Es difícil transmitir lo que estamos viviendo estos días, ese rumor incesante de las plazas, donde han aparecido mensajes de los colores más diversos. La primera sensación que hemos tenido es que por fin las palabras calan más allá de la piel, que los carteles aparecidos en las calles y en las plazas eran mensajes directos al silencio vivido mucho tiempo. Por primera vez la crítica al sistema aparecía como crítica al sistema, en su totalidad, a la acción continua de su aplastante rueda y a la reacción contra ese ritmo frenético, era una crítica a las formas de habitarlo.
Este movimiento nos ha dado a todos una esperanza, ha representado, en palabras de la gente que lo ha vivido muy de cerca, un acontecimiento. Nada que objetar a esta apreciación, efectivamente lo ha sido, nadie se podía creer que una sentada de apenas 30 personas en una plaza iba a tener este eco, y a prender una llama que no encontraba forma de encenderse.
Lo sorprendente es su trascendencia internacional, multitud de lugares se han hecho eco de formas parecidas de protesta, por primera vez se ha escuchado a una generación que ya estaba siendo condenada en los siniestros cálculos de la economía liberal, por primera vez la calle ha recogido los restos de la vergüenza de los últimos movimientos del capitalismo. Esto ha mostrado que el lenguaje está vivo, que de un lema sin apenas esperanza, porque era el lema del imperio “yes we can”, se ha pasado al “yes we camp”, con toda esa ironía.
Suponemos, que a estas alturas hay agotamiento, sobre todo en las personas que han estado todo el tiempo ahí, casi sin moverse, organizando algo que iba creciendo con una rapidez inusitada, que se escapaba de las manos, y eso no es malo, el habitar la calle se ha hecho para todos.
El problema son las descalificaciones, el ninguneo, y los impulsos ocultos de que todo vuelva a la inercia del narcótico, los intentos continuos de localizar las caras de los detonadores. Sin embargo, se ha avivado un sentimiento que hemos portado todos, un sentimiento que nos ha inculcado la forma de esquivar el guardián que estaba destinado a cada uno de nosotros.
El varapalo de las urnas es una diana a la que se apunta para debilitarlo, para nosotros no es tal, ya que si vamos más allá de la propaganda de los medios oficiales, que dan como vencedor a la derecha, el fracaso ha sido del PSOE,
es el PSOE el que tiene que cuestionar su posición ideológica, ha perdido el bipartidismo y, si contamos el número de votos blancos, abstenciones, partidos minoritarios, y pequeños partidos de izquierdas, es un 20% mayor que el de la derecha. En el País Vasco y Navarra, ha arrasado Bildu (izquierda abertzale), es la segunda fuerza, y eso no es baladí, hay mucha gente que toma esto como una esperanza para el País Vasco. Entre otras reivindicaciones se está pidiendo que el sistema electoral sea más justo, que la famosa ley D´Hont no esconda estas opciones bajo el reparto injusto de votos perdidos para las mayorías. De momento esta es la política del poder no la política de la calle. La política del negocio, no la del que se queda fuera del comercio.
Esto no está llamado a apagarse con semejante soplo publicitario, es una fuerza que debe ir más allá, hay que disminuir la distancia que hay entre la política del poder y la necesidad política del Pueblo. Si el Parlamento no es capaz de bajarse a la calle, hagamos de la calle una asamblea, aprovechemos la experiencia de otros que sufrieron esta dura prueba del gran capital, con un vaciado fuerte del Estado.
Parece que llega el momento de recoger la plaza, al menos eso se escucha, pero este movimiento se va a llevar a los barrios, y ese es todo un reto dar voz a la gente dormida en la cuneta del paraíso publicitario.
Salud y ánimo
Autores | Emilio Puchol, Jorge Ríos, Rosa Fornals, Emilio Gómez: Miembros de la Escuela Abierta de Psicoanálisis