Los escritos de los psicóticos

Los escritos de los psicóticos
Un trabajo de Pedro Muerza.

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La escritura es un hacer que da sostén al pensamiento. Jacques Lacan

Escribir

Escribir no es lo mismo que hablar, no se parece en nada al decir. Se suele pensar que escribir es una mera inscripción, un modo de registro de lo hablado o una suma a lo hablado. Entre el decir y el escrito hay una montaña.

Todos los escritores insisten en la vertiente placentera que tiene el escribir, el júbilo cuando han encontrado la expresión precisa, la satisfacción por la obra terminada. Casi todos coinciden en la angustia de la imagen de la página en blanco. A algunos les ocurre que el propio escrito les conduce por derroteros inesperados y totalmente impensados. ¿Cómo puede ser que la propia ficción del escritor, al ir escribiéndola, produzca esta acción de expropiación en la que los personajes le van dictando la trama, le arrebatan sus ideas, le sacan de su propio texto dividiéndolo en espectador y, al mismo tiempo, creador? ¿Cómo es posible que el texto nos vaya diciendo lo que no sabíamos?

Muchísimos escritores resaltan la vertiente terapéutica que el escribir tiene para ellos. Algunos aseveran que escriben por miedo, por ejemplo Georges Bataille: “Pienso que lo que me obliga a escribir es el miedo a volverme loco”. Necesidad de escribir, una especie de forzamiento a hacerlo convertida casi en un deber de escribir, por motivos conscientes y por otros que se desconocen. De ahí que podamos acordar con Marguerite Duras cuando dice: “nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe”, pues para cada escritor las razones por las que escribe son singulares.

Es conocido, tanto en la clínica psiquiátrica como en la psicoanalítica, el hecho de que los psicóticos escriben y escriben por doquier, producciones literarias, hojas de papel cubiertas de escritura. Hay casos extraordinarios que ya han quedado en la Historia como ejemplares, como el del presidente Schreber que escribió “Memorias de un enfermo de nervios”. Se trata sin duda de un caso excepcional

Los psicoanalistas recibimos a psicóticos que producen escritos que los convierten, aunque sea para ellos mismos, en escritores. ¿Escriben por motivos diferentes a los escritores? Inmediatamente podemos pensar que los psicóticos escriben para sí mismos. ¿Pero el escritor, aunque sea muy cualificado y reconocido, al escribir no lo hace siempre, en parte, para él mismo?

Casi desde sus inicios tanto escribir como leer han sido tareas  muy sospechosas. Las personas que las practicaban fueron investidas de poderes especiales e incluso de un poder maléfico. Y también han participado de esta carga histórica negativa el lazo entre escritura y locura, locura y creación.

Leer

El que escribe lo hace solo y desde su soledad. Para él, el lector está también presente si bien en ausencia. Freud dice en el Malestar de la Cultura que “la escritura es, originariamente, el lenguaje del ausente” con quien uno entra en relación. Y así, ¡qué gozada!, tenemos interlocutores de todos los tiempos. Podemos recorrer las obras escritas desde la Antigüedad hasta los autores más actuales. Sin embargo, es cierto que leer un libro no es lo mismo que hablar con el autor. El autor y la obra son distintos. ¿Cómo pudo este hombre o esta mujer emocionarme, hacerme sentir lo que sentí? Quizás haya que tomar a consideración a Paul Ricoeur, quien dice que la relación “escribir-leer” no es un caso particular de la relación “hablar-responder”. Según él, la lectura de un texto no es una manera de interlocución ni de diálogo, si entendemos éste como un intercambio de preguntas y respuestas. Sin embargo, se puede decir que el escrito habla y el lector le puede plantear preguntas al texto.

Todos podemos reconocer que en nuestras vidas hay determinadas palabras que nos marcaron. Sin embargo, muchas veces las palabras de los autores son efímeras y fugaces mientras que su escritura aspira a ser eterna, estando permanentemente dispuesta a ponerse en pie cada vez, a recobrar “vida”. Porque la lectura, como el buen vino, resucita a los muertos. Y aunque el muerto viene a decirnos siempre lo mismo,  los lectores  vamos a ir interpretando a lo largo de siglos y desde las diferentes culturas aquello que dijo o que escribió. Al pasarlo por el tamiz de nuestro deseo, vamos a hacer con él otra versión para uso exclusivamente de nuestro gozo. Y ahí cabe preguntarse si leemos o si más bien somos leídos por el libro en tanto que hay libros que captan nuestra atención y no podemos dejar de leerlos con fruición pues parece que leen el deseo inconsciente habiendo otros que incluso no podemos realizar su lectura justamente por comprometer el deseo. Se da la paradoja que aunque el escrito sea siempre único, al mismo tiempo deja de serlo, en tanto es leído de muy diversas formas. Es un mismo texto conteniendo virtualmente una multiplicidad de versiones. Incluso cabe decir que el lector crea el texto al hacer la lectura con su propio texto, lee un texto con otro texto. Espacio de conjunción y de diferencia, de reunión de ambos y de autonomía de cada cual, de manera que acentuando esa autonomía se llega, como dice Pedro Charro, a que “el lector lee un texto independiente a la voluntad del escritor” . De este modo, encontramos a escritor y lector, cada uno desde su lado, participando y gozando en el banquete y en el festín de las letras.

Lo escrito se dirige a un lector por venir. Si bien el escritor puede imaginar al lector para el que escribe, en el caso del psicótico sucede que no sabemos a qué interlocutor está dirigido y sin embargo, ¿no serían válidos sus escritos aunque fueran para un solo lector, él mismo? Ahora bien ¿el autor puede ser propiamente lector de sí mismo? Aunque así fuera ¿a qué responde tomarse tanto trabajo?

Quizá una de las dificultades mayores para intercambiar con un psicótico es que continuamente rehace su relación con los pactos simbólicos, su relación con los convenios pactados a los que todos nos sometemos. No solo cambia su vínculo a esa ley, sino que cambia la misma ley; la rehace y solo se somete a la suya. Es como si dijera: “Esto lo dije ayer pero hoy digo esto otro”. Entonces aparece como creador de la ley, como un dios que crea y dicta cómo son las cosas y ejerce de dios imponiendo esa ley. Esta ley y deseo que van unidos para todos, deja de ser así para el psicótico. De ahí que, a veces, su discurso es despótico e incluso tiránico diciendo de forma acerada  que las palabras son las cosas. Para promover y promulgar esa ley que es un exceso, la cambia a su conveniencia necesitando incluso una nueva lengua.

La aspiración de Schreber de crear una nueva lengua -“lengua fundamental” que viene del exterior y que las voces van enseñándole-, es una aspiración que ha estado presente en muchas épocas históricas. Si alguien diera con esa fórmula fundamental, universal, podemos suponer que no la cambiaría; como cuando alguien en la ciencia da con una fórmula fija y transmisible de algo, no la cambia. El psicótico  tiene esa misma aspiración, es como si dijera: “si la fórmula funciona, cuanto menos variantes introduzca mejor haré llegar el sentido unívoco de lo que digo”. Es un hecho observable que el psicótico apenas cambia su delirio, en cierta forma es su ley o remedo de ley.

Hay cosas que no pueden decirse

En muchas situaciones decimos que hay cosas que no se pueden expresar con palabras, que se nos quedan cortas para comunicar estados afectivos o sentimientos complejos, paradójicos o contradictorios. María Zambrano dice sobre este tema: “Hay cosas que no pueden decirse” y es cierto. Pero esto que no puede decirse es lo que se tiene que escribir. Descubrir el secreto y comunicarlo, son los dos acicates que mueven al escritor.

Se puede pensar que al psicótico le pasa lo mismo, que aquello de lo que no puede hablar es, justamente, de lo que escribe. Porque del escribir se obtienen unos claros beneficios de cierta organización de lo que está sucediendo, beneficios de aclararse a sí mismo sobre lo que uno está viviendo, de profundizar en sus pensamientos, de sacar fuera de sí los elementos que le angustian o los contenidos que le alteran y que, en el caso del psicótico, le producen un disturbio permanente. Escribiendo va a poner en orden su delirio y va a reafirmarlo y quizás, para conseguir todo ello, lo escribe no solo una vez sino varias veces. Este escribir y volver a escribir no tiene nada de particular. ¿Qué escritor no hace y aconseja que hay que escribir mucho, corregir más, tachar e incluso romper un texto para rehacerlo mejor, con una redacción más precisa para expresar de forma más matizada lo que se quiere decir? El propio escrito lleva a escribirlo de nuevo con más distancia, con más concisión, con más precisión. ¿No es eso lo que hace Schreber en el intento de dar sentido a su experiencia de goce fuera de sentido? Para Schreber se trata de escribir y escribir con la aspiración no solo de comunicar algo subjetivo sino con la aspiración de que sus memorias sirvan nada menos que a la ciencia, al querer objetivar la relación única que ha tenido con la realidad divina.

Si nos preguntamos qué dicen los psicóticos en sus escritos, nos encontramos que escriben sobre lo que escriben los pensadores, los filósofos, los poetas y los psicoanalistas. Podemos hacer un pequeño inventario: el amor y el deseo, el padre, la muerte, el más allá de la muerte, la reproducción, la mujer, los celos, las pasiones, el cuerpo, la soledad, los otros, las distintas formas de maldad como la persecución, la injuria, el robo, la amenaza.

Se puede considerar que no se trata por lo tanto de gente “enferma” que por una u otra razón sufre de determinados déficits o que traten de sus problemas “personales” diciendo cosas incomprensibles para la mayoría, ¡no!, lo que muestran sus escritos es que están interesados y preocupados por las cuestiones de la condición humana que han generado interrogaciones que se repiten a lo largo de la historia, dificultades y problemas de los hombres que encuentran en ellos perspectivas, análisis o soluciones singulares. Otra cuestión, que no es menor, es si todos esos otros escritores nadan como pez en el agua en todos estos asuntos mientras que los psicóticos “se ahogan” en ellos, pues les ha llegado antes la respuesta sin tener tiempo tan siquiera de hacerse la pregunta. Preguntas que el neurótico puede armar al tener la significación fálica.

Se puede decir, con Jacques Lacan, que el psicótico es escritor más que poeta. La poesía nos abre e introduce en un mundo diferente al del sentido común. La poesía es la creación imaginariamente simbólica de un sujeto, que posibilita una nueva relación simbólica con el mundo. Nada de esto se encuentra en Schreber pues si bien a todas sus experiencias les va encontrando el sentido último de su propia transformación en una mujer por deseo de Dios, con la consecuencia de convertirse en la mismísima mujer de Dios.

Con todo, psicosis y poesía pueden verse coexistiendo, por ejemplo, en un poeta psicótico, que por un lado nos muestra en su obra poética la belleza de las metáforas y la evocación de imágenes que van a dar lugar a asociaciones inéditas, mientras que en el delirio, por ejemplo un delirio de persecución, puede ser monocorde, repetitivo y, por ello, aburrido. La coexistencia aludida abre la pregunta sobre creación y locura que abordaré más adelante.

Si tomamos para orientarnos la vieja distribución del saber entre los conocimientos “de letras” o “de ciencias”, se podría considerar que los psicóticos son más proclives a escribir sobre los temas “de letras”.

Ahora bien, ¿no tendrán los escritos de los psicóticos algún rasgo de los escritos de “los hombres de ciencias”?

Los escritos científicos  son siempre leídos de la misma manera: si a=a, si b es idéntico a b, eso ocurre aquí y en Tokio. Lo idéntico no es interpretable, no da lugar a equívocos ni a deslizamientos de sentido, tampoco a cosas medio dichas ni mucho menos a chistes; es “así” y no cabe la posibilidad de que sea “asá”, si se me permite la expresión.

Es observable que una vez que el psicótico escribe su delirio no lo modifica y apenas lo cambia. ¿Tendrá que ver esto con el lenguaje matemático? Esta articulación la ha trabajado el psiquiatra y psicoanalista español Fernando Colina en su escrito Locas letras y a él me voy a referir.

Sostiene Colina que “la matemática que en definitiva no es más que un delirio verdadero, resulta el modelo más atrayente para el delirante y, por el mismo motivo, es lógicamente de un asalto matemático a su pensamiento de lo que el psicótico padece”.

Lo ejemplifica una frase dicha por un paciente suyo: “Todo comenzó cuando las palabras se volvieron exactas”. Poner el origen de su locura en la exactitud de las palabras ¿qué querrá decir? Cuando más bien los psicóticos nos sorprenden hablando a veces con neologismos, siendo éstos una serie de términos que no existen en el diccionario y cuya significación se nos escapa al resto, es, al menos, llamativo. Y sin embargo es “lógico” lo que dice este psicótico. Pues, si para todos las palabras fueran exactas, serían unívocas, dirían siempre lo mismo, no habría malentendidos, cosas medio dichas, no habría ese querer decir una cosa y, al decirla, decir otra, no habría impurezas, equívocos ni chistes. Es a través de “lalengua”(neologismo de Lacan), lengua singular que cada sujeto ha aprehendido, por la que va adquiriendo sentido la realidad para cada uno, realidad que no puede ser, entonces, sino totalmente singular, por lo que es frecuente y totalmente necesario tener que preguntar ¿Qué quieres decir con lo que has dicho? ¿En qué sentido lo dices? Si se pierde esta capacidad que tienen los significantes de remitir a más de una significación, se dejarán de producir las diversas significaciones que aparecen en su combinatoria, dando como resultado que las palabras  serían univocas, siempre con la misma significación, “exactas”.

Por eso el psicótico, dice Colina, se encuentra en una batalla en que “tiene que defenderse del abrazo algebraico de su pensamiento, que le estrecha hasta asfixiarle, aunque solo puede hacerlo con el delirio, que es el pensamiento más matemático y alusivo que conocemos. Contradicción que, en cierto modo, le inclina hacia la expresión escrita, que siempre cuenta con un esbozo de literatura donde el rigor y la metáfora conviven para salvación de los mortales”.

De ahí que se pueda suponer que encuentra alivio cuando “se exilia en su cárcel de papel, en una prisión textual formada por los barrotes del texto que escribe y por las rejas de su estricta literalidad. En esa doble textualidad explorará el equilibrio que la locura le promete pero que a la vez le ha sustraído”.

El escrito, entonces, tiene una función singular por cuanto le sirve a él, pero le sirve, además, por ese carácter de “nueva lengua” cuya vocación, eso sí, será de universalidad, y una vez encontrada bastará con que sea publicada, que se pronuncie y escriba una sola vez, sin modificaciones ni variaciones.

Recuerdo una extensa carta de un psicótico en la que, con el estilo de la lógica-deductiva, argumentaba sobre la existencia de Dios, concluyendo así: “Esto es lo que te quería decir pues nuestra demostración no es más que Matemática pura; ha habido suerte de dar con ello”. Aspiración a que la existencia de Dios se pueda probar matemáticamente, que sirva para todos y, debido a su trascendencia, necesidad de darlo a conocer a todos comenzando por las instancias religiosas más altas. Pero ¿no es relativamente habitual entre los descubrimientos científicos que investigando una determinada cuestión se encuentre, por azar, otra bien distinta a la propia investigación, con la consiguiente necesidad de publicar esos hallazgos? Es cierto que para el creyente no es necesaria la demostración de la existencia de Dios, pues Dios existe si se tiene fe, la verdad de la religión es la fe.

Locura y creación

En innumerables ocasiones se ha trabajado esta articulación entre la escritura y la locura como parte de una más general entre la creación y la locura, la genialidad y la locura.

Es interesante la constatación de que en la etimología de la palabra escritor existen dos aspectos a resaltar: por una parte, en latín scriptor significa digno de fe, de ahí que a lo escrito le concedemos de entrada una mayor fiabilidad y, por otra, el verbo escribir deriva del verbo hebreo skribh que significa cortar, cribar, es decir crear aludiendo a que la palabra crea. Abram sella su alianza con Dios cortando su nombre con una h, letra del aliento, y se crea ¡Abraham!

Partamos del sentido común. Podemos convenir que no podríamos vivir con los otros si no tuviésemos un acuerdo sobre el sentido que damos a nuestras palabras y a nuestros actos. Es así de sencillo, hablamos y parece que nos entendemos al sostener una serie de convenciones comunes.

Tenemos, entonces, o la dictadura del sentido común que nos lleva a convivir o adormecernos con los otros o la tiranía del sentido delirante que llevaría a la libertad del vivir desamarrado del Otro y de los otros (por ello decía Lacan “La libertad es la locura”). En ninguna de las dos maneras -sentido común o sentido delirante- encontramos el vacío creador, vacío generador de nuevas palabras, de nuevos sentidos liberadores. Hay en el delirio una construcción para no caer en el vacío del fuera de sentido; hay reconstrucción pero escasamente metáforas o metonimias con las que hablando de unas cosas nos servimos para hablar de otras.

Alrededor de ese vacío -ante un llamado que el sujeto no puede responder- alrededor de ese agujero, aparece una proliferación imaginaria como un intento de  sostenerse en las relaciones con los otros. Pues la función del delirio es la de dar respuesta a lo que se encuentra en lo real, una respuesta discursiva de la que el sujeto se vale para explicarse la captura a la que el Otro gozador le somete a la fuerza. Dicho de otra manera, ante ese vacío se produce un trabajo psíquico para remedarlo por medio de producciones múltiples. Por eso el empuje-a-la-creación resulta inherente a la estructura psicótica. Otra cosa diferente es que esas creaciones sean modestas o geniales. Sin embargo, aún en el caso de que sean modestas, el resultado en cuanto a la identificación social del psicótico puede ser muy importante, pensemos por ejemplo en la consideración social que puede tener en un medio rural donde es muy distinto ser tomado como “el loco del pueblo” o “el pintor del pueblo un poco raro”. Ya lo creo que hay diferencia…

Es interesante, asimismo, la constatación de que Jacques Lacan retoma muy tempranamente el interés de Freud por la paranoia y por los escritos de los paranoicos. En sus primeros años como psiquiatra trabaja ya la cuestión de la locura y la creación; la trabaja tanto en textos anteriores como en los inmediatamente posteriores a su tesis doctoral que tituló: “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”, también conocido como caso Aimée.

En un trabajo previo a la tesis, titulado: “Ecrits «inspirés»: Schizographie”, escritos junto con otros, hacen referencia, a propósito de un caso, al Manifiesto surrealista de Breton (1924) y a la “Inmaculada concepción” de Breton y Eluard (1930). Un punto subrayado es el ritmo y el valor poético de ciertos pasajes. Con todo, todavía se insiste en la concepción de déficit de las alteraciones y en que el automatismo mental suple al déficit.

El caso Aimée va a ser un punto de viraje en la manera de pensar la psicosis paranoica, puesto que el énfasis está puesto en la producción de algo nuevo. Y es debido a un hallazgo. Al trabajar el caso, Lacan encuentra que Aimée había escrito dos novelas que le van a servir para un análisis no solamente desde el punto de vista clínico sino también, desde el punto de vista literario.

Lo primero que señala es que las dos novelas son escritas en pleno periodo de delirio, que cursó en un breve espacio de tiempo, y que una vez que ese tiempo de delirio concluye de forma abrupta, Aimée ya no vuelve a escribir. Por eso los denomina como “momentos fecundos” del delirio. Es decir, el trabajo psíquico alrededor del goce invasor produce no solo las formaciones delirantes sino también, en este caso, producciones literarias que va a valorar no solo él sino muchos escritores como Fargue, Crevel y el poeta Paul Eluard.

Lacan resalta un rasgo común en las dos novelas: presentan “una notable unidad de tono y en las dos hay un ritmo interior sostenido, que garantiza su unidad de estructura”. Va a decir que en la primera hay imágenes de verdadero valor poético; si a Lacan le han atraído poderosamente la atención es porque ambos escritos se alejan de la estereotipia del pensamiento sobre la que habían escrito en “Ecrits «inspirés»: Schizographie”. Encuentra que ambas novelas “están hechas de una sucesión de frases breves que se encadenan con un ritmo que impresiona desde el principio por su naturalidad y tono elocuente”.

En la segunda novela están también ausentes las anomalías habituales de los escritos de los paranoicos y hay un “cierto rebuscamiento preciosista en la elección de las palabras.” Aimée se había presentado a sí misma como una “enamorada de las palabras”.

Tenemos aquí planteada la cuestión de que el psicótico tiene, como cualquier escritor, momentos creativos  en los que desarrolla su obra, y otros en los que parece que la creación está ausente o casi ausente. ¿No hablan muchos escritores que tienen momentos, cuando han terminado una novela por ejemplo, en los que piensan que no tienen nada más que decir durante un tiempo, a veces años, hasta que de nuevo su capacidad imaginativa crea nuevas tramas? ahora bien, lo sorprendente en el caso que Lacan plantea, es que ese momento de creación literaria -que lleva a una producción que no está afectada por el proceso mórbido- se produce simultáneamente al delirio. Aimée escribe bien en ese momento, se puede decir que escribe como una escritora con recursos literarios de importancia y, a la vez, está presa de los delirios de persecución. Y, además, toda esa capacidad creativa termina súbitamente al recobrar la salud.

En estos artículos Lacan deja claro que el paranoico tiene esa capacidad creativa y que no solo le sirve a él sino que por ese “margen de comunicabilidad” puede llegar a otros como es el caso de los artistas de cualquier género que logran, a través de la obra, no solo una “auto-comunicación” sino la participación de otros en eso que él comunica, consistiendo justamente su éxito en la participación colectiva de eso que comunica.

Es un hecho el orden del empuje a la creación o a la construcción como reacción a la relación abrupta con el significante, como lo muestra la entrada a la psicosis. Tenemos entonces que locura y escritura forman una pareja fructífera. El empuje a la creación hace que el psicótico cree obras de mayor o menor relieve.

Tendríamos, pues, dos tipos de resultados en el psicótico: las estereotipias y las creaciones. Las dos se oponen y están en funcionamiento simultáneamente. Desde el punto de vista creativo, la locura estimula la creación, le da forma diversas formas y bien sabemos que su obra puede ser modesta o genial.

Podemos pasar a preguntarnos ahora, ¿cómo se produce la obra artística?

Sabemos por Freud que la sublimación es un  destino de la pulsión por medio de la cual el artista crea nuevas formas imaginarias que encuentran una valoración social, siendo la sublimación fuente de aptitudes artísticas o de importantes realizaciones culturales e intelectuales. Pero no todo puede ser sublimado, como tampoco es lograda una satisfacción total  con la obra de arte. Lo que se consigue con la obra creada nunca va a ser “eso” que se busca, será solo una representación de la “Cosa” buscada y siempre va a quedar un resto que no va a satisfacerse pero que permanecerá como acicate, como impulso para una nueva creación.

Lacan dice que ese resto, ese vacío que se promueve al tiempo que se crea, tiene  que ver con la sublimación. Y nos muestra cómo el arte, la religión y la ciencia  tienen diferentes maneras de hacer con ese vacío.

El arte es un cierto modo de organización de ese vacío. El artista hace con el vacío, no es lo importante la técnica, ni el aprendizaje, sino el saber hacer; y esto es lo que el psicoanálisis aprende del arte: que hay un saber hacer con el vacío.

Este no es el caso del delirio en el que hay una imposición de sentido ni se trata de la creación de una formación que se pueda compartir con otros, aunque, paradójicamente, ésa sea su finalidad, pues trata con él de rehacer ese vínculo con el Otro; en el caso de la creación de nuevas palabras -los neologismos de los psicóticos- tampoco se trata de significaciones que podamos compartir con él, pues solo le sirven al psicótico, solo él es el amo de ese sentido. En efecto, son muy diferentes de los significantes nuevos inventados por Lacan,  por ejemplo, a través de la homofonía, en su “moterialismo”, donde sustituye una a por una o, -de materialismo pasa a moterialismo- (que condensa materialismo con mot -palabra-) y que sirve para especificar que no es otro que el materialismo de las palabras, materialismo donde reside el asidero del inconsciente.

A pesar de todo, hemos de reconocer que el psicótico a menudo nos deslumbra con sus agudezas, con su manera rápida de dar con la cuestión precisa que se juega en una determinada realidad personal, grupal o colectiva. Hay ahí una creación rápida, efímera, que nos deja atónitos al iluminar desde otro ángulo aquello que estaba velado para el sentido común. ¿De dónde sale esta agudeza, incluso esta genialidad? Serge Leclaire, en el artículo “En busca de los principios de una psicoterapia de la psicosis”  plantea que quizás aparezca debido al esfuerzo de “volver a encontrar en otra parte la simbolicidad fundamental que ha perdido. Esta surge de la manera más inesperada y desordenada en cualquier punto de su mundo”. Ahí el loco se nos muestra como genuinamente creador y si ese loco es un artista, puede su locura hacer surgir lo que otros artistas quizás no puedan alcanzar de ninguna de las maneras. Todos tenemos en la memoria a alguno de los locos geniales como Van Gogh. ¿Ahí, en su capacidad artística, en su saber hacer está en juego otro destino de la pulsión que la sublimación? ¿Cómo coexisten la reconstrucción que supone un delirio con el vacío creador? Son preguntas que insisten.

Pedro Muerza.

Psicoanalista de la Escuela Abierta de Psicoanálisis.
Instituto de Psicoanálisis de Pamplona.
muerzacho@ono.com

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