Historia y silencio

LH11_JuresaCuando Freud escribió “Moisés y el monoteísmo” reformuló, para la historia judía, el origen mismo de su pueblo a través de la construcción de una “verdad histórica indocumentada para la que no había más “soporte material”, (en cuanto a documentación, en cuanto a registros y fuentes habitualmente llamadas “históricas”) que lo que él mismo había descubierto a través de su experiencia con el método de su invención, el método analítico de exploración del inconciente. Es conocido que Ernest Jones, fiel discípulo y biógrafo oficial de Freud, tomó a este libro como un juego senil de su venerado maestro.

Los historiadores positivistas jamás tomarían como válida una manera de “hacer historia” mediante inobservables directos, en el sentido clásico del método científico. Freud, en su libro histórico por excelencia, realiza la construcción de un relato. ¿Sobre qué? ¿Cuál es el concepto articulador que le permite fundar una “verdad histórica” sin ninguna evidencia o registro observable?

Tengamos en cuenta que “lo observable” para la ciencia acontece en un campo de registro que precisa de la percepción, y para ello es que la tecnología “afina” y “amplifica” esa capacidad natural del hombre para percibir a través de sus sentidos. La ciencia moderna se inaugura con un paso hacia delante respecto al campo de la percepción. El desarrollo moderno de la matemática permite anticipar fenómenos que no podemos registrar mediante alguno de los sentidos, ni siquiera a través de alguno de los aparatos que los afinan o amplifican. La teoría de la relatividad de Einstein fue un gran ejemplo de anticipación en abstracto, de fenómenos que posteriormente se pudieron experimentar a través del desarrollo científico-tecnológico, mediante aparatos de medición acordes a las exigencias que formulaba la teoría.

Este nivel de formalización de lo real nos aproxima a un modo de percibir la verdad, ausentes de todo registro empírico, de los sentidos. Una verdad en ausencia de evidencia empírica, que no se muestra “a los ojos”, sino que causa su apertura (recordemos el comentario sobre el sueño de Freud: “se ruega cerrar los ojos”, en relación al momento clave de la invención del psicoanálisis[1]).

En este registro Freud construye una historia, la de Moisés, ausente de toda prueba documental, ausente de evidencia empírica. Sin embargo, resulta. ¿Verdadera para qué?

Volvamos a la pregunta formulada al principio del artículo. ¿Sobre qué concepto se puede articular un relato histórico que resulte verdadero, aún ausente de todo registro empírico que la constate en forma directa?: decimos que es el concepto de pulsión. Un concepto que también tiene su historia dentro del psicoanálisis. Aquí solo afirmaremos que no se trata de un concepto biológico ni puramente espiritual. Es un concepto que soporta la creación de un cuerpo afectado de lenguaje, fundado en esa afección, y que por eso mismo, no se abarca a si mismo. Es decir, su comprensión científica no termina en los límites de su individualidad, sino que recibe del lenguaje una inscripción en la cultura, en
la historia de la comunidad en la que en ese cuerpo se funda la afección antedicha. Esa afección individual, a su vez, implica al conjunto, en la cadena de las generaciones.

Por lo tanto, no se trata solo de la historia construida a partir de los registros, de las evidencias, de las pruebas, sino de una nueva historia que se incorpora, que es la historia pulsional. Esa historia pulsional, al decir de Freud, deja marcas, huellas, los hitos de su verdad. Pero esas evidencias, como en los sueños, no están a la vista ni se hacen oír en forma directa, permanecen oscuras y en silencio. Son increadas. Lo cuál no significa que no existen. Podemos decir que no se pueden crear de cualquier forma, de la nada y a gusto personal. Esta es su verdad o el fundamento de su verdad. Se crean en una relación casi forzada con el lenguaje, ya que las huellas, las marcas del goce pulsional son la letra de la lengua hablada. Restos vivos de lo muerto, que hacen lo inmortal. Es decir, que de cualquier forma siempre hablamos en relación a esas marcas, las marcas del goce, porque eso nos hace hablar.

Eneste sentido, del silencio que habitó la palabra de sus pacientes, y de su propia historia y marca de inscripción judía, Freud extrajo el descubrimiento de su propia judeidad.

En el mismo acto por el que se construye una historia fundada en la verdad de las marcas del goce pulsional, se renuncia a una porción de ese goce, y se le da un destino sublimatorio. A esto Freud lo denomina en el Moisés: “progreso de la espiritualidad”.

¿Qué es tal progreso? “consiste en decidirse uno contra la percepción sensorial directa a favor de los procesos intelectuales llamados superiores, vale decir, recuerdos, reflexiones, razonamientos; determinar, por ejemplo, que la paternidad es más importante que la maternidad, aunque no pueda ser demostrada, como esta última, por testimonio de los sentidos”[2]

Por lo tanto, el “progreso de la espiritualidad” implica aprender a valerse del padre, y en ese sentido es “más importante”. ¿Valerse para qué? Esta misma nota trata de aclararlo: para que cada quien construya su historia en su comunidad, una historia para su comunidad y una historia común. La clínica lo demuestra, tanto para hombres como para mujeres. Es evidente que de lo que Freud habla, en su definición sobre el progreso de la espiritualidad, con la frase: “aunque no pueda ser demostrada” (a la paternidad), es que el padre es un nombre antes que un hombre.

Un nombre con el que poder hacerse de una vida.
Autor | José Luis Juresa

[1] Psicoanálisis: los nuevos
signos. Juresa- Muerza Ed Atuel 2009

[2] Moises y la Religión Monoteísta.
Sigmund Freud. Ed. Amorrortu