“En música, lo más importante no se encuentra en la partitura”
Gustav Mahler
Palabra y silencio. Ambas son importantes equitativamente por su función, por su poder, por sus efectos. Pero inmediatamente surgen las preguntas, ¿qué tipo de palabra?, ¿qué tipo de silencio?, ¿hay distintos silencios?
Desde el sentido común, se pueden situar diferentes silencios. Tenemos la expresión «el que calla otorga» que señala un consentimiento tácito a lo hablado. Está el silencio como signo anticipatorio de la importancia de lo que se va decir a continuación. Está el silencio del secreto que conlleva la tensión e incertidumbre sobre los efectos que puede acarrear
levantarlo. Está el silencio cómplice. Y muchos otros. Además, está la política o la estrategia sobre el silencio. Así vemos el silencio destructivo del odio o de la negación que intenta reducir a nada acontecimientos importantes, hechos y dichos que, por silenciarlos, se quiere hacer pasar como si no hubieran sucedido. Callarse o hablar se presentan, en
ocasiones, como verdaderos dilemas por las consecuencias que son capaces de desencadenar. Desde la Antigüedad se considera un arte saber cuando uno ha de tomar la palabra o escuchar en silencio, el arte del diálogo.
En un psicoanálisis hay una invitación a hablar: «diga Vd. cualquier cosa», pero esa exhortación no quiere decir que esté prohibido el silencio. Quizás pueda haber una aspiración a que se pueda decirlo todo pero cuando uno dice algo envía el resto al silencio. Es más, el silencio está presente, hablen o callen los interlocutores de ese diálogo inédito que surgió con el psicoanálisis.
En el analizante, quien sí esta obligado a seguir la ley de la asociación libre por más que le entren ganas de reservarse y callarse en lo tocante a algunas miserias, puede darse este silencio a causa de la transferencia. Cuando eso ocurre, Freud nos brinda la indicación de hacerle hablar con aquello de, «quizás Vd. está pensando en algo acerca de mí» y a este truco se responde siempre, cien por cien de efectividad… Puede producirse el silencio como reserva de decir algo porque no conviene decirlo todavía, que responde a un «ahora no», lo diré más tarde, no vaya a ser que por decirlo demasiado pronto confunda a mi analista. Hay otro silencio que, como indica Lacan, hay que entender «no como negativo sino que vale como más allá de la palabra. Algunos momentos de silencio, en la transferencia, representan la aprehensión más aguda de la presencia del otro como tal». Es decir, momento de aprehensión de que se esta hablando a otro, presencia del prójimo que se puede entender no como semejante, reflejo de nosotros mismos, sino sobre todo ese otro en su diferencia de modo de gozar, el prójimo al que conocemos pero que nos sorprende, con quien podemos tener una relación intensa pero que, al mismo tiempo, conserva un velo fundamental que es el misterio.
Al analista, por el contrario, ante una demanda del analizante, le asiste «el derecho» a guardar silencio. Expresión que tiene esa connotación de que en ese momento es más importante lo que silencie que lo que pudiera decir, que diciendo algo (fuese lo que fuese) malograría la situación. El silencio del analista puede tener también distintos sentidos. Y es importante hacerlo ingresar en el momento justo y así: puede ser respuesta a la palabra vacía en lugar de relleno locuaz, hacer silencio ante lo que el analizante le ha
confiado, hacer silencio como tiempo de espera, hacer silencio como corte. O algunos otros.
Pronto se vio que el silencio era generador de una serie de problemas prácticos en la cura analítica y, además de Freud, fue trabajado por distintos analistas postfreudianos. Uno
de ellos es Robert Fliess, hijo de Fliess, el interlocutor de Freud por correo. Escribió un texto: «Silencio y verbalización: suplemento a la teoría de la «regla analítica».
En ese texto, Fliess toma en cuenta las observaciones de Karl Abraham[1] sobre ciertos rasgos de carácter que pueden atribuirse al desplazamiento de la satisfacción oral de la succión a una necesidad de dar por la boca, es decir personas que además de querer obtenerlo todo tienen una constante necesidad de hablar y atribuyen a sus palabras un valor o poder especial, entre sus rasgos principales. El silencio se convierte en una defensa frente al erotismo oral. Asimismo toma en cuenta la indicación de Ella Sharpe por la que el hablar reemplaza a la actividad de apertura de los orificios erógenos y las palabras son sustitutos de sustancias corporales.
Se producen entonces equivalencias y así hablar representa un sustituto de la apertura esfinteriana mientras que el silencio es equivalente del cierre de los orificios erógenos. La boca se puede «convertir» en una uretra o un ano pudiéndose hacer con las palabras lo mismo que se hace con la micción o las heces: retenerlas o expulsarlas. Parte de que se pueden distinguir tres tipos de lenguaje erótico-parcial: uretral, anal y oral con sus correspondientes tipos de
silencio en la cura analítica. Cada forma de silencio puede ser referido al
cierre de un esfínter particular. [2]
¿Por qué son importantes estos tipos de silencio en la cura analítica? Porque merced a la regla analítica, al reactivar la neurosis infantil, se produce un desplazamiento de la erogeneidad infantil latente sobre el aparato del lenguaje, produciéndose un lenguaje erótico parcial y una descarga pulsional por medio de la palabra. Las diferentes formas de silencio son cortes de ese lenguaje erótico, sintomáticos de una lucha por el control de una descarga pulsional de afectos regresivos. El discurso se ha convertido entonces en objeto de una erotización, que sigue los desplazamientos de la erogeneidad de la imagen corporal. Todo ello determinado por la transferencia.
El mérito, dice Lacan, es que, por la vía de una cierta percepción, haya captado que si el discurso toma esa función erótica, esos silencios indican la inhibición de la satisfacción que experimenta en él el sujeto. «El silencio es el lugar donde aparece el texto sobre el que se desarrolla el mensaje del sujeto». Porque no está en juego el yo sino que se trata del sujeto. Nos enseña a distinguir la calidad y el valor de un silencio por el modo como el sujeto entra allí, lo hace durar, lo sostiene y sale de él. Hasta ahí se juega la presencia erótica del sujeto.
Más allá de las descripciones y usos del silencio, hay un silencio estructural que, precisamente, los diferentes discursos tratan de regular, el silencio de la pulsión de muerte o goce.
El discurso analítico se rige por una lógica de lugares. Así, el analista hace semblante de objeto a, quiere decir que es el lugar del que causa palabras, en ese causar palabras
logra que el otro diga cosas que le pasan.
La persona viene y nos trae sus malestares, sus enredos, sus acontecimientos para trabajar y el analista tiene la posibilidad de interpretar lo que dice el analizante basándose en la homología, la similitud, la conexión («Vd .hace con esto como con tal otra») traduciendo de un sentido a otro, o puede dejarle hablar y agregarle la dimensión subjetiva que no puede ver por ella misma. Un ejemplo puede ser el de una mujer que dilapida en su trabajo y en ese dilapidar compromete a toda la serie de mandos por encima de ella. ¿Por qué hace eso?, ¿Por qué se metió ella y metió a sus jefas en ese lío? La lectura dice: le gusta hacer bochinche, hacer ruido, lo ha hecho desde adolescente, no es de llevar a cabo importantes empresas, lo que le va es hacer ruido provocando barullos y comentarios, con pérdidas importantes para ella. Esta lectura representa muy bien «el ser» del sujeto,
está en la estructura de su mismo acto.
Es decir, en lo que dice el analizante, que tomamos como texto, se sobreimprime o acompaña otro texto que se puede leer. ¿Qué se lee? se lee algo que no esta en el sentido, se lee lo que se escribe en silencio. Aparece sorpresivamente algo inconfesable pues es imposible de decir y por tanto imposible de ser escuchado pero sí posible de escribirse y, por tanto, de ser mostrada en una lectura.
Decía antes que se puede pensar que nuestra función es añadirle la dimensión subjetiva que la persona no puede ver por sí misma. Pues la persona es el sujeto mas el objeto a. Porque el sujeto recibe su lugar, su sustancia, su ser (dasein), del objeto pulsional, de la letra. Es en la escritura de esa letra a que es objeto, en el relato, donde aparece como el sujeto es captado por alguno de ellos. Por ejemplo, en lo que nos relata podemos situar el masoquismo, la potencia superyoica de la voz que no suena pero que indica, da órdenes y críticas con tal silencio que funciona como nuestro propio pensamiento. Lacan se pregunta por qué millones de judíos fueron al Holocausto sin ningún gesto de
desobediencia o defensa. Una respuesta que agrega es por la potencia de la voz que funciona en silencio. Theodor Reik, discípulo de Freud, en su articulo «En principio es el silencio» (1926) dice: «El analista no oye solamente lo que está en las palabras. Oye también lo que las palabras no dicen» que está cercano, en parte, a lo que venimos diciendo. Sin embargo, cuando añade: Oye con «el tercer oído…» nos alejamos de él pues no se necesita un psicoanalista biónico con un tercer o incluso un cuarto oído ¿por qué no?, sino
un analista lector pues con la sola escucha del analista no es suficiente.
[1] La influencia del erotismo oral sobre la formación del carácter. K. Abraham. Obras escogidas. RBA.2006
[2] En esta descripción tiene en cuenta el comienzo del silencio, el grado de oposición al habla, el comportamiento y el cese del silencio. El primero de ellos es el más «normal», parecido al silencio que puntúa una conversación normal. Ni al comienzo ni al final del silencio aparece ningún conflicto. El analizante parece absorto en sus pensamientos, solamente parece haber olvidado la regla analítica que retoma diligentemente a la indicación del analista. Pero el silencio ha servido para cambiar el tema de análisis, ahora
menos comprometido para el sujeto. El aparato del lenguaje funciona según el modelo del esfínter uretral en el momento de cierre, al interrumpir el flujo de palabras la
actividad es «cuasi» voluntaria y de débil contracción. Al segundo tipo de silencio lo llama erótico-anal. Parece como si proviniese de una inhibición: el silencio interrumpe la sintaxis, parece perturbar al hablante. No prosigue cuando el analista lo invita a ello. El analizante esta en estado de tensión y de conflicto y la duración del silencio es variable. Hay signos corporales de esta tensión: el rostro, la postura evocan los de un sujeto atribulado. Cuando puede hablar lo hace revelando solo una parte del pensamiento. El conflicto a favor o en contra de la verbalización es más dramático y el proceso excretorio trasladado al habla es de índole de fuerte contracción, siguiendo el modelo del esfínter anal. Hay una lucha entre decir o no decir algo, la interrupción en el discurso parece «involuntaria», al volver a hablar parece que lucha contra una resistencia casi física. Para controlar un afecto por medio del silencio el aparato del lenguaje debe funcionar como el erotismo anal: tratar el producto excretado, la palabra, como si fuera sólida e inhibir
su «excrección» una especie de estreñimiento verbal.
Autor | Pedro Muerza