Para el psicoanálisis, la relación del dolor con la verdad no es racional.
La psicología y la religión se han ocupado de eso: sentido y representación, palabras e imágenes, como modo de obturar, de velar el vacío.
El psicoanálisis muestra la verdad en el retorno de esa tercera dimensión llamada lo real.
– ¿Qué sintió usted?
– Dolor, dolor, un intenso dolor dentro de mí.
– Y después, ¿qué pensó?
– Nada, sentí más dolor todavía por lo que había fuera.
– Sí, pero ¿qué pensó?
– Nada, era más intenso el dolor por fuera.
Ésta fue la conversación de un periodista con un herido y con un micrófono delante.
Lacan dice, aludiendo a un filósofo, que «la verdad del dolor es solamente el dolor mismo».1
Esta relación del dolor con la verdad como causa conlleva un problema nada fácil de resolver.
La angustia que produce el mismo hace que se pregunte ¿qué significa el dolor?, pero en principio es un estado que no tiene que ver con la secuencia racional de que después del dolor viene la calma. El que siente el dolor no busca el culpable del mismo, sino que siente su dolor, no busca consuelo, simplemente lo siente.
El sujeto se ubica en un tiempo muerto, un tiempo que implica su división entre el saber y la verdad.
–»Psicólogos para psicólogos». La consigna era que el hablar es importante para calmar el dolor. Antes de la palabra se produjo el grito, como rompiendo el silencio, algunas veces un grito ahogado. Los especialistas de la mente, los de la psique, no podían soportar la ausencia de palabra.
–¿Quién es el culpable del horror?
Un niño musulmán acude a un colegio de primaria; lleva ya varios años yendo al mismo colegio. Al principio hablaba poco, sólo atendía. De repente se produjo un salto: comenzó a hablar y a aprender mucho, se quedaba tranquilo cuando entraba al colegio.
Un día el niño, al llegar a clase, rompe a llorar, no tiene consuelo, no se quiere despegar de su madre, siente miedo.
–Imágenes, imágenes…
Nada muestra más de lo que oculta.
«La cita siempre es fallida, lo cual produce con respecto a la tyche (el encuentro con lo real), la vanidad de la repetición, su ocultación constitutiva».2
El paso del politeísmo al monoteísmo, según Freud, supuso un progreso para la humanidad; la representación de la salvación en un solo Dios «único» supuso para los antiguos egipcios un progreso en la asunción de sus catástrofes. Los egipcios creyeron que la invocación al Dios Atón les salvó de las inundaciones que progresivamente venían sufriendo por las crecidas del Nilo. Posteriormente se produjo el invento de la trigonometría para la medición de tierras. El Dios único permitía más progresos que muchos dioses, era más instrumentalista.
Después viene la secuencia: el Dios que exige una prueba de carne para su fe, seguido del Dios cristiano, dios de la representación, éste representa su sufrimiento ante los hombres, es la pantalla del sufrimiento…
El psicoanálisis muestra y plasma con Lacan que la pantalla es la apariencia que oculta lo que hay debajo. Es por eso que a la vez que muestra el horror, oculta también el dolor, como si fuera una exorcización de la maldad. Pero esa pantalla sólo se produce en dos dimensiones; queda la tercera que es lo real. Hay una necesidad por parte de la representación de ocultar la verdad y suturar ésta con la imagen, mil veces repetida. Esta repetición intenta mitigar la angustia, pero su despliegue es cruel.
La religión y la ciencia encuentran en la imagen un continuum de sentido entre experiencia y representación; sin embargo, lo que elude ese sentido es que hay un vacío, un vacío que escribe con una letra áfona, la del grito ahogado, un vacío del que retorna la tercera dimensión: lo real de la vida psíquica.
Autor | Asociación del Psicoanálisis en la Cultura de Madrid
Notas:
1.- Jacques Lacan, seminario 13, El objeto del psicoanálisis (inédito), clase 1 del 1° de diciembre de 1965.
2.- Jacques Lacan, El Seminario, Libro 11 «Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis» (Ed. Paidós, Buenos Aires, 1990), página 134.