La agresividad y el semejante. La lectura como límite.

videojuegosQuiero agradecer a José Slimobich y al Instituto de Psicoanálisis de Pamplona presentar este trabajo en estas terceras Jornadas Hispanoamericanas de Psicoanálisis.

U
n trabajo sobre algunos puntos del texto freudiano «El malestar en la cultura», en el marco de formación que venimos realizando en Buenos Aires con el psicoanalista José Slimobich y en relación al paradigma que él ha formulado: «Cuando se habla el inconsciente escribe, si hay lector para esa escritura».
El analista lee esa escritura del inconsciente, pero esta lectura se anuda y sostiene en lo que se desprende de la formalización del discurso analítico: una ética. Algunos puntos de «El malestar en la cultura»: Freud allí afirma que el sujeto aspira a la felicidad y devela, a la vez, la imposibilidad estructural de alcanzar dicha meta. Desde allí queda interrogada la posición de analista, ya que lo que se le demanda es la felicidad, o sea, el «bien»; y el «bien» es uno de los puntos centrales interrogados por la ética del psicoanálisis. Por otra parte, el bien queda anudado al vínculo con el semejante, al vínculo entre los que hablan. ¿Por qué no podemos alcanzar la felicidad? ¿Por qué el programa del principio del placer es irrealizable? Todo el orden del universo se le opone, dice Freud. Ahora, universo no hay otro que el de las palabras. Lenguaje, campo exterior en donde el sujeto se constituye, quedando inevitablemente por esto prendido al Otro… Y ese vínculo inevitable al otro es la causa de todo sufrimiento; «destino ineludible», nos va a decir Freud. Otro semejante al que debo amar como a mi mismo. Mandamiento del amor al prójimo cuyo secreto Freud y Lacan develan: La maldad y el crimen en el centro de lo humano.

P
ara trabajar lo hasta aquí planteado del texto freudiano, he tomado algunos elementos de textos de J. Lacan: «El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», «La agresividad en psicoanálisis», «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente Freudiano» y el «Seminario 7. La ética del psicoanálisis». Cito a Freud en «El malestar en la cultura»: «El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se lo atacara, sino, por el contrario, es un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo». «…La existencia de tales tendencias agresivas, que podemos percibir en nosotros mismos, y cuya existencia suponemos con toda razón en el prójimo, es el factor que perturba nuestra relación con los semejantes». Podemos ver en este párrafo asomar una dialéctica que es la del «Tú o yo». Lacan encuentra el fundamento de esto en la constitución del sujeto a nivel de la imagen, situado en el «estadio del espejo». En este nivel ¿qué es el semejante? Es ese otro similar sobre cuya imagen nos hemos constituido como «yo». ¿Qué es allí el espejo? El lugar donde se ve anticipadamente una imagen unitaria y total de lo que se es: puro fragmento. Hacia esa imagen que organiza y estructura se dirige el sujeto; va hacia allí. Pero ¿a dónde va? Va a eso que no tiene. Esa totalidad ofrecida por la imagen también muestra la fragmentación, en tanto ese espejo es allí función de límite, función de borde. Borde que va a poner a ese otro que devuelve la completud de la imagen como faltante. En este sentido la aprehensión de la imagen implica una pérdida. Lacan nos va a decir que esta función del espejo como borde es la función del Otro del lenguaje y sin esta función lo que hay es la aniquilación y la muerte segura… Narciso enamorado de su imagen, ahogándose en ella porque no hay allí ningún límite, ninguna pérdida. A la vez ese límite, la función del Otro del lenguaje, introduce el germen de la agresividad y la muerte en tanto funda la dialéctica del «tu o yo», en donde «con él no soy pero sin él tampoco» . Cito a Lacan en el texto «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano»: «Lo que el sujeto encuentra en esa imagen alterada de su cuerpo es el paradigma de todas las formas del parecido que van a aplicar sobre el mundo de los objetos un tinte de hostilidad proyectando en él el avatar de la imagen narcisista, que por el efecto jubilatorio de su encuentro en el espejo, se convierte, en el enfrentamiento con el semejante, en el desahogo de las más intima agresividad.»

L
o hasta aquí planteado es uno de los vectores desde donde se puede ver la coartada del «bien» y del «amor al prójimo». Por ser el prójimo ese otro similar a nosotros sobre cuya imagen nos hemos constituido como «yo», ese otro es motivo de altruismo. Queremos su bien ya que su bien es a imagen del mío, más aún… es el mío. Se fundamenta así la agresividad, siendo el bien el poder de privar a otros de él. Por otra parte conlleva la segregación ya que ese bien tiene que ser a imagen del mío… intento de borrar toda diferencia, todo borde, todo límite con el otro. ¿No es el amor acaso el intento de atravesar el borde para encontrarse con ese otro imposible? Se corre hacia la fusión, una fusión con el otro hasta los límites de que en nombre del amor se puede llegar a «la muerte al fin juntos». Amor cuya esencia, nos dice Lacan, es narcisista. Amor que, dice Freud, es el prototipo de la aspiración a la felicidad», agregando «nunca sufrimos más que cuando amamos». Un amor que en lo igual se conjuga con la muerte y que sólo podría subsistir en la diferencia y la falta… un amor anudado al deseo.

U
n breve texto de un niño que viene a la consulta. Viene porque no puede estar con otros. Porque no puede dejar de pelear, de insultar, de arrojar objetos, de empujar. Esto mismo sucede en el consultorio. Hay una gran tensión todo el tiempo. Cuando juega, cuando llama a jugar a su analista, llega un momento en que comienza a tirar los juguetes, a empujar , a correr por el consultorio. Hay algo allí que se presenta insoportable. Hasta que en una sesión comienza a tirarle objetos al analista, a pegarle incluso; ante esto el analista lo agarra enérgicamente del brazo y con mucho enojo le dice: «No puedes hacer eso, no puedes pegarme, puedes conversar, jugar, pero de ningún modo puedes volver a pegar». Ante esto, este niño pregunta: «¿Tienes hijos?» el analista le responde que no y esto produce un gran alivio. ¿Qué lo alivió? Se lleva el material a la supervisión con José Slimobich, quién propone la siguiente lectura: allí donde este niño pregunta «¿tienes hijos?» La pregunta que se lee es: ¿»eres feliz en hacerme esto?» y el «no» que lo alivia es un primer borde, un primer límite que le asegura que no será tomado como objeto porque no hay objeto que pueda satisfacer. Se establece así una lejanía, una distancia que permite en las siguientes sesiones poder estar con el otro, hay más diálogo, sus juegos se extienden por más tiempo… pero sigue allí una tensión. Una tensión que este niño traduce con un «Voy a jugar solo». Cuando en el juego con su analista comienza a tirar algún juguete o a enojarse, dice: «prefiero jugar solo». El analista le dice que vaya, que juegue solo… Y lo que se lee en esta última secuencia es «Mucho amor, demasiado amor». Se le comunica que tal vez él decida jugar solo por la presencia de demasiado amor. La respuesta del sujeto ante esta lectura es, sobre el final de la sesión, un «No te vayas, voy a volver, la próxima vuelvo, espérame, no te vayas». Demasiado amor. Mucho amor.

L
a esencia del amor, retomando la primer parte del trabajo, es esencialmente narcisista, nos va a decir Lacan. Y esta lectura, «demasiado amor», hace emerger una pérdida que queda enunciada en un ‘No te vayas’. Entonces, un segundo movimiento en relación a este borde y a este espejo… la lectura como límite.

E
l trabajo realizado por este niño en su análisis, ha abierto otro mundo. Un mundo en donde conversa de los juegos que tiene en la computadora; le gusta mucho el fútbol. Entonces relata que tiene juegos de fútbol en la computadora. El analista le pregunta «¿Sólo juegos de fútbol?», él responde: «Sí, porque los otros juegos para las computadoras son juegos de guerra y a mí ya no me interesan los juegos de la guerra».
Autora | Mª Laura Alonzo