Violencia de Buenos Aires

lh6tapa_220Una faceta de la violencia cotidiana vivida con la inocencia. Cuando nos toca de cerca, parece nuestra.

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V
oy a Villa Gesell de vacaciones y llevo mi computadora portátil para trabajar el diseño de un libro. Llego por la tarde al complejo El Viejo Caniche donde alquilé un departamento. La dueña me entrega las llaves, bajo mis valijas, acomodo los libros, me baño y salgo a cenar con mi novio. Después regreso con él al departamento para mostrarle el proyecto del libro. Entusiasmada, abro la puerta. Está todo desordenado. Me robaron. Buscamos a la dueña; toco timbre. Nadie contesta. Vamos a la comisaría; hago la denuncia y dos policías nos acompañan hasta el lugar. Recién ahora aparece la dueña. Los policías revisan el lugar y confirman el robo. Guardo dentro de una sábana lo que queda: una malla, un paquete de yerba, un pulóver y un libro. Me voy a dormir a la casa de mi novio. Al día siguiente me acerco al lugar a rescindir el contrato pensando recuperar parte del alquiler, volver a Buenos Aires y terminar el trabajo. La dueña se niega a devolver el dinero. Que agradezca que de ahí no me descuenta el televisor que se robaron, me dice. Finalizo el trato resignada a perder todo y con la frase de la dueña que me dice a cara de perro Usted no sabe cuidar sus cosas. Paso el momento con un nudo en la garganta: la impotencia, la humillación. Pero tengo que resolver lo que queda: enviar a la aseguradora de mi computadora la denuncia para iniciar los trámites del seguro.

2

L
lego a Buenos Aires. Pongo en marcha el trabajo y esa noche llamo a una amiga para salir a cenar. Tomo un taxi, la paso a buscar por su casa en Villa Crespo. Vamos caminando hasta un restaurante donde reservamos mesa. Mientras esperamos en el local le pido que me acompañe a comprar cigarrillos. Volvemos del kiosco y metros antes de llegar al restaurante nos agarran de atrás, nos traban, nos tapan la boca y forcejean las carteras. Pierdo de vista a mi amiga, intento cederle la cartera al hombre que me tiene sujetada, pero me arrastra con un arma en el estómago.

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D
e noche otra vez declarando en una comisaría. Otra vez. ¿Seré yo? Pienso si tendrá razón la dueña de la posada de Villa Gesell, que no sabré cuidar mis cosas.
Al día siguiente recibo un telegrama: la aseguradora me informa que por la cláusula Nº 25/932 no cubre la computadora portátil que me robaron. Un mes después el agente asegurador me comunica que no me pagarán el seguro porque la denuncia había sido efectuada por hurto y no por robo; que tendría que haber ampliado la declaración.

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Esa noche prendo el televisor para ver las noticias. Veo en primer plano una puerta color amarillo con una pintada: Aquí vive una judía. No la queremos en el barrio. Reconozco la puerta: es de la casa de una amiga que termina de superar un cáncer.

Autora | Carolina Marcucc

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