El silencio en la violencia sobre la mujer

mujer-silencioEsta intervención toma como base los trabajos que el Instituto de Psicoanálisis de Pamplona realizó con mujeres maltratadas y cuya elaboración dio lugar al libro “la violencia sobre la mujer”. Estos trabajos parten de una teoría de un campo específico que es el discurso analítico y toma la estructura como sistema de lectura. Esta operación de lectura, que se enuncia en el Paradigma del leer que dice: hay una escritura en la palabra solo si hay lector, hace surgir algo que no estaba antes, un real, que muestra otro sitio de reflexión, análisis y posibilidades, y que el libro de “la violencia sobre la mujer” trata de conceptualizar.

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esde hace ya unos años la violencia que se ejerce sobre las mujeres se define como problema político, rescatándolo de la esfera privada. Y como tal es tratado, considerando que las instituciones y los poderes públicos tienen la obligación de tomar medidas sociales, educativas y legales en la vía de solucionarlo. En estas medidas se ha ido incorporando la perspectiva de género, en su fundamento y como criterio interpretativo, al considerar que la violencia ejercida sobre las mujeres constituye un núcleo de la batalla por los derechos y la igualdad.

Nuestro trabajo parte de un lugar diferente desde el punto de vista político. En primer lugar porque utiliza el termino “político” de un modo no-tradicional, que consiste en considerar todo lo que sucede en el vinculo social, incluso en las relaciones mas personales, como políticas. Un ejemplo podría ser la economía política, cómo en ella se establecen los presupuestos que van a determinar la practica económica del mercado de los intercambios, es decir, del vinculo social.

Este modo de utilizar el término “político” nos lleva a plantear un problema fundamental que es el problema de la destrucción y el dominio del otro. Porque una de las posibilidades de la relación entre los seres pasa por el dominio del otro.

Este trabajo centra el punto de vista político en el problema de la destrucción y del dominio del otro –términos consustanciales a la violencia- que para el psicoanálisis se corresponden con el dominio de la imagen, con la exaltación narcisista de la imagen. A ese problema, a esa violencia, nos acercamos desde “la violencia sobre la mujer”, pues consideramos que ella es una provincia de la violencia en general, y que como rasgo de lo contemporáneo, es un modo particular de la violencia que se ejerce sobre el otro, sobre el semejante.

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sa violencia que se ejerce sobre la mujer en el ámbito de lo cotidiano presenta su estatuto propio, sus propias características. Refleja algo que sucede en la relación hombre-mujer y que es allí, en esa relación, donde se realiza esa violencia.

Un primer obstáculo se presenta a la hora de abordar este tipo de violencia, pues siendo innegable la responsabilidad social de los hombres en el maltrato a las mujeres, la dialéctica que se plantea de entrada en tanto hablamos de hombre-mujer, aboca a tratar esta temática de un modo maniqueo. Habitualmente nos manejamos en una pura oposición hombre-mujer, como quien dice día-noche, blanco-negro. Allí no hay salida: o es esto o aquello, en contra o a favor. Al entrar en ese sistema de oposición nos vemos en un callejón sin salida, que es por otro lado, el modo de pensar más común. Esto es debido a la propia estructura del lenguaje, que al oponer dos términos, inscribe una diferencia en la que cada uno adquiere su valor. La palabra mujer adquiere su valor en oposición y en diferencia con la palabra hombre, y la palabra hombre adquiere su valor en oposición y diferencia con la palabra mujer. Esta oposición de términos, es el origen y matriz de la diferencia de los géneros, pero al mismo tiempo, conduce a cerrar toda posibilidad de pensamiento y genera efectos imaginarios que se traducen en una cierta violencia o, si se quiere, en una cierta tensión entre los géneros.

Es por eso que en el trabajo con las mujeres maltratadas nos vimos llevados, para poder abrir otras posibilidades de comprensión de este fenómeno, a rechazar esos efectos imaginarios que genera el sistema de oposición del lenguaje, que como decía aquí están referidos a hombre-mujer, y a situarlo en referencia al sujeto, que es una categoría del discurso psicoanalítico. La experiencia analítica evidencia que si no se tiene en cuenta el sujeto del inconsciente, no es posible avanzar en la comprensión de este fenómeno, pues deja oculto y en ese sentido, silenciado, el carácter estructural del problema de la violencia, pues ésta forma parte del sujeto y del semejante en su misma constitución, y por tanto de los vínculos sociales.

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l sujeto muestra que es a través del otro que constituimos nuestra imagen y el armaje de nuestro cuerpo. Siempre de un modo inestable, de un modo frágil, y de ahí viene el ansia de dominio, que no es otro que el dominio de la imagen.

El sujeto logra con grandes esfuerzos una imagen agradable de si, las cosas que le molestan de si mismo trata de apartarlas y construye, hasta creerla, una imagen que le complace. Trata por ejemplo de mostrarse inteligente, sabio, simpático, seductor… o valiente, o “con personalidad”, o sencillo… incluso cuando alguien se dice así mismo “qué tonto he sido” no es sino para conjurar el insulto del otro. Por tanto, la imagen que uno pretende dar es siempre una imagen sobrevalorada de si.

Un aspecto en el que se hace hincapié en el fenómeno de la “violencia sobre la mujer” es el silencio que se da con relación a la situación de maltrato. Las mujeres no hablan de ello, ni con familiares, ni amistades, ni en la vecindad, ni en los ámbitos sanitarios. Si bien es cierto que en los últimos años esta violencia se ha hecho más visible y se ha acompañado de un aumento considerable de denuncias por esta causa, sigue llamando la atención que los casos más duros, los que se prolongan durante muchos años, tienen esta característica del silencio en todos los ámbitos. Sobre este silencio se trata de incidir desde las instituciones pues es un obstáculo para las denuncias. Un ejemplo tomado del libro “la violencia sobre la mujer” de un testimonio de una mujer, dice: “las agresiones se fueron haciendo habituales y casi cotidianas durante doce años. No las denunciaba ni hablaba de ellas con nadie ni siquiera con mi familia, quería mantener un marco de normalidad para mis hijos”. 

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s decir, que fingen que no pasa nada, que todo es normal. Fingen ante el hecho de que no son felices y tienen que silenciar continuamente la situación que viven. Quizás sea lo más terrible, ese fingir normalidad en medio de tal desastre, esas ensoñaciones de normalidad paralizantes por donde circula la vergüenza, el fracaso y el miedo.

Ahora bien, este fingimiento no se puede considerar como una mentira o un engaño sino que está ligado a la imagen y al que nos podemos acercar, para poderlo pensar, a través de lo que muestran los fenómenos del mimetismo.

Si decíamos que el sujeto siempre intenta dar una imagen sobrevalorada de si mismo, el mimetismo consiste en su esencia en mimetizarse con la imagen que se pretende dar, en tanto señuelo para causar el deseo. Por tanto no es un engaño, sino un señuelo, el señuelo es esa normalidad que las mujeres fingen; que todo es totalmente normal, ese es el señuelo. Como sucede en los fenómenos clásicos del mimetismo: la intimidación y el travesti. En la intimidación se trata de la ostentación, del hinchamiento gesticulante, el sujeto se mimetiza con esa imagen, en la medida que ella tiene un valor. Lo mismo sucede con el travesti, que no se trata de un engaño, de que se hace pasar por mujer, sino que usa el señuelo para causar el deseo.

El señuelo de la normalidad, por tanto, desempeña aquí una función esencial. Lacan dice que solo el sujeto no está totalmente preso, al contrario del animal, en esa captura imaginaria. Sabe usar la máscara en tanto que es eso más allá de lo cual hay la mirada. Pero para ello necesita una mediación. En el caso de estas mujeres, cuando la mirada las capta, quedan totalmente coaguladas, no logran separarse de la mirada.

Es decir que no hay ninguna esencia, no hay ningún ser detrás, el fingir no supone que hay un ser detrás. Recurrimos a la intencionalidad, o a la paranoia para protegernos de que no hay nada detrás de lo que dice, eso que dicen es lo que es, por supuesto que con todo lo que implica el despliegue del decir. Es lo que permite pensar que el inconsciente está en la superficie, que no se trata de ninguna profundidad.

Con el silencio, por tanto, fingen normalidad y les permite retener su posición. Ese silencio además, se corresponde con un odio sutil, que se manifiesta de manera velada. Silencio y odio se dan la mano. Este silencio es el lugar donde queda instalado el odio, de modo que el vínculo de palabra queda enrarecido.

Pero cuando las mujeres maltratadas hablan, lo que habitualmente se escucha es el ruido, los golpes, los gritos, los insultos, y, por desgracia en muchos casos, el final dramático. Es lógico, es lo primero que a uno le llega. Y en estos casos llega a ser un ruido mudo, que borra las palabras. Por eso es necesario cuidar el lugar de las palabras, y en concreto de las palabras de estas mujeres, y escucharlas sin prejuicios y sin juicios. Eso no quiere decir que seamos neutrales en el sentido de ser indiferentes, sino que resguardamos el lugar de la palabra.

Y cuando se tienen los instrumentos que permiten escuchar lo que dicen, lo que aparece es que su historia comienza cuando conocen a un hombre y ese hombre es para ellas algo único, inigualable, ese hombre es todo para ellas. Es un momento crucial, determinante en sus vidas, que no dejaran de evocar, que no perderá su esplendor ni siquiera cuando la violencia hace su aparición. Siempre en la nostalgia y en el intento de recuperar ese momento luminoso de la relación.

Es el amor romántico lo que está en juego, que se caracteriza por una exaltación del objeto amoroso en el fondo de la relación. Y en estas mujeres tiene la peculiaridad de que este objeto amoroso concluye en el ideal romántico, es decir, que el ideal coincide plenamente con las cualidades deslumbrantes de ese hombre en particular: es ese hombre y no otro, no hay otro igual. Ese hombre le proporciona a esa mujer una imagen de completud y ella a el, de completud imaginaria.

De esa ilusión idealizada proviene un efecto de hipnosis sugestiva, de fascinación, de encantamiento y de dependencia. Este es un fenómeno masivo en el que se reduce la separación entre objeto e ideal, y que conlleva una identificación total, narcisista, donde las palabras no alcanzan a introducir una mediación, una separación, como sucede en los amores “normales”. Y permite el atravesamiento de un límite, que cuando se atraviesa surge la violencia en su forma extrema.

Se trata de una estructura rígida muy difícil de conmover pues al quedar fijado de esa manera el objeto, queda fijado el sujeto a un modo de goce enraizado en el imaginario. Este tipo de estructura rígida conlleva movimientos masivos de amor y de odio. Es, o todo amor o todo odio. También lleva a movimientos masivos de pasión: de disculpas, promesas, luna de miel….a la violencia desatada. Pues sucede que toda esa magia, todo ese encanto comienza a desvanecerse para ellas y ese hombre ya no es lo que esperaban. Ese hombre que sabia, ya no sabe, duda, se equivoca y no responde a la completud imaginaria. Comienza la disconformidad, el descontento y el odio. Le sigue la violencia. Y así, alternativamente se van conjugando los momentos idílicos con los de violencia, de forma masiva. Es el viraje del todo amor al todo odio ante el desengaño de ese otro que ya no cumple, que ya no responde a las características de ese objeto idealizado e idealizante.

Lo que el discurso analítico permite hacer emerger como lectura de la estructura es todo el problema del ideal. El ideal es un efecto del lenguaje, esta hecho del lenguaje y emerge frente a la inermidad e incompletud del ser hablante. Frente al vacio que el lenguaje produce en el ser hablante tratamos de alcanzar una imagen ideal. En el caso de las mujeres maltratadas lo que esta en juego es un ideal conclusivo, y ese ideal conclusivo traba el deseo, lo fija como pura promesa de lo imposible, de su satisfacción absoluta, de la completud absoluta. El ideal conclusivo conduce al régimen del Todo: ser todo, tener todo, ser la mujer toda, La mujer.

Este trabajo referido a las mujeres maltratadas, se inscribe dentro del proyecto freudiano que hablaba de devolver a las palabras su antigua fuerza mágica. Este proyecto hoy se traduce en salir del silencio ruidoso, de recuperar las palabras y con ellas la escritura de la verdad. Eso abarca a un individuo, a una colectividad o a todo un pueblo. Y por supuesto a las mujeres. Porque la verdad es la dignidad a la que hay que aspirar, en la medida que es imposible decirla toda, al igual que la mujer.

Esa verdad que es la que permite otras posibilidades para hacer en el vínculo con el semejante de otro modo que no sea el dominio ni la destrucción del otro.

Autora | Beatriz Reoyo