Hay un filósofo español que dice que la filosofía trata al hombre y a sus lazos sociales como si fueran un manicomio.
Platón ensayó su idea de Estado en Siracusa y tuvo que huir, ya que produjo una pequeña rebelión entre sus habitantes; digamos que los locos se rebelaron contra esas leyes que estaban hechas en la medida de las ideas ideales.
La filosofía inventa instancias que convocan al hombre a un recto proceder, un recto pensar, que se traducen en disciplinas de su ser: lógica, ética, teología, metafísica, etc. Instancias que de alguna forma sustituyen un lugar extraño, un lugar que por una parte le resulta familiar y por otro lado se vuelve siniestro, se complica y se modula conforme a unas leyes que se defienden de la acción humana, una acción que juzgan como animal si no hay medio que lo remedie. Luego estas estancias se prologan y conforman muros lo suficientemente extensos y altos como para contener la acción del hombre. Intentan defender al hombre del hombre mismo y constituyen un Leviatán, un gigante con pies de barro, con unas leyes humanoides, con esa forma de hombre, que expulsan al hombre de su contexto libremente ordenado. Su Leviatán conforma pasillos por donde el hombre transita siempre ajeno a él mismo, estos pasillos se construyen a partir de un primer principio, un primer principio que se postula como ‘algo es igual a algo’, como ‘un hombre es igual a otro hombre’, y por tanto debe respetar la imagen que le hace pensar en sí mismo.
Este primer principio le hace escuchar y acatar la orden de la fe, que se traduce en el primer movimiento de la voz en su forma más imperativa: “Yo soy el que soy”, dice el dios de la ley mosaica. Un imperativo que se traduce en la búsqueda del Ser como sustancia, del sujeto que se pronuncia él mismo en sus atributos, y que prolonga la sustancia de su esencia en el desarrollo del pensamiento, hasta confluir en un ‘porque pienso, existo’.
Lacan se da cuenta de esto y observa que sin ese imperativo que conforma el Uno en la fe no hubiera sido posible el desarrollo de la ciencia contemporánea; no existe una continuidad lógica entre el Logos griego y la ciencia sin esa ‘fides’ medieval, sin esas característica de la omnipotencia del Ser divino y uno. Es por eso que el eje central de este trabajo se forjó en ese tiempo medieval, ese tiempo de alguna forma denostado con ese nombre despectivo que significa una Edad formulada como entre una y otra cosa. Algo que fue nombrado desde una Edad que no quiere apreciar su herencia y de alguna forma la expulsa de su paraíso evolutivo. “Credo ut untelligas”, en esta frase se reduce y fundamenta la base del pensamiento de San Anselmo. En estos dos pilares del pensamiento se basa su acción: primero creer y luego pensar, y que le hace producir un argumento tan solapadamente trabajado por todos los filósofos posteriores. Fe que da paso al pensamiento, y no amor al saber. Lacan se da cuenta de que la verdadera pasión del hombre no es el saber, sino la ignorancia; sus otras pasiones, el amor y el odio. Dios es lo más grande, más allá de lo cual nada se puede pensar; de esta idea parte San Anselmo. Pero el insensato, el ignorante, ha dicho que Dios no existe; sin embargo, si reconoce que hay algo más allá de su pensamiento, está reconociendo que lo que existe por fuera es algo más grande que lo que él piensa. Éste es el argumento que desde las universidades, desde el desarrollo del pensamiento, se nombró como argumento ontológico, y que va a ser la base del pensamiento cartesiano que se traduce en “pienso, luego existo”.
Lacan constata que no es una prueba ontológica, sino que se trata de una prueba esencialista, de la aprehensión de la esencia del Ser, del pensamiento diagonal, es decir: de aquello que produce el salto en una serie de infinitos, el infinito que quedaría por fuera del infinito. Así un diálogo imaginario con el otro abriría la posibilidad de la ex-sistencia por fuera de lo que se piensa. Así hay algo por fuera del sentido que existe al sentido. Es un argumento fuerte, varias veces eliminado y vuelto a escribir por el propio San Anselmo.
Esto introduce una complicación en el pensamiento que hace que este argumento del Proslogio sea reducido en el campo de la filosofía a la existencia del pensar. Ahora bien, ¿qué motoriza el pensamiento?, ¿cuál es el primer motor del Logos?, esa pregunta que atraviesa el campo de la filosofía desde Aristóteles ¿qué es lo que anima el alma? Pedro Abelardo, cuyo nombre conocerán por la historia de amor de Abelardo y Eloísa, decía que la lógica le hizo amar el mundo. Su modo de pensar es ‘pienso, entonces creo’.
Sigamos un poco más con el juego de inversiones. Lacan toma a este autor medieval, que se prodiga en la compresión de la lógica de Aristóteles, y dice que la lógica no es que le hiciera amar el mundo, pero no le volvió muy amado. Así, invirtiendo esta frase de ‘pienso, luego amo el mundo’, y estableciéndola como ‘amo, luego pienso’, podemos trabajar un poco el campo que instauró la Edad Media para sus conquistas. Este campo es el campo del amor, el amor cortés para más señas. Tras una larga tradición que, partiendo de los griegos, llega hasta la Edad Media, el pensamiento se soporta en la homosexualidad; sólo se concibe el verdadero amor entre hombres: la primera reflexión sobre el amor se produce en los diálogos de Platón. Allí lo primero que se capta es que es un diálogo entre hombres, se habla del deseo y de lo amado y lo amante, ¿qué ama el amor?, lo igual o lo diferente; no planteo una crítica sobre esto, pero los diálogos eran así, entre efebos y sabios. Había algo ya excluido en ese diálogo del saber sobre el amor, esto era la diferencia sexual, lo primero que excluyó el pensamiento para su progreso.
Desde Aristóteles se pensaba que las mujeres no tenían alma. Era un problema que, como poco, complicaba la estructura del Logos, de este pensar, de este decir. Lo expulsado en lo simbólico retorna en lo real; esto que dice Lacan nos muestra cómo algo que es expulsado del paraíso del Logos griego retorna en la Edad Media con esta forma de amor cuyo objeto es la insatisfacción pura. El campo que instaura el amor cortés abre una nueva perspectiva al pensamiento, una tradición que se fragua en el norte de Francia y sur de Alemania, de la que se alimentan la poesía de los trovadores, y que traslada su influencia al seno de la Iglesia, en donde era pecado el simple deseo.
Abelardo polemiza sobre el tema de si era pecado desear o sencillamente sólo sucumbir a la satisfacción carnal. De esta forma este amor a distancia que mantiene con Eloísa le permite sublimar la relación con la carne en estos ríos de lógica que produce, estos ríos que le permiten su inferencia en el Ser divino. Este amor era considerado como impuro, era la herejía medieval, una práctica llevada a cabo por facciones de la Iglesia como los cátaros.
Ahora bien, ¿qué significaba esta práctica para el pensamiento medieval?: un lugar de insatisfacción, no se colmaba en la satisfacción de un deseo, sino que servía para otros fines, para otras conquistas; tanto las bélicas como las lógicas. A Lacan le sirve para hablar de lo que motoriza el pensamiento, ese primer motor del alma que inquietaba tanto a Aristóteles, un lugar que permanecía insatisfecho en la estructura, un lugar que da cuenta de lo que está perdido para el hombre en su acceso al lenguaje, un lugar que nombra con la forma de un matema, esta letra a que aísla el objeto de la pulsion, como un lugar vacío, como un lugar nada, alrededor del cual se conforman los mundos de las palabras, los modos del decir, los ‘logoi’.
Hay un filósofo francés que sostiene que Lacan en su búsqueda de este objeto, esta nada que motoriza el alma, va a investigar en el budismo, en el zen, hasta que se topa con este nada negativo –‘Nihil negativum’– de la lógica trascendental. No sé si esto está extraído de Kant, pero no es una lógica trascendental; sin embargo, si es un objeto que contradice el concepto, los ‘Begriff’ alemanes, se sitúa más del lado de lo que no es conocido, lo no sabido, más del lado de la pasión de la ignorancia, no es un deseo de saber, sino algo que permanece fuera del sentido, en su borde. Ahora bien, esta idea que progresa a lo largo del pensamiento, la garantía de lo Uno, ese primer motor, esa esfera inmóvil, que movilizaría todas las demás, esta idea aristotélica, tiene más que ver con el goce de la mujer, nos dice Lacan, una idea que atraviesa el cristianismo, a saber lo que le falta al Otro para ser completo, de esta manera lo que porta el pensamiento, lo que porta la unificación del Dos en lo Uno, del amor en el saber, es la elisión de la diferencia sexual. Así, nos dice Lacan, el soporte del Dios como garante de la verdad, se forjó por esta confusión, esta coalescencia nos dice, entre el objeto a de la pulsion y el significante faltante del Otro, esto tiene que ver con lo que funda el principio del placer.
El trabajo psicoanalítico sería disociar el objeto de la pulsion del Otro. Es un trabajo que se desmarca de lo que se puede pensar como la unificación de lo esencialmente otro en lo uno, es la escisión de estas dos cosas, en su vertiente etimológica menos conocida. “Scindere”, proviene del latín y significa aclarar, es un esclarecimiento. Lo que se juega en la Edad Media es si la razón puede dar cuenta de la fe y qué es lo que el pensamiento puede conocer, su alcance. Primero se reconoce la dificultad de lo universal, es decir: si la materia porta algo de lo que pudiera extraerse que cuando se la nombra se la reconoce.
Todo un problema que hace que aparezca un verdadero debate entre realistas y nominalistas. Guillermo de Occam sostiene que la razón no puede dar cuenta de los misterios de la fe; es la primera vez que se plantea la separación entre estos dos pilares de la filosofía. Así su famoso argumento de la navaja divide aquellas cosas que tienen sentido de las que no tienen sentido; la razón se ha de ocupar exclusivamente de las cosas que tienen sentido. Este sentido se ciñe exclusivamente a lo gramaticalmente correcto, este argumento que lleva tan lejos Wittgenstein, y que le hace decir que sólo existe lo que se puede nombrar. Sólo existe la verdad dentro del lenguaje; esto es el extremo del nominalismo: que no hay relación entre las palabras y lo que se nombra, sino que es la forma que el hombre establece con su entorno, la nominación del mismo, vacía de contenido, así las voces son ‘flatus vocis’ palabras vacías. Partir de que el nombre es algo que se pega a lo real, es lo que hace concluir que las palabras sean vacías, es la vieja concordancia del pensamiento y lo pensado, una trampa de la lógica que socava su propia fosa. Que de lo gramaticalmente correcto se siga la verdad es caer en la trampa de que del sentido se siga el sentido.
Lacan reflexiona alrededor de esto desde Russell, los argumentos del sin, el verde sin color. Se pueden armar un montón de frases, una pila innumerable, ‘un sin coche se subió a la acera y atropello ningún peatón’; hay muchos fenómenos que quedan fuera del sentido en su corrección gramatical, lo cual quiere decir que del sin sentido también se puede seguir el sentido. Hay una debilidad del pensamiento con respecto a la aprehensión de la verdad y es que elimina el sin sentido, y éste vuelve desmontando su acción. A partir de la incursión del psicoanálisis en la filosofía ésta empieza a ser otra cosa, la apertura de sus conceptos y sus tránsitos hacia lo inconsciente como verdadera instancia que domina la acción del hombre, sus conceptos empiezan a ser otra cosa, el pensar se vuelve una fórmula ligada al placer y a sus allendes.
Autor: Emilio Gómez