Qué decir cuando las llamas del dolor todavía siguen prendidas. Qué decir cuando todavía hay muertos sin nombre, cuando todavía los heridos se recuperan en los hospitales, cuando nos emocionan los testimonios de la solidaridad vivida.
¿Cómo nombrar lo sucedido? ¿Tragedia?, ¿horror?, ¿masacre? Quizás no encontremos la palabra que alcance a nombrar de manera suficiente lo allí sucedido. Es difícil sustraerse al dolor, al horror, pero sin embargo es preciso no quedar sin voz y sin palabras.
¿Qué podemos decir de ese tipo de violencia carente de toda racionalidad o pensamiento? Es la violencia desatada, el goce desencadenado, el cuerpo despedazado de la supuesta civilización, asesinato y muerte, que muestra sin duda la estructura, a cielo abierto, en la que se encuentra el sujeto cuando habita lo real y toda intermediación simbólica ha desfallecido. Supone el atravesamiento de un borde, de esa frontera que, como dice Lacan, cuando se atraviesa lo que hay es aniquilación y muerte, sin retorno.
La integridad, cualquier forma de integrismo, ya sea religioso, político o social, puesto que lo íntegro, lo integral no incluye ni la falta, ni la diferencia, siempre conduce a lo peor: al odio, a la intolerancia, a las formas más crueles de dominio sobre el otro. Asimismo las palabras íntegras son el intento de adueñarse de ese Otro del lenguaje, de esa exterioridad constituyente y constitutiva del sujeto que hace que el hombre sea un extranjero de la vida.
Como señala G. Steiner, el hombre es huésped de la vida, no dueño de la vida, de la misma manera que uno no es dueño del lenguaje.
No es fácil estar llamado a ser huésped de la vida. El atavismo territorial puede llevar muchas veces a la brutalidad. Atavismo territorial que también lo encontramos en los pequeños quehaceres legales de lo cotidiano y que puede llevar a lo peor: al odio, a la intolerancia, a la humillación del otro, cada vez que ese otro, ese próximo, muestra la diferencia en sus modos de hacer, en sus hábitos, o en sus costumbres…
El 11M segó brutalmente la vida de algunos; el azar quiso que para otros no fuera ése su destino. Pero para todos algo cambió. «El terror», el nombre del sujeto actual, hasta entonces denegado en el «a mí no me va a pasar», se muestra a cara descubierta: «podría haber sido yo». Para todos y cada uno se hizo presente el tren de la muerte.
Pero también puso a cara descubierta la mentira y el engaño consciente, la manipulación de la información, la codicia y el ansia de poder de un gobierno prepotente, e íntegro, en que la palabra y el diálogo estaban censurados.
Y la gente decidió. No quiso seguir alimentando este tipo poder. Quizás la gente no sepa mucho de política pero sí sabe de las grandes verdades humanas: del odio, de la mentira, del dolor, del amor… Quizás el desvío de ese destino, al cual nos veíamos abocados, sirva para encontrar otro modo de decir.
Autora | Regina González