El trabajo apunta a exponer tres cuestiones vinculadas. La primera: la declinación de la intuición femenina; la segunda: el pasaje de la mujer del discurso histérico al dialecto obsesivo; y la tercera: una observación sobre la inscripción del hombre en el discurso histérico. Razones de espacio llevarán a extender el primer punto; y como se verá quedarán otros conceptos por desarrollar.
La declinación de la intuición femenina es un hecho constatable en el tiempo. Tanto en la literatura como en la vida cotidiana y en el sentido común aparecía este término, intuición femenina, de una manera fuerte, que le otorga a la palabra de la mujer, a su captación, a su percepción, una manera de enfrentarse a la realidad absolutamente diferente a lo masculino y a la que se daba el nombre de intuición.
Constatamos que este término intuición femenina desaparece misteriosamente de la literatura, de la vida cotidiana, del lenguaje común. Es evidente que cuando se utiliza el término intuición y antes de preguntarnos por su desaparición -al menos en lo que se refiere a la intuición femenina- debemos interrogar este concepto presente en las distintas teorías que intentan explicar los hechos y las causas. Ya que la intuición femenina aparecía como un hecho singular e individual que iba directamente a la cosa en sí, que penetraba en un punto de objeto, o como lo señala Bergson: «es aquel tipo de simpatía intelectual por medio de la cual uno es transportado hacia el interior de un objeto para coincidir con lo que éste tiene de único y por consiguiente de inefable».(1) La intuición, en ese sentido, para Bergson no es otra cosa que una forma altamente desarrollada del instinto superior a la razón en cuanto esta última se expresa de un modo hipotético. Así el ejemplo que lo muestra: la intuición puede afirmar decididamente q, mientras que la razón sólo se atreve a afirmar q a condición de p, es decir, si p entonces q.
Esta ventaja de la intuición sobre la razón es atribuida a la mujer, y quizá se fundamenten de esa manera ciertos elementos considerados propios de la histeria, con exasperación de una cierta inteligencia intuitiva.
Este término intuición nos es útil para reflexionar sobre el hecho de que la intuición se presenta como una certeza evidente, o como lo describe Bergson: «la intuición es el instinto que se ha hecho desinteresado y consciente de sí mismo, puede reflejar en sus objetos y es capaz de ampliarlo ilimitadamente».(2)
La intuición, pues, no busca otra cosa que una certeza elevada al rango de ciencia, y que intenta alcanzar la evidencia del pensamiento. Estos elementos que son fundamentos de la búsqueda científica, sin embargo, no permiten que se produzca de ninguna manera en nombre del sentido común. Ese sentido común es el que aparece posteriormente a ese efecto de certeza, de captación luminosa, de captación certera de un elemento que permanece aún en las sombras.
Hemos llegado al punto de conectar la intuición femenina con ciertos conceptos bien conocidos de intuición, y podemos señalar a qué se debe el efecto, entonces, de la declinación de la intuición femenina tal como se puede constatar. Lo más evidente para poder interrogar esta declinación es el desarrollo que abrió las puertas de la ciencia, especialmente de la ciencia contemporánea, al hacerse cargo las matemáticas y la lógica de elementos que permanecían efectivamente entre las sombras. Y que estos elementos demostraron que la intuición como tal era parte de las divergencias generales, de los múltiples universos, de las vías alternativas, en las diferentes leyes que prueban lo insoluble de lo que el sentido común guardaba como misterio en el interior y que, a la vez, comienza a ser palpable para el rostro contemporáneo.
Es verdad también que la declinación de la intuición femenina sucede con los nuevos modos de trazar la escritura. Si modificamos por un instante el término de intuición y le proponemos -y de hecho es el nuevo elemento que propongo- para hacer visible este elemento de la intuición femenina es: la mujer, lo femenino, tenía a su cargo un leer en la palabra que de ningún modo se especifica por ser parte de una escritura concebida en un modo del sentido común. Una escritura fuera de la división clásica de la palabra atribuida a lo fónico y una escritura atribuida a la letra escrita. Es evidente que las mujeres en la intuición mostraron y abrieron la puerta para comprender que en la palabra hay una escritura, que no necesita ni tinta ni papel. Si sustituimos intuición por leer, respecto a esta escritura, logramos captar algo que está en juego más rico en posibilidades que el hecho de atribuir esto a una especie de esencia, o de «nous», o de «pneuma» griego.
Este efecto de lectura la mujer lo ejercía en los tiempos en que este concepto de escritura no era llevado al plano de las teorizaciones como actualmente está siendo conducido. Pero no solamente a esto es atribuible la declinación de la intuición femenina, sino al hecho de que no encontró para la certeza de esa intuición otra cosa que la reedición de una teoría de la personalidad. Es decir, la atribución de esa certeza a una autorreferencia en tanto que la mujer manejaba los elementos que le brindaba su entorno, en tanto la captación de esa escritura era posible, si era conducida hacia el yo. De este modo ese leer una escritura invisible le permitió a la mujer cuestionar los argumentos con los cuales se expresaba la sinrazón del amo, y de ese modo el discurso histérico, fiado en principio a la mujer, dio lugar a esa respuesta inédita que es la de Freud. Recordemos que el padre del psicoanálisis en el sueño fundador de «La inyección de Irma» escribe: «Leo: trimetilamina». El acto de leer en el interior del sueño es el desplazamiento del leer como término intuitivo a un discurso.
En un momento determinado la mujer abandona esta intuición tal como en cierto momento de la historia se han abandonado otros elementos, como nos recuerda F. Engels en «El origen de la familia, la propiedad y el Estado», y que luego retomaremos.
El elemento coadyuvante para el abandono de la intuición han sido los desarrollos fabulosos de la ciencia y de la técnica; y en ese camino de la transformación de lo social bajo el modo de lo universal la mujer cambia su lugar pasando de un discurso que la privilegiaba en cierto punto de interrogación al amo a una cierta coalescencia con ese discurso. Efectivamente, la mujer ubicada en el discurso histérico deja de interrogar al amo, deja de cuestionar al amo, más bien para emprender el camino de su liberación tal como lo plantea la liberación femenina, el camino de su libertad. Implica, por lo tanto, aunque no se quiera aceptar esto fácilmente, tomar el discurso que antes era el del opresor. Es así como la mujer toma el dialecto obsesivo, que era el modo en que el amo, por sus argumentaciones, justificaba la irracionalidad de su acción. El amo, ubicado en el nivel de un S1, no tenía porqué justificar con otra cosa que con su propia palabra, podemos decir, la fe en los argumentos de sus acciones. La mujer toma ese camino y por eso podemos hablar de que se coadyuva lo que hace par con la declinación de la intuición femenina en el pasaje de las mujeres, de una manera más o menos aceptada, a lo que podemos llamar el recurso obsesivo o el dialecto obsesivo.
Esto es apenas un breve resumen de la complejidad, la trama de lo que tratamos. El pasaje del discurso histérico a su dialecto obsesivo hace que hombres y mujeres se emparenten, ya que junto con la declinación de la intuición femenina se observa la imposibilidad de los hombres de hacerse cargo de las funciones atribuidas antes al padre, fenómeno contemporáneo, que hace constatable, junto a la declinación de la intuición femenina, la declinación de la función paterna.
Asimismo vemos actualmente, como tercer punto, la inscripción del hombre al discurso histérico. Llega el momento de plantear la divergencia respecto a lo que fue tomado hasta ahora como intuición. En realidad -ésta es mi hipótesis- la mujer habitó un modo singular del leer esa escritura, modo del leer al cual podemos, también, darle el nombre de intuición.
Podemos, por ejemplo, interrogar el conocimiento intuitivo que ofrece Spinoza. Este conocimiento es de índole lógico-matemática. La intuición aparece, para Spinoza, en la solución del problema siguiente: «Dados tres enteros, hallar un cuarto que sea al tercero, lo que el segundo es al primero»(3). Esta operación es tan rápida para cualquier persona que se presenta como un destello de intuición. Esto se nos hace válido para pensar que este estilo de intuición capta muy bien la función del doble. Mario Bunge lo sitúa, quizá, sin saber lo que dice puesto que ignora que este concepto de doble ha sido aprehendido por el psicoanálisis, al cual este autor rechaza por considerarlo fuera del campo de la ciencia. La relación que aprehendemos, según Bunge, es el doble de.
Ese doble, función introducida por Freud respecto al fantasma, respecto a lo siniestro, tiene un amplio desarrollo, convirtiéndose en un fundamento. Lo que captamos en ese doble de es la duplicación original, en la cual el ser que habla está comprometido. Recordamos que este concepto de duplicación original es fundamento en la obra de M. Heidegger.
Ahora bien, cuando hablamos de intuición, cuando hablamos de duplicación original, cuando hablamos de doble desde el punto de vista de Spinoza, cuando nos referimos a este elemento misterioso que se dividiría entre intuición y razón, quizá ganaríamos una clarificación si aceptamos que se trata de la duplicación original e irreductible en el ser que habla entre palabra y escrito. Palabra y escritura que se ponen en juego en un leer que se apartaría, como antes dijimos, del canon tradicional, del sentido común, y que sin embargo no es menos común a todos.
Es evidente que las teorías del texto, las teorías del leer, nos ponen frente al camino, cada vez, del interrogar de qué se trata ese leer, si es que aceptamos que allí donde se dice intuición en realidad acontece un acto que podemos llamar leer. Si ponemos esta idea entre comillas es porque todavía no podemos atrevernos a colocar este leer de una manera franca y sencilla, ya que no es franca ni sencilla. Es evidente que es más fácil dar este concepto de un golpe, a saber: que la duplicación original en la que el ser que habla está inmerso se debe a que su palabra está vinculada a una escritura que desconoce y que lo desconoce. Este efecto, que no es otra cosa que darle una propiedad simbólica -simbólico en el sentido fuerte, en el sentido de la esencia del lenguaje- al ser que habla, es mostrar en qué punto es desconocido, en qué punto es inerme para sí mismo, ya que esa escritura que captaría en el otro no le es posible captarla en sí mismo; no hay un sí mismo para la captación de esa escritura. Esta escritura que podemos nombrar de muchos modos: como escritura dicente, escritura «c’escritur» como la nombra J. Lacan(4), nos permite, si sustituimos intuición por leer, en definitiva, dilucidar que ese atributo de la mujer, esa potencia oculta y misteriosa de la mujer llamada intuición, era la posibilidad de leer esa escritura. Leer, en lo que un texto presenta como palabra, otra cosa de lo que la palabra dice, radicalmente, no teniendo nada que ver aquello que se dice con aquello que se escribe. Entre escritura y palabra sólo en ocasiones hay pequeños destellos, pequeños contactos, zonas que son divergentes en el pensamiento, si es que lo hacemos pasar por esta duplicación original. Es a estos pequeños destellos, pequeños contactos, a lo que llamamos intuición.
Retomando el texto de Mario Bunge «Intuición y razón», lo más acertado en este punto de la intuición femenina parece ser cuando plantea que la cuestión de la intuitividad carece de sentido, y se pregunta si hay algún tribunal último para decidir qué concepto es inherentemente más intuitivo, y cito: «o la cuestión misma carece de sentido y la intuitividad es relativa al sujeto y su experiencia»(5). Es más importante, para nosotros, esto último, esta intuitividad relativa al sujeto y su experiencia, pues es justamente lo que queremos mostrar, a saber, que el leer que se plantearía en el lugar donde dice intuición es un leer propio a la mujer que se refiere a la cuestión del sujeto, en definitiva una cuestión de la subjetividad.
Ahora bien, no hay de ninguna manera un elemento llamado sujeto, tal como lo concibe y lo piensa el psicoanálisis, en todo el desarrollo de «La intuición y la razón». Una entrada del sujeto cuida la contingencia como marca de lo singular en lo universal. Se muestra, más que en la aparición de teorías, en la desaparición subrepticia de ciertos elementos, tal como vemos que ha sucedido con la intuición femenina.
Tenemos quizá en la historia -no bajo el modo de verdad histórica, ya que carece de importancia, y sólo lo tomamos como una ficción que porta un real hacia nosotros- un ejemplo similar en el libro «El origen de la familia, la propiedad y el Estado», que antes hemos mencionado. Allí se nos muestra lo que F. Engels llama «la revolución más importante en la historia del hombre, aquella que se realizó sin disparar un solo tiro». Es el momento, en un apretado resumen, donde en la antigüedad se disuelve el matrimonio de grupos y la mujer cede la propiedad de sus hijos al clan paterno, fijando así al hombre a la estabilidad y a la producción. Pero la causa que produce este movimiento, lo describe Engels de una manera magistral y enigmática, es «el derecho a la castidad de la mujer», citamos. ¿Qué puede querer decir el derecho a la castidad? Sólo podemos decir algo: es una cuestión inherente al concepto de goce y no parece casual que sean K. Marx y F. Engels quienes porten esta pregunta hasta nosotros en tanto creadores del concepto de plusvalía. Así vemos la pluralidad de elementos que se movieron alrededor de la declinación y desaparición del «derecho materno». Y es por esto que queda en consonancia con ese otro efecto de desaparición de lo que se dio en llamar la intuición femenina. Quedan aún por desarrollar las interrogaciones pertenecientes a una escritura apropiada a ese leer que la mujer cedió a un nuevo discurso: el del analista.
- Referencias bibliográficas
1. Bergson, Henry. Introduction à la métaphysique. En Revue de la métaphysique et de morale, XI, 1903, pág. 4.2. Bergson, Henry. L’évolution créatrice, 1907, Presses Universitaires de France, 1948, pág. 178.
3. Bunge, Mario. Intuición y razón, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1996, pág. 22.
4. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 11: Los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Epílogo. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1988.5. Bunge, Mario. Op. cit., p. 38.
Autor | José L. Slimobich