Presentado en la jornada «Silencio y Política» celebrada en la UAM (Universidad Autónoma de Madrid)
«El problema de los islotes de conocimiento es el desmontaje que se produce en su contacto con la realidad. La voz alemana Umbegriff alude a la negatividad de Begriff (concepto), sin embargo, no es una negación del concepto, sino el intento de recoger lo que éste expulsa y se organiza de otra manera, señalando la precariedad del mismo».
Me gustaría situar un poco el trabajo que me he propuesto para este espacio, a caballo entre la filosofía y el psicoanálisis, ya que aunque exista cierta migración de los conceptos
analíticos a la filosofía, y viceversa, no representan ámbitos homogéneos.
En el ámbito del pensamiento se considera a Hegel el último representante del pensamiento fuerte y el primero del débil. ¿Por qué estas dos etiquetas? Hegel produce una nueva forma de movimiento de las ideas, a la que se ha denominado dialéctica.
Él mismo sitúa su moción en una especie de aspiración a que el concepto abrazara toda la realidad. Esto plantea una astucia de la razón de difícil cumplimiento. Si la Historia para Hegel es la ciencia por excelencia, su despliegue ha de ser coincidente en el tiempo con la razón. El tiempo, para Hegel, representaría la astucia del concepto para volver a ser él mismo. Sin embargo, esta propuesta implica que la historia del pensamiento se clausurará en el momento en que el concepto se iguale a la historia. Él creyó ver en el brillo de la cabeza de Napoleón volviendo de Jena la clausura de la Historia. Definitivamente lo salvaje se habría cubierto con el vestido de la lógica, se habían superado los excesos de la Revolución Francesade 1789. Puede que no le faltara razón, con respecto al código civil, de cuya transmisión se jacta el mismo Napoleón: «Nadie me recordará en la historia por
las batallas que he ganado pero sí por mi código civil». Ustedes saben que una gran parte de los Estados contemporáneos organizan sus constituciones alrededor de este código, respetando, sobre todo la propiedad, y la capacidad de las personas para organizarse alrededor de esto.
Es el mismo Marx, el Marx más hegeliano, el que asesta un duro golpe a esta astucia. Introduce el movimiento del mercado en la lógica, y dice: «Es como si la Santa Lógica, para
Hegel, se viera libre de los avatares del mercado». Esta mistificación nos lleva a preguntarnos qué ocurre con esta nueva forma de circulación que imprime la sociedad burguesa a cualquier cosa que anteriormente fuera sagrada, hasta los pensamientos más perfectos y más elevados.
Todos los sistemas de pensamiento anteriores habían necesitado de una lógica fuerte que concluía en un cierre categorial, sin embargo, la dialéctica es un sistema envolvente, pero lógicamente débil.
De esta especie de aspiración burguesa a cambiar la vida y el movimiento de las cosas, quedan fuera todas las cuestiones que no tengan que ver con la propiedad, la igualdad y la libertad, éstas dos últimas más o menos constreñidas por la primera. Hasta el estatuto de mayorazgo, pergeñado por Hegel para los más pobres, queda en entredicho, ya que el destino de los recursos a la acumulación de propiedad no se ve libre de la continua incitación al consumo. Lo poco que el pobre pudiera apretarse el cinturón se ve ontinuamente golpeado por la incitación al consumo, necesaria para el sostenimiento del sistema.
El movimiento de las mercancías, en ese baile que capta muy bien Marx: Mercancía- dinero- mercancía, se paraliza en cualquier momento, cualquier eslabón de la cadena que se rompa representa una crisis. Y las crisis no son nuevas, ya Marx vivió una, de la que da cuenta él mismo. Esta dialéctica entre los propietarios de los medios de producción y la
mano de obra se detiene por diferentes factores. Con lo cual es imposible el infinito progreso.
Sin embargo, el gran descubrimiento de Marx no es esta dialéctica entre los propietarios de los medios de producción y la mano de obra, (y su reducción de la Historia al movimiento de éstas es bastante sumaria), sino que el hombre asalariado trabaja, no para producir sus condiciones de vida, produce objetos de intercambio. Estos objetos arrebatados de la mano del que los produce van generando un plus, se fabrican más objetos de los que el que los produce necesita y los beneficios de estos vuelven al
bolsillo del que ha permitido su fabricación. El mismo mercado produce una especie de fetichismo, de circulación vertiginosa, de adoración del objeto, del que la mayoría nos quedamos prendidos, y unos cuantos tienen la posibilidad de soltarlo cuanto antes de que se devalúe.
Esa es la filosofía, algo que genera la función de la prisa, y a su vez una especie de intersubjetividad que compite para captar cuanto antes la solución de que se trata.
Marx, hablando de esta primera crisis vivida del capitalismo, comenta la ingenuidad de Say y Ricardo (economistas ingleses), que pensaban que realmente producción y onsumo, demanda y oferta estarían en un equilibrio constante. Su crítica va hacia esta especie de equivalencia en la circulación. En las crisis se destruye la equivalencia, mercancías detenidas, salarios bajos y fuga de capitales son la muestra del desequilibrio. Está claro que el dinero en esa circulación ha sufrido una
metamorfosis, no le interesan las mercancías, sino los lugares de refugio, a salvo de una especie de locura colectiva, producida por el mismo sistema. Ya Derrida en Dar(el) tiempo señala una clasificación con respecto a las garantías del dinero, no suya, sino del tío de André Gide:
1-Moneda-oro moneda-plata con pleno valor intrínseco.
2-Papel moneda representativo, cuya convertibilidad garantiza el Estado.
3-Papel moneda fiduciario, con garantía no segura.
4-Papel moneda convencional o moneda ficticia, no convertible y de curso forzoso.
2-Papel moneda representativo, cuya convertibilidad garantiza el Estado.
3-Papel moneda fiduciario, con garantía no segura.
4-Papel moneda convencional o moneda ficticia, no convertible y de curso forzoso.
Charles Gide (economista francés)
Es decir, el dinero en circulación puede aumentar bajo formas ficticias para dar más dinamismo al mercado y financiar proyectos que producen una mayor contención social y a su vez abren nuevos mercados, no obstante la garantía sobre este dinero logra una jurisprudencia poco sensata, y viene teñida de un carácter ludológico (al final gana la banca).
¿Adónde quiero llegar con esto?
Subrayemos la garantía del Estado, a todos nos remite a lo más reciente, el Estado exige a la burguesía un movimiento, capaz de generar trabajo suficiente para que la población no permanezca ociosa. Pero, esta atmósfera tan dinámica implica que seamos una sociedad más dromológica que lógica, más pendiente del movimiento que de la coherencia.
Esta acepción no me corresponde a mí, sino a Paul Virilio, que incluso plantea la sociedad actual, no como democrática, sino como dromocrática.
La sociedad contemporánea y la economía capitalista proceden con una enorme capacidad de aplastar el tiempo, aumentando la velocidad y disminuyendo el tiempo de reacción. Por ello, para pensar esto, necesitamos algo que catetice la función de la prisa.
Ustedes saben que los objetos pulsionales que teorizó Freud son cuatro: la voz, el excremento, la mirada y el seno. No estamos en el espacio para explicarlos, así que señalaré solamente que estos objetos pulsionales no remiten al órgano sino al placer y su extensión, van más allá de su satisfacción. La introducción del campo pulsional en el pensamiento produce la pregunta por el origen y el borramiento de éste en el propio movimiento. Por ello, a mi juicio, se nombra, desde el pensamiento, al psicoanálisis con el estatuto de revolución.
De este más allá, que produce el campo pulsional, Lacan infiere que hay algo que no se satisface con el abrochamiento lógico, pero que se escribe. Y que él condensa en una letra «a» que implica el objeto y la relación con el objeto, es decir, la voz no es solamente el sonido que sale de la boca, sino el lugar desde el que creo ser escuchado y demandado.
El escíbalo no es solamente el desecho, sino lo que puedo ofrecer y retener. El objeto pulsional catetiza la posición del sujeto, es decir, en el discurso se percibe cómo es captado.
Ahí tienen dos ejemplos de lo que implica el movimiento analítico. Sin embargo, esto no es una dromología, ni lo podemos elevar a la categoría de sistema, es algo que condensa un modo de acción esencialmente humano y desde el cual se puede operar.
El recorrido pulsional que plantean Freud y Lacan, no concluye en la satisfacción o en la coincidencia del impulso con el objeto que busca, el objeto no estaría en función de ser para la satisfacción, sino que, como apunta Lacan, allá donde la satisfacción es colmada, eso no era. Por tanto, el objeto puede faltar o puede estar, pero si está eso no era.
En los comportamientos de los mercados podemos observar esta ausencia de satisfacción. El monstruo no se satisface con la reforma laboral, con la revisión de las pensiones, con la magra delgadez de los Estados, con las revisiones del gasto, etc. Esto se comporta como un objeto errado.
Esto es lo que hace homológicos la plusvalía y el plus de goce, ese más allá que se plantea como una carrera donde ninguno de los dos se alcanza, como en la fábula de Aquiles y la tortuga, sino que en todo caso no llega o sobrepasa al otro y la captura o el intento de captura del exceso no es fácil, al menos desde la lógica tradicional, donde se espera un final perfecto, aunque sea negativo.
Tomaré una punta de la madeja más, para dar cuenta de cómo las cosas emigran del concepto. Tampoco me corresponde a mí esta pista, sino a Foucault, él habla de la migración de las cosas. Problemas tradicionales tales como el infinito emigran de la filosofía para posarse en las matemáticas, tal vez por la ausencia de métodos para captarla. También podemos ver cómo desde la economía emigran al estado de ánimo, términos mercantiles como depresión, stress, tendencias bipolares, que a su vez constituyen el negocio de los diagnósticos del Manual de Diagnóstico Psiquiátrico. Esta migración se produce más bien por invasión de lo que Marx llamó superestructura y que hago extensiva a los poderes fácticos, tanto de la salud como del poder económico.
Voy a tomar un ejemplo de un libro (Lacan: entre el arte y la ideología) de Pablo Garrofe, compañero de la Escuela Abierta de Psicoanálisis, para mostrar esto. Un paciente dice: Si me devalúan me mato. Confundiéndose en ese reflexivo con una moneda. Esta tensión entre el sujeto y el objeto es lo que intenta captar el psicoanálisis. En este nivel no
hablaríamos del yo, que aspira a captar una identidad, sino del sujeto dividido entre lo que quiere decir y lo que dijo.
Entramos en el mundo del lenguaje, que capta al sujeto en la tirada de dados, en el azar de la historia y la arbitrariedad de los signos. Pero, no estamos en el corsé de la lingüística, sino que es preciso tener en cuenta lo anteriormente dicho, el placer, y otra cosa más, el significado puede faltar, y hay que esperarlo, no en su correspondencia con el significante, según la fórmula de Saussure, sino en una especie de juego del escondite. No es lo mismo el progreso del significante que el sentido de lo que se dice, hay que esperarlo.
Lacan iguala el mercado al campo del Otro, al campo del lenguaje, y este Otro escrito así de manera mayestática puede remitir a lo divino, pero tiene sus carencias, es decir, no puede dar cuenta del significante que lo funda, así se percibe que no posee una lógica fuerte, no todo abrocharía con ese amor del concepto por sí mismo. Por ello Lacan dice que el goce del Otro no es signo de amor.
Para nosotros, los miembros de la Escuela Abierta de Psicoanálisis, esta experiencia con el campo de la letra no ha sido fácil de armar, siempre uno se resiste, siempre uno apela al refugio de los conceptos, como el dinero apela a refugios en los momentos de crisis.
Tuvimos que aprender de la experiencia, por ejemplo, de nuestros compañeros argentinos, cuando en plena época del corralito les resultaba muy difícil trabajar en los consultorios, el ruido de las caceroladas se introducía en los diálogos del diván, y tuvieron que poner un pie en la calle para entender algo de lo que sucedía en el diván.
Esto es la letra, algo que se introduce en la escucha perfecta y que cambia a su vez la posición del lector, ya no es una interpretación, sino una lectura lo que se juega, como bien
plasman José Luis Juresa y Pedro Muerza en su libro: «Psicoanálisis: los nuevos signos. La escritura hablante como don del lenguaje».
He intentado plasmar algo que no se ajusta al sentido, pero sin embargo, juega con esa ausencia de justeza. Ustedes saben muy bien que los en los Estados contemporáneos la coerción y la justica pertenecen al Derecho, sin embargo, no corren parejos, la mayoría de las veces el marco de convivencia se produce por un debate de intereses, muy alejado, por ejemplo, de la restitución de la memoria, o del ajuste de la injusticia al tiempo actual. Sin embargo, no podemos perder el norte de la justicia, es un lujo, ya que se corre el riesgo de que el término justicia emigre del Derecho y acabe posándose en lugares más incómodos, y esto no es malo es curioso, el sistema nombra como antisistema lo que expulsa, y sin embargo, como en una vuelta topológica lo que queda fuera encuentra el modo de organizarse y volver adentro, disputando el poder al mismo sistema, el número y los modos de organización son importantes.
Asistimos pues a una política que se juega en el silencio, una política que es capaz de tirar abajo cualquier Estado, no importa cual, y lo vuelve delgado, ya que su acción, esa acción patriótica que reclaman algunos, también cotiza en bolsa.
Esto implica un peligro, en altas esferas, ya se está hablando de una generación perdida, de una generación inútil, para la cual no hay acceso al Estado de bienestar. Esta generación, y no estoy diciendo nada nuevo, es convocada a trabajar con contratos precarios,y incluso los más formados, y de ahí la futilidad del saber, que ya apuntaba Lacan con respecto a la comprensión del sistema.
No nos vemos libres de la incidencia de viejas estructuras, incluso la represión de los mapuches por parte del gobierno chileno, porta un nombre antiguo: «Ley del robo de leña», (ley de la cual se ocupa Marx en sus primeros escritos de la Gaceta Renana). Así, no podemos decir que el problema de los mapuches* no haya nacido en el origen
de los cercados ingleses y alemanes, y de la transformación de los feudos medievales en los Estados modernos.
*El gobierno chileno pretende aprobar una ley que se llama «Ley del robo de leña», diseñada para arrebatar las condiciones de subsistencia de los mapuches, y así surtir de mano de obra las minas de cobre.
Autor: Emilio Gomez