Pertenezco a una generación que creció con el lema de Nucleares No. Cuando contaba con apenas 20 años recibimos con gran júbilo las notas variadas de un gran concierto en el Madison Square Garden, cuyos participantes habían llenado ya nuestras tardes de hastío y reunión alrededor del aparato de música: Doobie Brothers, Bonnie Raitt, John Hall, Jackson Browne, Graham Nash, Ry Cooder, Jesse Colin Young & the Youngbloods, Chaka Khan,
James Taylor, Carly Simon, Poco, Bruce Springsteen & the E Street Band, Crosby, Stills & Nash, habían construido temas tan memorables como “Después del diluvio”, “Plutonio para siempre” o “Teach Your Children”, que también invadían nuestras habitaciones junto con los posters con frases de Khalil Gibran, algunos lo recordarán: “tus hijos no son tus hijos, sino hijos del destino…”
Todos esos músicos reunidos alrededor de salvarnos de una energía que había demostrado sus efectos devastadores y duraderos (Hiroshima, ojo no confundir con Fukushima). Me pregunto qué pasó después, qué nos volvió defensores de una energía, que hasta hace poco se ha considerado limpia, excepto por los residuos que deja su rastro, aunque eso sea otro cantar. Los músicos no son demasiado fiables, se rigen por el poema y la ley del corazón, siempre son más apocalípticos, menos calculadores y por lo tanto menos recopiladores de datos en busca de un progreso, por supuesto, conveniente para todos.
Generaciones muertas, generaciones escépticas, que han crecido alrededor de unas tesis que calculan el peligro sometiéndolo al protocolo de unos cuantos elegidos. El problema no son las centrales, que cumplen un ciclo, el problema es cómo se frena el cumplimiento de un ciclo y el cálculo del protocolo en un lenguaje que no tiene en cuenta lo sorprendente, lo real de la ausencia de cálculo.
¿Quién detiene esto? El cálculo de lo posible ya no viene dado por una relación con el espacio que ocupamos, no tiene que ver con el hábitat, sino con la velocidad. Nos han convencido de que el único parámetro a tener en cuenta es la velocidad, no importa velocidad de qué, de aplastamiento, de producción, de aniquilación, pero hay que correr, es necesaria mucha energía para sostener la velocidad de intercomunicación. Fracciones de segundo suponen miles de millones de beneficio, miles de millones que pasan de Europa a Asia o de Asia a América y esto es lo realmente importante. Y a mayor velocidad menor tiempo de reacción, y esto sí que es científico.
El protocolo se cumple, se frenan los ciclos productivos de las centrales, pero inmediatamente después se aprueban moratorias, cuando las centrales ya están en manos de amigos convenientes, es decir, a aquellos que conviene más que se llenen los bolsillos durante los próximos 10 años de moratoria. Cuando se cumplan estos veremos, a una velocidad adecuada, cual es el freno.
Prestigiosos economistas están calculando el daño que hace a la “ciencia de la economía” la ecuación economía=tesis liberales, ya que los errores no se descubren en los primeros pasos de la fórmula, sino en los momentos finales del algoritmo, cuando el veneno no hay más remedio que igualarlo a la solución: más publicidad sobre la velocidad conveniente y el aprendizaje sobre los errores de cálculo.
Freud no era músico, pero sabía leer en la partitura de la civilización las notas disonantes de algo esencialmente humano: la pulsión de muerte. ¿Acaso no se percibe ya que ese exceso de cálculo oculta la percepción de algo no calculable?
La imposibilidad de calcular la propia palabra tsunami, de origen marcadamente japonés, en la resistencia de un edificio diseñado (seguramente con unos gastos limitados a la ganancia esperada) para abastecer de una energía cuyos efectos liberados eran de sobra conocidos para el pueblo japonés.
Es imposible percibir esto de una manera racional, pero sí que se puede percibir de manera evidente la plasticidad de lo que se muestra con la palabra pulsión.
Se nos había explicado que el protocolo nuclear de Chernobil había sido una chapuza, y que Rusia no era el primer mundo, que se habían producido una cadena de fallos humanos, ocultos tras una censura desafinada con la claridad democrática, pero ¿cuál es la opinión de los expertos cuando el protocolo ni si quiera alcanza para cubrir la seguridad del primer mundo? Se nos había explicado que el desastre económico argentino era producto de una amalgama entre la corrupción política y el vaciado de un Estado (culto además) que importaba muy poco a los demás Estados. Muy pocas voces lúcidas habían transmitido esto como una prueba de laboratorio que iba a ser aplicada en el resto del mundo.
Lo siento por los defensores de semejantes ciencias unidas al poder pero, como una ironía más del destino, vuelve la religión, en palabras del jefe de protocolo de seguridad nuclear europeo, el fin de tal velocidad es apocalíptico. Veremos cuánto dura este pesimismo global. Veremos lo que tarda la censura oficial en devolver un clima de confianza calculada en datos convenientes. Aunque mientras tanto desde el biopoder se asocia como relación causa- efecto que el cáncer de pulmón está ligado al consumo de tabaco. Sin embargo, recuerdo que de los datos que se manejaban en las manifestaciones populares de antaño, los casos de cáncer aumentaban en las proximidades de las instalaciones nucleares, pero nunca fue publicitado como una relación causa- efecto, sino que las nucleares eran un mal necesario para la vida contemporánea, y cómo no, también para la vida de un futuro bien lejano.
Autor: Emilio Gómez