Callar, recordar, leer.
Es una falsa dicotomía que pertenecer a una sociedad
atravesada por una dictadura nos condenaría a no hablar
de eso tan mortificante o a repetir infinitamente el dolor.
Hablar del franquismo, hoy en día, todavía duele. No les duele a los jóvenes, que no lo conocieron. Para ellos Franco representa el pasado, muy pasado, del que tampoco saben mucho; entre otras cosas porque sus mayores que sí lo conocieron hablan poco. En particular de esa época oscura, que quizás se preferiría olvidar. Ya que la palabra, como muestra la experiencia analítica, es la esencia de lo humano, hablar es violencia sobre la muerte, en este caso, violencia sobre la muerte de la palabra.
Por tanto nos conviene. Porque de lo contrario, no nos queda sino otro tipo de violencia, cruel, feroz, que es la que ya conocimos con el franquismo y que incluso quedó reflejada en el ideario de la Sección Femenina. Así lo expone Pilar Primo de Rivera: «… Todos los días deberíamos de dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas«. Expresa muy bien el desprecio por la palabra considerando una suerte su ausencia en las mujeres; y en lo que respecta a los hombres piensa que hablan para satisfacer su vanidad, es decir, que mejor estarían callados. Es el desprecio por la palabra, por las mujeres y los hombres, por los semejantes, por lo humano. No hay mayor desprecio que el desprecio de la palabra. Como dice José L. Slimobich en Lacan: amor y deseo en la civilización del odio, el supremo modo del odio es despreciar la palabra del otro, pues ese odio lleva al silencio del otro, a construir al sujeto como desecho.
No deja de resultar llamativo que para expresar ese desprecio también se tenga que hablar, y se tenga que hablar a otro. Pero entonces la palabra de ese modo depreciada es tomada únicamente como instrumento de manipulación y como extensión del dominio sobre el otro. Tipo de vínculo con la palabra propio del totalitarismo, y por ende del franquismo, con sus efectos de violencia, opresión y coerción.
De ese modo no es de extrañar que el psicoanálisis fuera prohibido por Franco. La innovación teórica que supuso el psicoanálisis fue acogida con interés por parte de los pensadores y reformadores de la época, que conocieron a Freud gracias a la traducción que de sus obras completas realizó López Ballesteros en 1922, y que fue impulsada por Ortega y Gasset. Tras la Guerra Civil fue prohibido. Casi extinguido, desviado y neutralizado en su filo cortante de verdad, fue recuperado -con la apertura política, tras la caída del régimen de Franco- por la lectura de Freud que hizo Jacques Lacan.
Como tampoco es de extrañar la lista negra, interminable, de libros que se prohibieron o que estuvieron sometidos a una férrea censura. Fue el intento de limitar todo aquello que en la circulación de ideas y pensamiento pudiera despertar anhelos y deseos en la gente. Pues el deseo hace que nos sostengamos en el campo del lenguaje.Es la voz del poder en relación al deseo, tanto más alta cuanto más poder se concentra y más absoluto se vuelve, que pretende retener a la gente en el primum vivere y que deja claro que ninguna ocasión es pertinente para manifestar el más mínimo deseo, si es preciso sirviéndose de algún tigre de papel.
Lo que era acorde, a su vez, con un cierto estilo de puritanismo que promovía una determinada manera de mirar a los hombres y a las mujeres. A la mujer como «mujer abnegada» y al hombre como «el obrero de la familia», según sentenciaban algunas lecturas edificantes de la época.
El franquismo, nos guste o no, lo queramos olvidar o no, forma parte de nuestra historia y de las generaciones futuras, porque la lengua en su intensidad porta las trazas de la historia y al hablar las convocamos, las hacemos presentes, les damos vida, aunque no lo sepamos, incluso aunque no lo queramos; eso sí, siempre de un modo particular. Es por eso que el sujeto nunca es individual, es siempre social, lleva las marcas de lo que se teje en la trama social.
La violencia sobre la muerte de la palabra es hoy la posibilidad de renovar la palabra al vincularla a la letra, pues es en ese vínculo donde la palabra recobra su potencialidad, su capacidad de generar lo nuevo dentro de lo que se repite. Es lo que el discurso analítico muestra con la producción del Paradigma del leer. Y lo que permite pensar algo distinto con la oposición violencia o palabra.
Autora | Beatriz Reoyo
- Referencias bibliográficas
Slimobich, José L; Cruz, Francisco; Duro Lombardo, Manuel; Levy, Bernard, (coords.). Lacan: amor y deseo en la civilización del odio. Editorial Universidad de Granada, 2004.
Revista Letrahora. Números 4 y 5.
Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 7: La ética del psicoanálisis. Ed. Paidós, 1988.
Martín Gaite, Carmen. Usos amorosos de la postguerra española. Ed. Anagrama, 1994.