «celos»; esto es tomado por el grupo, y éste sigue hablando: «¿cómo llevar a los hombres al Comedor?». Queda ubicado que no se trata de una cuestión estrictamente de amor, que en estos celos no se juega una cuestión de amor de pareja sino que tiene que ver con otro modo del amor: un amor a algo que aparece como una causa, una lucha; algo más fuerte.
Y el término «política» a partir de ese momento queda interrogado. Se hace presente y claro en el grupo este término, el cual aparece primero como lo que no se entiende -cosa curiosa, porque hacen política, pero se dice que no se entiende. La política se presenta en principio casi como una guerra entre los sexos, una política plegada a un modo determinado del amor. Lo que «la política» trae es: antes los maridos hablaban por ellas; ahora son los líderes del movimiento quienes hablan por ellas. Y, en cierto modo, aceptan que pase lo mismo. En ese sentido a la política -es lo que se va ubicando en el diálogo- la siguen haciendo los hombres. Las mujeres trabajan, pero hablar, de alguna manera, hablan los hombres. Y esto hace que a la vez las mujeres los presenten como egoístas, como machistas, queriendo dominar. Y que si de dominar se trata, en lugar de los hombres, más y mejor lo podrían hacer las mujeres. Por eso lo ubicamos como una guerra de los sexos. Pero el problema es que si antes mandaban los hombres y ahora mandan las mujeres la función que cumple la palabra es repetir exactamente lo mismo: o sea la misma política. Este elemento, que subrayamos, se propone al grupo para su elaboración. Se propone, además, darle la posibilidad a la palabra para cambiar, de alguna manera, el disco: que tanto hombres como mujeres se encuentran divididos y muchas veces sin saber qué hacer. Y es cierto que las mujeres han sido sometidas por el sistema capitalista, pero también es cierto que los hombres han sido explotados -aparece también en el relato-: que se les paga mal, que están aislados, que están resentidos. Ante esta posibilidad, entonces, el grupo retoma que la lucha que lleva es por la libertad, por una libertad determinada, y que no es la lucha entre hombres y mujeres sino una lucha por una política diferente a la establecida, una respuesta política fuera del juego de los términos amorosos. Porque el modo del amor de pareja es también una de las políticas posibles que están presentes, pero que hace obstáculo. Y esto las mujeres lo dejan muy claro en el Taller, en el grupo que llevamos adelante, y es el hecho de que vienen a hablar de lo que sucede en el Comedor: vienen para trabajar los problemas de la organización, de lo que hace obstáculo a su trabajo. Y en ese punto es cierto que no es lo mismo el amor a un esposo, el amor a una pareja, que el amor a algo que se presenta más allá. No es lo mismo que ellas les planteen a sus maridos que van al Comedor para sobrevivir a que les digan que van al Comedor porque ayudándose se ayudan unos a otros. No es una cuestión amorosa.
Ellas mismas se plantean comprender que además de trabajadoras son líderes sociales, y en tanto tales no es posible ceder las palabras al que «habla bien», a los que hablan lindo. Porque a la vez que se presenta en el debate del grupo y se ofrece bajo la lectura, «la política la hacen los otros» no es una posición que nos convenga. Es un segundo elemento de lectura que también ordena una política, un modo de pensar la política, un modo en que el término «política» se hace presente; la política la hacen los otros: los políticos que son políticos con nombre y apellido, los políticos que salen en la tele, los políticos que son artistas -esto dicho en tiempo de elecciones-, los políticos que son los políticos de siempre, los que aparecen como corruptos. En relación a ellos, entonces, la política termina siendo obligatoriamente una mala palabra. La política se la dejamos a los otros porque es una mala palabra. Y es a partir de situar estos elementos que aparece la interrogación por aquello que haría el grupo. Si los otros hacen política, ¿qué hace el grupo? Así, podríamos considerar no regalar la palabra política.
¿Y que es la política? ¿Qué es lo diferente y que el grupo nombra como «nuestra política», esa que se asocia a lo que el grupo dice? Es necesario subrayar que cuando se habla de verdad, con razón, en un sentido de solidaridad, se dice bien. No es necesario hablar «bonito». Cuando se habla desde una posición solidaria, de respeto al otro, de cuidado al otro, indefectiblemente se dice bien. Éste es el punto que remarcamos: no ceder en las palabras. Si cedemos las palabras, cedemos las cosas, y si cedemos la palabra política corremos el riesgo de que al quedar sin la palabra no podamos decir lo que hacemos. Lo primero que roba el capitalismo son las palabras. Y en su andar, en su elaboración, el grupo muestra que ningún gobernante, ningún político de los que están en el poder da nada. Que es tan necesario arrancarles a los otros lo que necesitamos como arrancarles la palabra «política».
Hay entonces -y esto es lo que queda ordenado- diferentes políticas, porque hay diferentes intereses. De este modo el grupo ubica la política «de los otros», que es para los otros; y «nuestra política», que no olvida que hay necesidad de lucha; una política que el grupo llama «social», y es con la que dice continuar adelante. Así, los relatos de las mujeres indican que seguirán levantando las banderas de esa política.
Ellas no pierden los vicios y dicen que es porque son más inteligentes que los hombres que llevarán esta tarea adelante. Y nosotros no dudamos de su fuerza. De hecho en nuestro país han sido las mujeres las que salieron al frente: las Madres de Plaza de Mayo, que salieron contra la dictadura; las mujeres que son mayoría en las organizaciones sociales actualmente, y sin duda la participación de las mujeres es fundamental en la política que parece barrial, pero que aprieta convocando a plantear otro modelo de país. Y es que tienen algo entre las manos muy urgente y muy importante: se juega el futuro de nuestros hijos.
En este momento el grupo subraya que para hablar es necesario escuchar y que se puede gritar pero que, en ocasiones es necesario hablar bajo. La política que se discute escribe en el centro del debate: «el tema es la educación». Ya que no habrá cambio social si no hay un cambio en la educación. En esto estamos metidos.
Autora | Fabiana Grinberg