Fragmento del libro Psicoanálisis: los nuevos signos, de Pedro Muerza y José Luis Juresa. Ed. Atuel
El paradigma del leer en psicoanálisis
Fragmento del libro Psicoanálisis: los nuevos signos, de Pedro Muerza y José Luis Juresa. Ed. Atuel
El paradigma del leer dice así: “Hay una escritura en la palabra solo si hay lector”. Dicho paradigma enuncia que hay una escritura hablante que se puede leer bajo determinadas condiciones que a su vez determinan la posición del analista como “lector”.
Este libro no pretende presentar un desarrollo exhaustivo de dicho paradigma que viene siendo trabajado por distintos psicoanalistas y que han generado distintas publicaciones, tanto de libros como de revistas.[1] Este paradigma es lo que nos lleva a trabajar aquí, en uno de los puntos de este capítulo en el que se ubica la diferencia entre la interpretación y la lectura analítica, el concepto de desapropiación y sus relaciones con la ética del psicoanálisis.
Para comenzar vamos a señalar qué diferencia hay entre lectura e interpretación en el campo del psicoanálisis.
La principal diferencia es que ambas sitúan distintos lugares. El lugar de la interpretación no es el mismo que el de la lectura.
Esquemáticamente podemos decir que frente al par asociación libre- interpretación podemos diferenciar texto narrativo- lectura, -si bien se trata de una narración que conlleva el cuerpo- sin que esto signifique que propugnemos un modo unívoco de interpretación o de lectura.
Nos parece, sin embargo, que es interesante ir abandonando el término «interpretación» porque se ha gastado en la serie de sentidos que ha ido incorporando y sedimentando, tales como: saber que sustenta la comprensión, la interpretación como alteración de texto, como «descubrimiento» de un texto oculto debajo de otro texto, como subalternancia de textos al infinito, etc. Y, sobre todo, porque no permite ubicar con precisión la posición del analista tal como se desprende de los últimos seminarios de Lacan.
La lectura, como término, como denominación de una operación de descifrado, se trata de la operación analítica que Freud formalizó con “La interpretación de los sueños”, trazando las coordenadas de una lectura cuyo tipo se sostiene en un discurso que Jacques Lacan más tarde también formalizó, por la operación de ese mismo leer. Por ese rasgo, intentamos continuar. Freud parte del carácter escrito del saber inconsciente: en los sueños, en los síntomas, en la angustia, en el amor… el inconsciente escribe. Pero ese saber textual no es previo, no preexiste al acto de leerlo. Esta conjunción entre palabra y escritura, en acto en el habla, es a lo que Freud llamó inconsciente. Ella supone un lugar de lector.
Leer es un término más “pasivo”, más acorde a la posición del analista en el sentido de no intervencionismo. La lectura no altera el texto de la sesión; si bien se sirve de la palabra, eso dicho no se altera porque lo que se lee no está en lo dicho, sino que surge de él como no dicho, silente, inaudible y el analista al hacer la mostración, la presentación de esa lectura, es como si le dijese al analizante, «esto es lo que no se escucha de todo lo que dices» tal como lo ha resaltado uno de nosotros. [2]
Una vez realizada la lectura, el analizante, apenas la ha escuchado, va asociando algo de tal manera que la va llevando hacia el puerto, llamémosle ideológico en el sentido amplio, de sus ideas o representaciones y, en ese sentido, es el analizante el que asocia, crea nuevos sentidos, reorganiza los antiguos, por esa lectura, a partir de esa lectura.
En general, cuando alguien interpreta algo lo que hace es proponer un sentido determinado a lo que escucha. Ahora bien, la interpretación analítica, por muy genial que al analista le parezca, puede quedar sin efectos al no ser escuchada. En este sentido es el analizante el que escucha pero si no la escucha es porque de algún modo no le interesa. Podemos poner un ejemplo: el sonido es. Alguien escucha un sonido no muy conocido y empieza a tratar de sacar a qué se parece o qué es, y empieza a hacer variaciones en torno a la interpretación de ese sonido. En ese sentido, la lectura es como la nota, la clave, si se quiere, de lo que luego se va a “interpretar”. La lectura se transforma en la clave de la música interpretativa.
Lo reiteramos: eso que se lee no es lo que se interpreta. Se lee. Lee y muestra su leer. Se trata de una mostración de una escritura (no alfabética), no de una demostración, escritura que se presenta en el momento de leerse. Por la lectura esta tomado tanto el analista como el analizante, por eso es el homólogo de la castración, y muestra al analista también castrado. La lectura “sorprende” también al analista, ambos, analizante y analista, miran asombrados lo que se escribe. Esta sorpresa es un corte en el sentido del discurso en el que el sujeto se adormece, se desvanece, marcando la pulsación de su reaparición al despertar de lo real, lo que orienta el deseo. En ese punto, podemos decir que el “cuadro” de la vida comienza a pintarse desde ese punto de partida, para luego volver a adormecerse en la realidad interpretativa, hasta que de nuevo algo de esa realidad “se hunde” en el agujero de lo real. A esto suele llamárselo “inspiración”. Son los desgarros en la tela de lo simbólico que implican la violencia de la lectura en la palabra, como más adelante veremos.
Hay una gran diferencia en pensar que en el texto que nos presenta el analizante hay algo oculto que habría que descubrir que pensar que lo que se puede leer esta “en otra parte”. La interpretación trata de descubrir el sentido oculto del texto mientras que el lector- en una posición de incauto- se deja sorprender por la llegada de la letra y ese escrito le rebasa, opuesta a la interpretación que va del analista hacia el texto. Esta operación es posible porque la letra que marca la posición del analista es un lugar vacío. El analista suspende sus juicios, sus opiniones, su saber. Posición de incauto de dejarse “engañar”, sorprender por la aparición de otro espacio, de una verdad bajo la forma de ficción simbólica. Contraria a esta posición sería la del cínico que “sólo cree en lo que ve” perdiéndose lo verdaderamente importante, la forma en que la ficción estructura nuestra experiencia de la realidad.
En una sesión la lectura se puede producir a partir de que lo que el paciente habla. Eso que habla es «el texto» de la sesión, que en parámetros de sujeto el yo desconoce. La dificultad es cómo situar al sujeto, en tanto éste equivale a la introducción de una escritura, es decir, que no está en el campo de la palabra, no se puede escuchar. Es en la intersección entre palabra y escritura en que el sujeto adviene como de «otro lugar», de otra cadena.
Alguna de las cuestiones que venimos tratando las podemos visualizar en un fragmento clínico.
Fragmento clínico: recibo a una mujer, abuela, que comenta que se casó enamorada de su marido y la cantidad de desaires, desprecios, intromisiones que ha recibido, unas veces por parte de su suegra (por ej. te has casado para ser la esclava de tu marido o no puedes tener otro hijo). Otras veces del propio marido y que todo eso ha sufrido en silencio, sin decir nada, sin rencor ni queja y como en los últimos años ha sufrido en la salud operaciones, dolores, desgarros, ha deseado morir etc. Es una mujer que ayuda a los pobres sin esperar nada a cambio, generosa, dispuesta a ayudar a sus hijos y nietos.
Le señalo, con todo respeto, que parece que va encaminada hacia la santidad.
Y me dice: espere que le cuente el final y es por lo que ha venido a consultarme: que no puede dejar de robar cosas en las tiendas, ella que siempre ha sido generosa y se ha privado de cosas para repartirlas, para hacer caridad.
Se lee entonces que ella, como sujeto es el buen ladrón.
Ella iba, recorría el camino del Gólgota, iba como Cristo con la cruz a morir en ella, se salía de lo humano y este síntoma le ha hecho desviarse un poco, hacerse de nuevo humana y aparecer en la cruz de al lado, la del buen ladrón.
Todo lo que venía diciendo se ordena así con este sentido real, sentido real como limite a lo real (lo imposible), ella es el buen ladrón.
Lo importante es cómo se ha presentado esa escritura: se ha presentado desconexionada del Otro, se ha presentado porque con el ojo no hemos llenado la significación, nuestra escucha y nuestra mirada “se han distraído” lo suficiente para que el vacío arme una hiancia ahí, no hemos intentado entender y eso se ha presentado a nuestro entendimiento. No es sujeto calculado de la interpretación, es el sujeto hallado en el anudamiento de la escritura con el Otro.
Lacan considera que esa localización del sujeto es siempre posible, ¿por qué? Por lo que estamos viendo, aparece desconexionado del Otro, esta fuera del espacio y del tiempo. Por ej. “el buen ladrón” esta fuera del espacio y del tiempo con respecto al decir del analizante.
Introducir el sujeto es introducir el vacío, es introducir la estructura de la escritura y ahí aprendemos de los artistas, por ejemplo del escultor vasco Jorge Oteiza, que del vacío extrae una escultura. No es que Oteiza dice éste el vacío como si fuese una sustancia, es en torno a ese vacío de dónde saca la escritura, saca la lectura de sus obras y las formas de su trabajo.[3] Mantener el vacío por fuera de la sustancia quiere decir fundamentalmente dos cosas: una, utilizarlo conceptualmente como el elemento que descompleta sistemáticamente el todo y tener en cuenta, el carácter creador, generador del vacío. [4]
¿Que ha hablado ahí cuando se lee? al introducir en un discurso al sujeto se introduce el vacío, “el blanco” por el cual la escritura se va a perfilar, el lugar donde la escritura va a aparecer. Es a la mostración de esa escritura que llamamos lectura.
Por eso, en la lectura vemos que el analista más que enseñar, aprende, calla, aguarda, no interviene; más que actitud positiva de su parte, se trata de una actitud inhibida y pasiva.
¿Qué diferenciaría una interpretación de una lectura en relación al problema del pensamiento?
Quedaría del lado del campo de la interpretación el pensamiento llamado «reflexivo». El campo de lo reflexivo, convoca a cierta «interioridad» sobre la que se reflexiona. Esa interioridad en la que suele precipitarse el analista en busca de algún sentido y que no tardará en obtener. En ese sentido hay «violencia» de la interpretación, porque no deja de forzar el texto.
La interpretación, desde este punto de vista, sería la tentación del analista, lo cual no es lo mismo que su deseo. El deseo del analista es otra cosa.
En los sueños fundamentales que analiza Freud, sus propios sueños, muestra, además, claramente que no hay ninguna interioridad a la que apelar en lo que se llama «interpretación». Más bien las cosas se presentan en una superficie, que en este caso es la «pantalla» del sueño, nada más acá ni más allá, espacialmente hablando. Freud directamente lee, y se le presenta en los sueños lugares en donde simplemente lee sin ninguna reflexión interpretativa. («Trimetilamina», «se ruega cerrar los ojos», «Hella», sueño donde en un telegrama se lee: Venecia, Vía, Villa, Casa Secerno, por ejemplo).
Decíamos tentación del analista en tanto el analista se convierta en una máquina de interpretar. Leer es una ocasión, algo que se presenta en una discontinuidad, además de venir como algo irreflexivo, «de afuera», incluso ligado a lo que se puede considerar como intuitivo.
En cierto modo la psicosis nos lo ejemplifica. Schreber no tiene tiempo de interpretar, y todo su delirio es una reconstrucción interpretativa de algo que se le impone como viniendo «de afuera» sin ninguna reflexividad ni interpretación de por medio. Schreber trata de reconstruir un semblante, una «apariencia», en el sentido de una pantalla; no nos referimos a las convenciones sociales que, escandalosamente, desatiende una y otra vez, porque todo lo que “se le viene” se le presenta como «de afuera», es un pensamiento que no es «propio», o que de tal manera no puede reconocer. La diferencia con la neurosis en relación a una lectura comunicada por un analista, es que ese «afuera», ese «no reconocido» que más bien se presenta como no teniendo nada que ver con lo que se viene diciendo, aunque es efecto de discurso, (que tampoco tiene nada que ver con lo que efectivamente es dicho por quién habla), es finalmente reconocido y absorbido como una «interioridad», es decir, puede ser interpretado, «bueno, esto es por esto y aquello, o me recuerda aquello o aquello otro». En la psicosis se presenta como una exterioridad masiva, que tiene que ver con una lógica discursiva (sino, fijémonos en cómo Freud descubre su propia teoría en el delirio de Schreber) pero sin mediación individual, casi como si él, Schreber, no existiera, salvo como médium.[5] Esta es la estructura de la lectura, de lo que llamamos «lectura» en su radicalidad. La lectura nos acerca, nos aproxima a la psicosis en ese sentido, a cierta claridad de develamiento de una verdad no reconocida que tiene que ver con lo real, con la diferencia de que en la neurosis ese «agujero» de la pantalla discursiva es reabsorbido en la interpretación, y en la psicosis paranoica es difícil, requiere de un esfuerzo inmenso, porque allí hay una falla en el lazo de la interpretación a la marca. [6]
Una última diferencia la planteamos en torno al tiempo y a la historia.
Ese “lector” en que se convierte el analista cuando lee en la palabra del analizante una escritura cuya ocasión es simultánea a la de su lectura, presenta una temporalidad particular.
Es la temporalidad del instante- tal como Lacan la planteó en relación a la apertura-cierre del inconsciente, pulsación – más que la del desarrollo histórico que admite reinterpretaciones sucesivas que funden historia sobre historia conservando sus restos en una suerte de intención de continuidad, como si el tiempo fuese solo relato (por lo cual toda interpretación iría en el sentido de la ilusión de tal continuidad y de “cierre” histórico). Así, a la luz del paradigma del leer, la interpretación quedaría para la dimensión histórica.
La lectura, en cuya temporalidad no cabe historia alguna, sería lo que “hace historia”, el acontecimiento al que se anudan las cadenas de palabras, de modo que para el analista queda “la desapropiación”-condición de posibilidad para la lectura-a la vez sostén de la posición desde la que, en cada encuentro de análisis, “se hace” la historia del sujeto, no como maravilla, sino como ocasión de lo singular y de lo inolvidable, eso a lo que debería acercarse el psicoanálisis, si se lo considera como una práctica ética.
Quizás en relación a lo anterior se pueda decir que la lectura introduce un “ritmo”, un ritmo que rompe con “la historia”, obligando a reducirla, a hacerla más sencilla e incluso a poetizarla, ritmo con el que la escritura en el habla tiene ocasión de existir. Si lo expresamos en términos musicales, sería como un ritmo que no encaja en ninguna continuidad melódica, no hace compás, ni respeta ninguna expectativa de realización ni de “redondez” compositiva, un ritmo que se podría decir “anti musical”.
Se puede decir que la interpretación equivale a la historia, es lo que se reescribe cada vez que un dato nuevo viene a componerse en esa reescritura obligada por la aparición de ese dato. Ese dato que surge, novedoso y cuya aparición obliga a una recomposición de la historia conocida (podemos decir “la versión anterior”), sea porque ese “dato” nuevo convierte en polvo todas las suposiciones anteriores, o sea porque las hipótesis que se erigían en base a la información “disponible” son a partir de ese momento, de ese acontecimiento, inviables.
Entendemos que el sujeto más que capacidad de memoria tiene “capacidad de marca”. Esa capacidad de marca indica que hay un límite a la interpretación, es el límite que impone la marca. No se puede interpretar cualquier cosa. Nos parece que es análogo a lo que ocurre en el campo musical: la interpretación de una pieza musical, por un lado tiene el límite de la partitura pero por otro lleva el límite de lo que esa música suscita en el interpretante a nivel de la marca, es decir, de cómo esa música entra en resonancia con lo que lo determina en tanto sujeto, al intérprete. Esto quiere decir que hay música que “lo capta” y otra que no, música que “lo lee” y otra que no. La literatura nos propicia otro ejemplo, quizá más claro. Hay libros que nos interesan, en tanto su lectura nos conmueve y otros que no, que no sucede nada con ellos. Al decir de Roland Barthes, hay alguno libros cuya lectura nos impone ese «levantar la cabeza», esa pausa de reflexión, ese respiro para proseguir con el mismo entusiasmo, ese libro «nos lee», entra en resonancia con nosotros y así lo «interpretamos», con ese límite, el límite de las marcas en el cuerpo y que además, «hacen» cuerpo, e incluso, el libro mismo «cobra cuerpo» a través del lector.
Por ahora resaltamos que la lectura del analista precipita un sujeto en “otra historia”, reubicando su posición en cuanto al tiempo presente, pasado y futuro, y reordenando asimismo la memoria, ya que lo que vendrá a ella no será los mismo que estaba en la disposición significante anterior, al producirse un vínculo asociativo que no estaba antes. La lectura del analista al introducir un sujeto bajo el modo de “un aquí, en este momento” demuestra que el sujeto no queda ceñido ni al espacio ni al tiempo del Otro.
Sobre la temporalidad del instante de la escritura en la palabra y “lo ocasional” de la lectura (que no se puede repetir, es única etc.) encontramos algo que puede ilustrar ese instante.
Se trata de un fragmento de un reportaje al cineasta iraní Kiarostami en donde habla de la fotografía.
–Roland Barthes escribió: “lo que la fotografía puede ofrecernos infinitamente sucedió solo una vez” ¿esa frase se aplica a la foto del paisaje?
-Estoy totalmente de acuerdo con Barthes. Solo la fotografía puede ofrecernos ese lujo de registrar para la eternidad los momentos únicos que no duran sino un instante. Una vez fotografié un árbol inmenso que se encontraba entre dos colinas. El negativo de esa foto se rayó en el laboratorio. Dos días más tarde fui a fotografiar el mismo árbol en el mismo momento, con el mismo objetivo y desde el mismo eje. Comparé las dos fotos. No se parecían en nada. Se puede fotografiar el mismo paisaje varias veces seguidas. La fotos pueden ser todas bellas pero jamás serán parecidas. ¿Heraclito no decía que jamás nos bañamos dos veces en el mismo río? El río nunca más será el mismo, y uno también ha cambiado. Una vez filmé dos veces la misma escena bajo las mismas condiciones y obtuve dos resultados diferentes. Vd. no me va a creer, pero parecía que los árboles expresaban dos sentimientos diferentes”.
La violencia de la interpretación o el desgarro de la lectura
¿Es pertinente ligar violencia a interpretación?
Esta es una pregunta que ha estado presente desde el comienzo de nuestro intercambio, que posibilitó que se fuesen generando una serie de reflexiones, respuestas y matizaciones que ahora podemos presentar.
Resulta evidente la violencia en juego tal como se produce en la interpretación de saber, muy común en el discurso corriente: “lo que te pasa es…”, quiere decir que yo tengo un saber independiente a lo que dices que trato de que lo aceptes, es más, que trato de imponértelo y por eso la respuesta siempre es de enojo porque es no respetar lo que uno ha dicho. Se trata así de una hermenéutica donde hay imperialismo de la palabra y el sentido con el que se pretende taponar, cerrar aun a costa de la subjetividad de quien la recibe.
Se puede argumentar que la interpretación analítica huye del sentido. Sin embargo, se puede pensar que la interpretación del tipo: “Vd. hace con esto como con tal cosa” se basa en la homología, la similitud, la semejanza, la conexión( esto que Vd. dice tiene que ver con aquello otro que dijo antes) y es en definitiva darle un significado determinado a un elemento, es decir que en la interpretación se toman unas palabras y se le dice al analizante que esas palabras no son, que el sentido que él dice no es sino que es otro sentido que el analista le propone, en definitiva hay ahí una traducción de un sentido a otro sentido; esa traducción se ha hecho siguiendo unas leyes, la ley del significante por ej. se ha podido operar con una traducción a nivel del significante, pared por padre al ser pared el anagrama de padre es decir que el analizante empieza hablando de la pared y por la brecha del significante se abre otro espacio, continúa hablando del padre o, como decimos, un significante determinado se ha interpretado de una manera y se ha hecho una traducción.
Ahora bien, en algunos casos en los que la interpretación no es del saber, porque portan en sí la escritura (alfabética), si bien están dichas como palabras, no se tiene la menor conciencia de ello, y en relación a otro contexto, funcionan como escrituras. No es algo que no esté dicho como la palabra, está contenida en una palabra, suena como tal. Por ejemplo, alguien dice en una sesión «Es una de las pocas personas que me encontró la vuelta» «Encontró la vuelta» es un modismo argentino o porteño que quiere decir «me conoce bien y sabe cómo tratarme». Pero en esa frase se escribe «Es una de las pocas personas que me controla» «Controla» está dicha, pero no como palabra, aunque no está enteramente muda. Se enuncia como parte de otras palabras. Ésta es una de las variantes que ocurren frecuentemente en la clínica. Aquí no hay que «armar» nada, es decir, no es un juego de palabras, (como el famoso «hermano» convertido en «arma en mano» o viceversa) sino que «controla» está inscrito en la frase como si estuviera resaltado en negritas…
Entonces esto qué es, ¿interpretación o lectura? Es una pregunta que se repite en la clínica.
En este caso parece ser una escritura significante entendiendo por tal la que debe ser escrita para constatar que lo que se permuta no se escribe del mismo modo en que es oído. Es la escritura de los juegos homofónicos (sexo, seso), homonímicos (vino como bebida y como tercera persona singular del verbo) etc., escritura diferente a la escritura en la palabra que conlleva la escritura significante, que no la deja de lado. Una retórica post-Lacan acentuó el rasgo de la escritura significante.
En la escritura en la palabra (que no es escritura alfabética) apuntamos a ese otro efecto del significante que es la sustancia gozante; el sujeto goza de lo real. Lo real, lo imposible. Lo imposible marca que es imposible la anulación de la división irreductible en el ser que habla, la duplicidad textual que da lugar a lo que habla en el habla.
Sin embargo, en este caso (me encontró la vuelta) no hay permutaciones de letras ni de lugares, en todo caso es equívoco homofónico que depende de la ortografía, es simple subrayado de palabra dentro de una frase. Y en verdad, no se extrae nada, porque esa palabra «resalta» de la frase sin que haya que forzarla a salir. Creemos que la principal característica de la lectura/escritura en el habla es ésta, que la lectura «viene» del texto, no hay que arrancarla ni imponerla ni inyectarla, como si estuviera viva. Esa letra viva es la que se localiza articulada al acto de leer en la palabra. Este ejemplo es especial para plantear este borde en el que la escritura significante se «confunde» con la escritura en la palabra, se homologa.
Incluso cabe preguntarse, a propósito de esto, que cuando se dice que esa escritura no está en la palabra del que dice, ¿nos referimos a que no está para quién? Porque para quien lo dice, la palabra «controla» contenida en la frase «encontró la vuelta», no está en lo que dice, y solo puede reconocerla cuando se le comunica; sin embargo, para quien lo escucha, en este caso el analista, sí está, lee otro sentido que había pasado desapercibido, con efecto sobre el goce.
Ahora bien, también podemos precisar que en la lectura también se produce una clase de violencia. Decimos que hay desgarradura que se abre en la palabra para dar paso a la escritura, y sólo de ese desgarro la escritura se efectúa, por lo tanto en la lectura la función del analista efectúa una violencia que no es la suya sino del texto, tomando por tal lo dicho por el analizante, su decir. Siempre hay esa violencia del desgarro entre palabra y escritura, pero no de la imposición. A ésta imposición de sentido es a la que nos referimos como violencia de la interpretación, propia de la hermenéutica.
En la lectura se sale de la hermenéutica porque no se trata de saber sino de verdad, la lectura muestra una verdad que no nos pertenece, que no es poesía, el sujeto “se mueve” aposentado en el lugar de la verdad en un instante y adquiere no sólo una forma de texto escrito sino que también puede mostrarse en imágenes, en lugares, que toma un elemento que se hace universal, en el silencio.
El analista lee, el analizante crea.
Ya hemos dicho que la interpretación es un sentido propuesto. Ahora bien, el analizante ¿escucha la interpretación? Del mismo modo que se puede decir, en el campo de la mirada y la visión que alguien ve pero se puede preguntar ¿qué mira? Aquí aparece lo mismo, alguien oye, pero ¿qué escucha?
Vayamos a lo más sencillo. Alguien escucha lo que le interesa escuchar, se dice comúnmente. O sea, que un analista puede hacer una interpretación genial de la historia y no ser «escuchada» por el analizante. Entonces, eso que le «interesa», -y lo decimos en el sentido de lo que atraviesa, agujerea – ¿qué es? Significa que la interpretación ya está en él, se anticipa. Y aquí está “el meollo”. Ya no se puede hablar de interpretación, pues se trata de lo que no se escucha, porque eso que “le interesa” ni el que interpreta sabe bien qué es pues separado del habla en tanto “lo que es dicho”.
Supongamos que eso “separado” es la escritura hablante, el objeto de la lectura. Entonces eso que se lee no es lo que se interpreta. ¿El analista o lee o interpreta? [7] Lee y comunica su leer. Pero si al analizante esa lectura le es verdadera, entonces sí, lo escucha.[8] Eso que interesa, que atraviesa, precisa del agujero del que sale la lectura, que en ese preciso instante, se hace invención, invención poética, en el permanente gesto de la palabra, que es el de buscar ir más allá de sí misma en cuanto a su sentido. A ese sentido poético, esa invención que surge de la lengua, lo llamamos “sentido real”. De eso se nutre la vida.
Es el vacío que posibilita el movimiento deseante.[9]
Entonces, primera hipótesis sobre la violencia de la interpretación: la interpretación se vuelca sobre ese vacío, no lo preserva, lo llena. La interpretación en sí, más allá de los considerandos que se puedan hacer sobre los tipos de interpretación, tiende a “llenar”, haciéndose gota que tiende a desbordar el vaso.
Habrá un momento en que el sujeto en análisis ya no interprete más, o no interprete de más, porque interpretar es pensar. Como quien dice en análisis: «me quedé pensando en lo que me dijo la vez pasada» ¿eso qué significa? Significa que se quedó interpretando, es decir, se quedó «armonizando» con «la clave» que le proporcionó su análisis bajo el modo de una lectura.
Claro que el sujeto tiene que aprender a sostener ese vacío, por eso dosificar la angustia, «interpretarla», es producir el vacío que recupere la distancia al objeto en falta. La política del psicoanálisis es una política de conservación de ese vacío.
El amor se funda en el vacío. Se habla del temor que despierta el vacío que sucede a la pérdida del objeto amado.
Hacer el amor es hacer el vacío.
Pero sucede que el delirio interpretativo que se vuelca en el vacío en que se funda el amor, va transformando el amor en odio. Basta para eso observar el vuelco de ambivalencia en el paranoico, de amor a odio, suscitándose de esa forma una violencia interpretativa que no deja lugar al otro, hasta destruirlo como un modo de remedar ese vacío, de reconstituirlo, y a veces el modo es el de la destrucción, confundiendo vacío con ausencia, «ausentando» las cosas y las personas, como si eso fuera hacer el vacío.
El analista lee y se hace allí un vacío con el que el analizante comienza a modelar, a desplazar asociando, tiende puentes que no estaban, se crean nuevos sentidos, se destruyen otros, surge algo nuevo que antes no estaba y así la vida se intrinca con el poema, y la lengua se inventa, se reinventa. Pero esto no sucede porque el analista diga cosas bellas, no es porque sea un artista, no es el poeta; comparte con el artista un hacer, el leer, pero «la obra» está de parte del analizante. A decir verdad se puede decir que no es producción ni creación de nadie sino que es creación del lenguaje, don del lenguaje y en ese sentido es un texto, una “obra” sin autor, el autor pasa a segundo plano.[10] Ahora bien, ese elemento de exterioridad proveniente del lenguaje, el analizante, al reconocerlo, hace que pase a una “interioridad” y el analizante tenga la sensación de que es suyo, sentir que se lo apropia y así poder poner su firma.
Tenemos la siguiente distribución de los lugares: el inconsciente interpreta, el analista lee, el analizante “crea”.
La lectura y la política del psicoanálisis.
El psicoanálisis plantea una política de conservación del vacío, a diferencia de la religión que si bien toma en consideración este vacío- damos ese sentido que proviene de la etimología, del latín respectus- a lo que Lacan dice respetar ese vacío- lo recubre con el sentido universal y unificante de dios y en ese lugar, también la tecnociencia y el mercado produce los fetiches con los que el hombre se consuela de la desgarradura del ser en la que nace el sujeto, pues nacer, es el problema. Toda violencia se ejerce contra lo que nace o puede nacer, o es inminente que nazca. Pero hablamos del sujeto, es decir, de más allá del individuo, con lo que toda violencia apunta a ese más allá, que traspasa al individuo como categoría del mercado capitalista. Por eso constatamos que la violencia dirigida, que no efecto de la desgarradura de la palabra se ejerce contra lo transindividual por estructura.
Pero, he aquí una contradicción: decíamos que el psicoanálisis tiene una política de conservación, conserva el vacío. La paradoja es que para eso no necesita de ninguna violencia, porque hace con el vacío mientras que el sentido hay que inyectarlo (a presión) para que se quede allí, rellenando el vacío que se articula a la existencia del sujeto del sujeto (que es efecto del significante).
Esta es la posición del analista lector. Y también es comprensible que Nerón esté tocando la lira mientras incendia Roma. Esto es interesante de tenerlo en cuenta, porque el análisis, en un primer momento, promueve ese “delirio interpretativo” (le ponemos comillas puesto que también puede ocurrir que la entrada en análisis desencadene una psicosis delirante) en el paciente, es el paciente el que interpreta, toma su lira y toca mientras ve incendiarse su Roma, la capital de su imperio, esa apertura de las puertas del infierno del que se cuelan llamaradas no sería otra cosa que un vuelco masivo a la interpretación por parte del paciente. (Reconocemos que lo de Roma parece un poco excesivo respecto a lo que se escucha en los análisis, más bien el tono de un fueguito menor, como el de una barbacoa de filete).
[1] Slimobich, Muerza, Lévy, Pastrana y otros. El leer en el habla. Buenos Aires. Altamira.2000. Slimobich, González, Laynez, Reoyo, Grinberg, Alonzo. Lacan: la marca del leer, Barcelona, Anthropos 2002. Slimobich, Cruz, Duro, Lévy, Lacan: amor y deseo en la civilización del odio, Granada, Universidad de Granada, 2004. Garrofe Pablo, Lacan, entre el arte y la ideología. Buenos Aires, Quadratta. 2004. Muerza, Pastrana, Reoyo, González, Belzunegui, La violencia sobre la mujer. Pamplona, Eunate, 2005. Igualmente pueden considerarse los trabajos publicados en la revista Letrahora, Publicación Internacional de Psicoanálisis en la Cultura.
[2] José Luis Juresa. La voz del texto. Inédito.
[3] Jorge Oteiza (1908-2003). Es, quizás, el primero en conceptualizar el vacío como la materia prima de la escultura. Sus esculturas son hechas con el vacío y en el vacío. Su trayectoria se puede trazar como un recorrido que parte del cubismo, pasando por el constructivismo ruso para llegar a su proposición del vacío metafísico. Este consiste en el acto activo de desocupación de la masa. En el texto “Propósito experimental 1956-1957” fundamenta los principios teóricos de su obra. Dice que la liberación de la energía se genera por “fusión de unidades livianas esto es dinámicas y abiertas y no por la desocupación física de una masa”. La esfera se convierte en unidad formal desocupada y el cubo en una caja abierta. El concepto de desocupación cambia radicalmente. “La presencia de una ausencia formal” propicia el reconocimiento del Espíritu que se “desoculta”.
Su “propósito experimental” le llevó a reducir la materia a una delgada lamina de metal soldado, lo mínimo posible para dar sentido al vacío que modula. Las láminas son los vínculos para incorporar el espacio a sus esculturas. Por esto que en el desarrollo de sus obras habla de desocupación. Reflexionando sobre el vacío realiza sus obras dedicada a la desocupación de la esfera y Cajas vacías (referidas al cubo) en las que el objeto queda casi desmaterializado a favor de un espacio que él entendía como metafísico y espiritual, el vacío como construcción simbólica y espiritual (que proviene de relacionar de relacionar este vacío con el de los cromlechs de la prehistoria vasca).
Oteiza al concluir este proyecto experimental abandonó la escultura para desarrollar la poesía, la arquitectura, la filosofía y filología. Oteiza fue un hombre comprometido con la cultura de su tiempo con una actitud crítica respecto a la función del arte y de los artistas en la actualidad.
[4] José Slimobich en Lacan: amor y deseo en la civilización del odio, pág. 17.
[5] Aquí se nos platea un punto a investigar y desarrollar en relación al analista como “médium”; este lugar que en la historia lo han ocupado las mujeres que por su intuición, adivinación, en definitiva por su saber no racional-rechazado por la ciencia- han sido tratadas como brujas etc. Ese lugar de exterioridad que aparece en Schreber nos hace pensar que, una vez más, el psicoanálisis puede aprender de la psicosis y que el término médium no habría por qué cederlo al esoterismo.
[6] Aquí es necesario citar algo del caso Schreber. En el delirio de Schreber lo que aquí llamamos “marca” tiene que ver con lo que resta de la operación paterna. Esto significa que el padre de Schreber estaba imposibilitado de hacer operar tal función. Parece que recurría en confundir la represión educativa con algún tipo de inserción en el lazo social. Sabemos que el padre de Schreber se había hecho su fama por haber inventado un sistema un sistema de educación, los jardines de Schreber. “Había hecho un sistema de pedagogía universal” (Deleuze). “Lo que se verá como importante es que Schreber padre inventa un sistema pedagógico de valor universal que no gravita sobre su pequeño, sino mundialmente: el Pangimnasticón. El padre no aporta una función estructural, sino un sistema político” (Deleuze). Derrames. Entre el capitalismo y la esquizofrenia. Ed. Cactus)
O sea que Schreber hijo es el resto de esa aplicación universal, que borra con toda subjetividad deseante. No hay marca de deseo en Schreber, y el gesto del padre no va dirigido a él, sino al mundo. Su hijo es parte de ese ensayo.
[7] Lacan, la marca del leer es el título de este libro. ¿Qué es aquello que marca Lacan…? Nuestra respuesta es: Lacan marca el leer en la palabra, como herencia de lo que antes (y aun desgraciadamente todavía) se llamó interpretación. El lugar del interpretador pasa a ser el inconsciente, que produce, según Freud, interpretación. Por decirlo de otro modo, el que habla ya carga con la interpretación.
[8] El yo no se interesa por la verdad pero sí el sujeto en tanto le corresponde interesarse por la lógica del discurso. La lógica en tanto localización de lo real lleva al sujeto, letra del discurso, a situarse en relación a la verdad, lugar de discurso.
[9] Una paciente que por poco se ausentaba de su sesión, comienza diciendo que no tenía ganas de venir y dice además que no tiene nada para decir, sin embargo habla y también dice: “tengo ganas de vacío” ¿Qué quiere decir? Que ella casi se ausenta de su sesión pero descubrió que ausentarse no es lo mismo que tener ganas de vacío.
“Tener ganas de vacío” hace a la función del deseo.
[10] Nos aproximamos al concepto de “obra” en el sentido estético con el que Heidegger trabaja el concepto en El origen de la obra de arte. En el capítulo “Estética y vida” trabajamos este punto. El texto sin autor es una teoría de M. Foucault.