El sujeto de la episteme se pregunta de dónde le viene su saber.
Suponemos vivir fuera de los cánones de la auctoritas
cuando más nos apegamos a ella.
Hay lo que no puede decirse sino a medias, y lo que se dice más allá de todo dicho.
Cuando hablamos lo hacemos desde una posición, y nuestro decir queda atravesado por un discurso. Hay dos discursos, así nos enseña Lacan, que se oponen: el discurso del amo y el discurso analítico; el discurso del amo alcanza su auge en el discurso del capitalista en su unión con la ciencia, y llega hasta nosotros a través de un imperativo: «sigue sabiendo en determinado campo -cosa curiosa, en un campo que de algún modo está en discordancia con respecto a lo que a ti te concierne, buen hombre».1 «Sigue. Adelante. Sigue sabiendo cada vez mas».2 No hace falta que nadie esté allí: eso trabaja, eso goza. La orden del amo aplasta cualquier pregunta por la verdad, nos hace renunciar a ella; el discurso del amo que se cree unívoco no le deja ningún lugar al ser que habla, enmascara la división del sujeto. La verdad que la experiencia analítica reserva para el hombre es una verdad que puede enunciarse con un medio decir, «…no puede decirse por completo, porque mas allá de esta mitad no hay nada que decir… no se puede hablar de lo indecible».3
Esta verdad se burla de la plenitud del ser, se burla del todo-saber, de una idea imaginaria del todo, del saber mismo que se transforma en autoridad, del saber en tanto verdad; hay un saber que no se sabe. El inconsciente nos recuerda la falta de ser de la verdad; la experiencia analítica más bien nos muestra la debilidad, la vulnerabilidad del ser hablante, en su condición estructural de empleado del lenguaje. Si la felicidad se transforma en un factor de la política, si nos agitan el amor universal para calmarnos, la verdad cuando emerge y no es feliz puede ser catastrófica; la verdad esconde la castración. Dar lo que no se tiene es una de las definiciones que Lacan nos da del amor: amor de la debilidad, «lo que podría reparar esa debilidad original».4 En el discurso analítico ‘no tener’ puede fundar el deseo; en el discurso del capitalista ‘no tener’, significa quedarse afuera del sistema, morirse de hambre.
Cuando los padres matan sus hijos, de algún modo ¿constituye el homicidio en algunos casos un intento de no hacer aparecer aquello que no encuentra su lugar en el sistema dominante? El sufrimiento humano, el dolor, la vacilación, el fracaso, la división del sujeto entre el bien y el mal; la interrogación, la pregunta acerca de lo que me sucede, que no conozco, que no entiendo, inaugura un campo de no saber que no se guía por el sentido común sino por un sentido real, más oscuro, allí donde una verdad del sujeto puede advenir
En una sociedad ordenada en el discurso del amo que se funda en el todo, la respuesta ante el malestar parece también ser total; se sabe qué hacer con el otro: si es necesario y por su bien matarlo inclusive; goce que se afirma en el ‘soy lo que soy’, un ser único o nada, la muerte. Empuje de la pulsión hacia lo inmediato; algo urge, no admite ser postergado; ninguna estructura simbólica que tenga.
Ante el vacío del saber, «la producción de pena como efecto psicótico del capitalismo», «la pena de los ricos»; dos lecturas realizadas por José L. Slimobich y Fabiana Grinberg a partir del material presentado por Luigi Correra en las últimas Jornadas que se realizaron en Buenos Aires sobre «Las políticas de la mujer».
Autora | Pamela Monkobodzky
Notas:
1.- Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1992. Pág. 116.
2.- Ibíd., pág. 110.
3.- Ibíd., pág. 54.
4.- Ibíd., pág. 55.