Imágenes de mujeres: la trabajadora, la objeto, la Virgen, la madre, la militante política y social.
Voces de mujeres: la amenaza, la risa, el grito, el pedido.
Su relación con el poder -habría que ver con cuál- es compleja y cambiante, ya que depende de la época y sus avatares.
Hay dos grandes vertientes de la posición femenina en el vínculo social: aquella donde es madre y aquella donde es mujer. La sagrada madre y la divina mujer. La esposa es sagrada y respetable también, pero se adora a la diosa. Que estas dos funciones se encarnen en una o varias mujeres no es el tema de esta nota, que intentará dejar el discurso religioso para pasar al discurso político. Entonces surgen con toda claridad «la patrona», o «la burguesa», dependiendo de la situación de clase del que habla. Pero además de La madre, están las madres, esas antígonas modernas que son en Argentina las Madres de Plaza de Mayo. Y las piqueteras, las mujeres que construyeron redes solidarias cuando el hambre neoliberal mataba a sus hijos y el Estado sólo sabía mentir y dedicarse a los negocios privados. O las Madres de la Plaza contra el paco, en Uruguay, enfrentando al veneno de la pasta base.
A la política que se desprende de La madre propongo llamarla política de lo invisible. Isabel Larguía y John Dumoulin1 fue-ron los primeros en hablar del trabajo invisible. La madre sostiene con su trabajo in-visible, nunca del todo reconocido, el funcionamiento económico de la sociedad. ¿Acaso la fuerza de trabajo necesaria para la producción de bienes para el mercado -bien visibles- podría sostenerse sin el mantenimiento en buen estado de esa fuerza de trabajo en el hogar, trabajo invisible efectuado tradicionalmente por las mujeres? Y en los años ’70 Marie Langer2 decía: «el hijo es el mayor ejemplo de propiedad privada». Si en la antigua Roma el pater familiae era el dueño de un grupo de esclavos, mujer e hijos, denominado famulus, sobre quienes tenía derecho de vida y muerte (patria potestad) -que al ser de su propiedad tenía derecho a destruir-, en nuestra época el hijo se ubica más como propiedad de la madre. Que compite con otras madres en su afán de trascendencia a través de sus hijos.
Todo esto nos choca, porque la mujer se esconde, permanece en lo invisible, es sagrada. Pero es mejor hablarlo, porque cuando ninguna trascendencia social tiene la mujer por fuera del hijo, y el amor romántico es frustrado con un hombre frente al cual reivindica sus derechos, estamos frente a la neurosis del ama de casa. La cual no se cura con breves excursiones a la libertad sexual -que las escuelas psicoanalíticas recomiendan- para no tocar las bases del matrimonio (la transgresión no cuestiona la ley). Y así, soñando con la liberación sexual, no se resuelve jamás la opresión social, pues la histeria es un modo del vínculo social.
Desde una perspectiva lacaniana menos contaminada por la retirada de la política se puede situar a la madre como aquella que se sostiene en un poder exterior -«cuando venga tu padre…», decían antiguamente las madres-. O la imagen de la Virgen parada sobre la serpiente, leída por Lacan como la mujer que se sostiene en el falo. Nada más falocéntrico que una mujer, en tanto desde los estudios de Claude Lévi-Strauss sabemos que, si bien el orden social es androcéntrico, las que cumplen la función de soportes del intercambio social son las mujeres. Se intercambian bienes y lugares simbólicos de poder en las sociedades a través de las mujeres, y por eso «el ganador» siempre va acompañado de una mujer a la moda, además de cualquier objeto de consumo.
La otra vertiente de la posición de la mujer es lo que podemos llamar política del velo. Aquí se sitúa lo que las mujeres tienen de real, que no sólo va más allá; sencillamente está por fuera de las categorías del hombre. Es difícil situar esto porque permanece velado, en las sombras. Para en-tender lo que motiva la existencia de esta zona oscura consideremos algunos hechos: si la mujer es soporte del intercambio social, es también lo que por definición escapa al lazo social. Por ser un objeto precioso en el contexto del discurso,3 por hundir sus raíces en el goce mismo, en lo inútil, que no sirve para nada porque es un fin por sí mismo. La aparente contradicción que habría entre ser un objeto sopor-te del intercambio social y ser un puro lujo, una joya, una promesa de goce, se resuelve si pensamos qué hace la mujer como sujeto para distanciarse de ese lugar social. En principio, se ríe locamente. Por-que algo en ella escapa siempre, es inapresable en las redes del lenguaje. Es una licencia que se toman las mujeres, y no lo dudan, pues si no se la tomaran no tendrían ningún espacio de libertad. De ese lugar de objeto toman distancia y en el mismo acto revelan la verdad del sujeto. ¿Quieren conocer a un hombre? Busquen a la mujer. ¿Quieren conocer a una mujer? Busquen a la mujer que admira
.El orden social androcéntrico y machista pone el grito en el cielo cuando las potencias de revelación y adivinación femeninas se presentan, cuando la verdad habla: históricamente ha instrumentado diversas inquisiciones, que van de la quema de brujas a la extirpación del útero de las histéricas en el siglo XIX. Pero este poder de las mujeres también funciona velado. Lo llamo poder siguiendo a Lacan, cuando al hecho de ser únicas, singulares, no universa-les, lo califica: «lo que las mujeres tienen de poder”. Lo cual nos ilumina todo un campo, porque se trata de un poder no fálico. No es por el lado de las identificaciones al amo que es el hombre, ni en la posición de objeto soporte del intercambio, que las mujeres tienen su mejor oportunidad de hacer una política. ¿Por qué una política? Porque cualquier aprehensión seria de lo social revela el intercambio. Somos todos objetos soportes del intercambio social cuando nos contabilizan y nos negocian de a miles en la política. Y quien dice objetos, dice individuos, en tanto somos identificados a nuestros cuerpos: se cuentan los cuerpos. Que a su vez son hijos, es decir de alguna madre. Pero la verdad del sujeto, ya no del cuerpo sino del cuerpo que habla, ya no del individuo identificado sino del sujeto que habla, está en un objeto velado por naturaleza.4 Y hacer surgir este objeto es lo que las mujeres hacen cuando intuyen,5 cuando sienten algo que no pueden expresar con palabras, cuando leen en las palabras algo no dicho. ¿No podemos pensar que son justamente aquellas que el orden social sitúa como objetos soporte del intercambio en mayor medida que el hombre las más apropiadas para hacer surgir ese objeto? Lo que no quita a los hombres la posibilidad de aprender y practicar esa política de la mujer. La que en un mismo acto deja el lugar de objeto mudo del intercambio social y lee con precisión, lo sepa o no, lo que el lazo social ha producido.
A modo de ejemplo: una mujer que se cura de un síntoma, el temor injustificado a que muera su hija, al poco tiempo de leer -un analista lector- en su palabra la siguiente verdad inconsciente: la persigue la sombra de El Padrino. Esto excede en mucho su individualidad, pues es la verdad de todo un grupo familiar. Las asociaciones posteriores sitúan el fragmento de historia que el síntoma actualiza: a su abuelo lo mató la Cosa Nostra por no pagar. La familia emigra a Argentina, y aquí su padre abandona el deporte porque la familia se lo impedía, ya que había que trabajar duramente. Pero quiso que su hija cumpliera exactamente sus sueños con una exigencia tal que a ésta le es imposible cumplir, y además su vocación no garantiza ganar dinero, con lo cual trabaja en un estudio jurídico, en el sector ‘ejecuciones’. Su padre pone ahora todas sus expectativas en la nieta, y resulta que la nieta descuella en todo con lo cual… ¡corre peligro! Toda esta ficción verídica es puesta en escena de modos velados, y la función del analista es darla a leer al sujeto, abriendo un espacio de libertad y decisión respecto de esas cadenas reales que marcaron sus actos. Lo cómico está en ese objeto velado -perseguida por la sombra de El Padrino– en presencia del cual el sujeto sólo puede reír y decir a su analista que, si la próxima sesión no viene, ya sabemos por qué es.
Para llegar a captar esto hubo que despejar todo el campo del imaginario actual, que se resume en la palabra inseguridad. Ella no quiere ser una burguesa asustada, y es allí donde el síntoma muestra el reverso de la época que nos toca vivir. No es su hija, es la infancia amenazada.
Autor | Pablo Garrofe
Notas:
1 .-Larguía, Isabel y Dumoulín, John. La mujer nueva. Teoría y práctica de su emancipación, Centro Editor de América Latina, 1988.
2.- Langer, Marie. La mujer: sus limitaciones y potencialidades, en Langer, Marie (comp.). Cuestionamos 2, Granica Editor, Buenos Aires, 1973.
3.-Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 17: El reverso del psicoanálisis. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1992. Cap. 2
4.- Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos del psicoanálisis. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1987. Cap. 1.
5.- Slimobich, José L. Acerca de la cuestión de la mujer, un debate posible, en este número de Letrahora