Éstos no son los tiempos del temor. Son los tiempos del terror. Negados, siempre negados, haciendo lo posible, aparentando «la normalidad», mientras alrededor del mundo breve, como un caos contradictorio y exangüe, doloroso. Pero no queremos callar: hoy cacerolazo, mañana grito, firmas contra la guerra, e-mail, no cejar, insistir. Pero esto no es ni posicion épica ni agitativa en vano. Pues mirar de frente lo imposible de modificar es totalmente diferente de negarlo. Y ya veremos que esta diferencia es más profunda de lo que parece y que tiene innumerables consecuencias teóricas y prácticas.
Nos negamos también, pues hemos decidido inscribirnos en el trabajo y desarrollo de las obras de Freud y de Lacan, a aceptar el rechazo, la muerte que les propicia la cultura. Hoy sólo les queda habitar en páginas vagas, de libros cuyos autores sólo preguntan las cifras de venta y que no esperan ninguna consecuencia, pues, según declaran, nadie puede esperar nada de ninguna escritura.
El discurso capitalista, que es el discurso de «el tiempo», pura actualidad, eterno presente sin futuro ni historia, hace casi imposible que estas voces, estas escrituras sean escuchadas, en su dignidad de hacer. Hay escritores que no renuncian, y con razón, a construir el relato que permita el porqué y hacia dónde, que permita aposentar nuevas formas de convivencia y equidad. No renunciar a ello, es todo.
Éste es el tiempo del odio y del terror. El tiempo del rechazo, verwerfung, del amor. No amor y por lo tanto, nada existe como deseo. El hombre sólo es planteado por este discurso como desecho y desechable.
Estábamos equivocados. Junto a la teoría, (leímos mal) presentábamos al hombre como ser del lenguaje, efecto del lenguaje que lo preexistía, lenguaje donde se inscribía el viviente. Estábamos equivocados.
El hombre sólo conoce el lenguaje como instrumento y herramienta. Sólo adquiere el lenguaje en tanto le permite el dominio de su imagen, es decir el dominio del otro. No aspira a otra cosa que usufructuar del otro al máximo posible, entregando el mínimo. Depredador por excelencia, sólo respeta a los suyos mientras tanto, pues necesita sus refugios y justificaciones. Todo lo que el hombre ha pensado y realizado no es más que esta dialéctica de hierro: o triunfar sobre los otros o defenderse de los otros. Por lo tanto, la teoría de la guerra abarca todos los escenarios. Y si alguien señala nuestro pesimismo, simplemente podemos objetarle que mucho más pesimista es el mundo en su realidad.Sin embargo, puede objetarse, también hay en el hombre arte y sublimación, caridad y cuidado. El hombre puede sacrificarse por causas e ideales, puede hacerlo por otras personas. ¿Cómo se incluye esto dentro del panorama de su capacidad animal…? Otras especies también lo hacen, puede objetarse. Excepto el arte.
Y así entrevemos una salida: no la empresa del arte, no sólo lo que el arte nos muestra. Sino fundamentalmente, lo que el arte nos enseña. Ante todo, hacer con el vacío que nos habita otra cosa que el relleno de la crueldad. También debemos reconocer, desde Auschwitz, que el arte no es suficiente. Y además… Por qué habría de serlo, en la búsqueda de comprender el designio humano de destrucción. Para comprender, escuchemos a los poetas. Ellos ya nos señalan la primera, el inicio de la diferencia con el animal: la posibilidad de transformar la lengua, de hacer los libros, de transmitir lo que es.
II
¿Hay otro modo de leer esto…? Sí, que ya no sueño. Pues los míos no son sueños, son sólo explicaciones pedantes y laboriosas, réplicas sosas y ociosas de mis pocas acciones. Y los sonidos amplios y lejanos no abren la mañana, diversidad del afuera, son tan sólo el espanto del día y de los ruidos. Esto es lo que dice Patrizia Cavalli.
Pero, entonces, qué era aquello del sujeto y la dimensión del lenguaje en el hombre. El lenguaje que se efectúa en las palabras que parlotea el humanbobo, el humanidiota. Y en todo esto encontramos el sujeto del inconsciente.
Así lo definimos: El inconsciente es los efectos que ejerce la palabra sobre el sujeto, es la dimensión donde el sujeto se determina en el desarrollo de los efectos de la palabra. Esto, así señalado por Jacques Lacan en el Seminario 11 de su obra. Podemos aclararlo para aquél al que le parezca no claro. Sí, escuchemos.
Un torrente se precipita en mí, de antiguos hombres y mujeres cuya sangre ha venido a ser la mía. Ha empujado hasta aquí sus oleadas. Distingo tan sólo las últimas: mis padres, una abuela hermosísima y ardiente. Más atrás, no puedo remontarme, pero el estruendo de innumerables vidas ignoradas me atraviesa confuso: oigo las risas y el llanto, voces imperiosas o suplicantes en luchas y abandonos. Yo he nacido de todo eso y lo guardo en mí, aumentado por mi tímido arranque en el tramo que me fue otorgado.
Así nos muestra el sujeto Margherita Guidacci. Es otro y el mismo modo de decir lo que antes señalábamos, en su definición teórica. Pues el inconsciente es la voz de nadie, las trazas de los antepasados, las lenguas múltiples que me atraviesan y que, desconociéndolas, me hacen. El sujeto del inconsciente es transindividual. Pero en eso más allá del ser individual, se juega lo profundo singular. La historia, la trama, que se realiza entre una pequeña voz familiar y la estructura de la sociedad y la cultura de mi tiempo. Que recoge las historias y las culturas, y las lenguas. Sobre todo la transmutación de los sentidos que las lenguas proponen. Y no se opone singular y universal, pues el sujeto es lo particular capaz de universalidad.
El individuo, esa aspiración última de cada cual: no debe nada a nadie, ni siquiera al lenguaje, pertenece al discurso del amo. «Yo soy yo» espeta dios a Moisés. Ninguna explicación, pura inmanencia. Es el concepto de persona, que crece y se desarrolla durante el feudalismo. La persona es un concepto, entonces, vinculado al discurso del amo, que exige fidelidad (de allí lo de feudal) y lo confunde con el amor.
«Pero soy una persona», nos dice el otro. Hasta que bajamos la guardia.
El cristiano inventó, entonces, la otra mejilla.
El sujeto, el nombre del sujeto de la contemporaneidad, es el terror. Terror de quedar fuera del sistema económico, quedar sin trabajo, marginado, aislado y no solo (pues la mayoría de las personas ya están solas). Terror a confiar (lo que lleva exactamente a medir lo que se recibe y lo que se da).
Y en medio de este real, que mostramos, las innumerables «pequeñas voces», que se alzan y se escuchan, para no quedar sometidos al sujeto del terror, para enfrentar con lucidez lo que parece inevitable. Y para celebrar cada frase, cada abrazo, cada acto donde el hombre acuerda con su esencia de un lenguaje que no es ni herramienta ni extensión… Que, apartándolo definitivamente del ser del animal, lo hace inmortal y viviente. La cultura está enferma; y el discurso analítico, flor de lo simbólico, en su alianza con el poema, no debe cejar en abordar este terror, que nos ciega y paraliza.
Autor | José L. Slimobich