Este trabajo se podría situar en un trayecto y en un proyecto como ha dicho Enrique Pastrana, y en este caso como en un repensar, renovar, ampliar el concepto de texto. El texto es el lugar propio de los juegos de escritura.
Lacan va a decir que la originalidad de Freud es el recurso a la letra. Que es la sal de su descubrimiento y de la práctica analítica. El modo en que aborda los sueños o cualquier ejemplo de su Psicopatología de la vida cotidiana, los olvidos, lo que hay de luminoso en el tema del chiste, en la formación de los síntomas, todo aquello que se llaman formaciones del inconsciente nos conducen a constatar la letra en su textura, en sus empleos, en su inmanencia a la materia en cuestión, que abre el camino real al inconsciente. Seguramente algo en Freud lo preparaba para su descubrimiento más allá de sus determinismos, su formación, sus presentimientos: la larga tradición literaria, literalista, a la que pertenecía. Dentro del campo literal nos encontramos con sistemas de escritura que no son alfabéticos, como es el caso de la escritura jeroglífica.
Y llama la atención que en uno de los primeros trabajos de Freud, Estudios sobre la histeria, diga: «la sintomatología histérica puede compararse a una escritura jeroglífica que hubiéramos llegado a comprender después del descubrimiento de algunos documentos bilingües. En este alfabeto, los vómitos significan repugnancia». En este caso los vómitos son sustitutivos de la repugnancia moral y física.
O por ejemplo en La Interpretación de los sueños equipara a éstos a un sistema de escritura que para su interpretación es necesaria una labor análoga a la de descifrar una antigua escritura como la de los jeroglíficos egipcios. Hablaré pues, por un momento, como en flash, de los jeroglíficos. Y también porque este trabajo sobre los jeroglíficos me sirvió como el título de las jornadas, «lo que se puede aprender en las fronteras».
Y aunque la escritura jeroglífica es, en muchos de sus aspectos, compleja (pensemos por ejemplo que mientras nosotros tenemos 28 signos en nuestra escritura alfabética, en ella hay más de 300, incluso se llega a 700), el principio básico no es tan difícil. Lo característico del sistema jeroglífico es su presentación en imágenes. Estas imágenes corresponden a tres tipos de signos:
1. Los ideogramas, que serían los que expresan ideas o el sentido por medio de imágenes, en dibujos. Dibujos que ya salen de algo que en su esencia es figurativo. Así para «brazo» se dibujaría un brazo. Para «boca», se dibujaría una boca. O también se dibujarían un brazo y una boca para palabras asociadas como «dar» o «hablar», relacionadas metonímicamente.
2. Los fonogramas o signos sonoros. Es cuando a las imágenes se les da un sonido que les corresponde en su lengua, en este caso en egipcio. Así, la imagen de la boca que en egipcio era «r», podía ser utilizada para la letra r. O el signo que representaba el brazo, en egipcio servía para la letra a. Bueno, es una reducción que yo hago porque no hay vocales en egipcio, solamente semiconsonantes. Es decir, que se codifican las imágenes con los sonidos y pueden tener valor fonético. Cuando la imagen sólo tiene un sonido se le llama unilítero, si tiene dos sonidos, bilítero y las imágenes que tienen tres sonidos, trilíteros.
3. Los determinativos. Son signos que no tienen valor fonético, no se pronuncian, y tampoco tienen un valor de sentido, se colocaban al final de las palabras para clarificar el significado, o sea ayudan a comprender el significado, lo completan. Las palabras eran escritas mediante una combinación de estos signos. Así, la palabra ra («sol») fue escrita con los signos fonéticos «r» + «a» (su transliteración es Ra) seguidos por el jeroglífico para «sol» que clarificaba el significado y que por tanto funcionaba como determinativo permitiendo distinguirla de otras palabras. Si por ejemplo se escribe con este último signo que es el determinativo de dios, la palabra «ra» deviene «el dios sol Ra». Una misma imagen, por ejemplo la boca, sirve para «boca», para algo asociado metonímicamente a ella como «hablar» o para ser utilizada tomando su valor fonético «r» que unida a otra imagen formará otra palabra.
Estas posibilidades dan resultados bastantes complejos y dotan a la escritura jeroglífica con esta cantidad de posibilidades de combinatoria de los signos, de una gran flexibilidad que facilita esos «juegos», digamos así, de escritura. Y además utiliza, por otra parte, muchos otros recursos. Entre ellos la llamada «inversión reverencial» que es cuando la sintaxis se altera como si fuera una reverencia ante el rey o ante un dios, o incluso las posibilidades mismas que tiene la orientación de la escritura que no siempre es lineal, que puede ir de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o de arriba abajo y se sabe siempre su orientación porque los animales y personas miran siempre al origen de la escritura. Incluso puede suceder que una parte de la frase vaya en una orientación y otra parte, en otra, confluyendo en un punto y dando una composición simétrica.
Esta escritura, además del juego mismo que permite la combinación de signos juega con ellos mismos para realizar composiciones de diferentes tipos. Una es esta composición simétrica, otro ejemplo es la estatua de Ramsés II en la que el rey está representado como un niño sentado con el dedo en la boca, que corresponde al jeroglífico «mes» o niño, lleva sobre la cabeza el disco solar «ra» y en su mano izquierda sostiene una planta «su». Así, la estatua no representa únicamente la figura física del monarca sino que también su nombre desglosado: Ra-mes-su o Ramsés. Este ejemplo está tomado de una escultura porque la escultura, la pintura, el arte egipcio en general, se elabora a partir de signos escritos, se relaciona directamente con el principio de la escritura propiamente dicho. ¡Da la impresión de estar ante un inmenso libro!
Así, los estudiosos del arte egipcio recomiendan «leer» los distintos elementos «ideográficos» de las representaciones egipcias de igual manera que los signos de una inscripción, tanto si aparecen con claridad, como por ejemplo en la estatua de Ramsés II mencionada antes, como si se muestran en sutilezas, o en la utilización de las formas jeroglíficas como personificaciones, por ejemplo los signos anj con brazos humanos).
La escritura jeroglífica nos muestra entonces un texto con un montón de posibilidades, un texto lleno de flexibilidad, un texto que se puede enriquecer, modificar, trasladar, cortar, situar cosas en él, torcer, etc. Es decir, que es todo un juego de escritura.
Dando un giro a la clínica, un pequeño fragmento clínico: Un paciente que habla de imágenes que le horrorizan, que le atormentan y que dice de ellas en un momento dado: «imágenes odiosas». Imágenes odiosas y también «imágenes o diosas». Creo que este ejemplo muestra que un juego de escritura, un juego de escritura significante, permite hacer surgir otro sentido que el propuesto, simplemente al organizar de otro modo el escrito. Así, con un mínimo corte no sólo tenemos «imágenes odiosas» sino que además tenemos «diosas».
El efecto que se produce al captar este juego de escritura es el de movilizar algún elemento del deseo que trae consigo una nueva asociación: «Diosas» que él relaciona con un viaje familiar en el que había acudido a una exposición de cuadros de diosas mitológicas de la que conservaba un libro con láminas de esos cuadros, como un souvenir, y que eran las mismas que formaban parte de sus imágenes. Deseo como categoría del discurso analítico que renueva el texto abriendo nuevos juegos de escritura.
Autora | Beatriz Reoyo