La agresividad y el semejante. La lectura como límite.

videojuegosQuiero agradecer a José Slimobich y al Instituto de Psicoanálisis de Pamplona presentar este trabajo en estas terceras Jornadas Hispanoamericanas de Psicoanálisis.

U
n trabajo sobre algunos puntos del texto freudiano «El malestar en la cultura», en el marco de formación que venimos realizando en Buenos Aires con el psicoanalista José Slimobich y en relación al paradigma que él ha formulado: «Cuando se habla el inconsciente escribe, si hay lector para esa escritura».
El analista lee esa escritura del inconsciente, pero esta lectura se anuda y sostiene en lo que se desprende de la formalización del discurso analítico: una ética. Algunos puntos de «El malestar en la cultura»: Freud allí afirma que el sujeto aspira a la felicidad y devela, a la vez, la imposibilidad estructural de alcanzar dicha meta. Desde allí queda interrogada la posición de analista, ya que lo que se le demanda es la felicidad, o sea, el «bien»; y el «bien» es uno de los puntos centrales interrogados por la ética del psicoanálisis. Por otra parte, el bien queda anudado al vínculo con el semejante, al vínculo entre los que hablan. ¿Por qué no podemos alcanzar la felicidad? ¿Por qué el programa del principio del placer es irrealizable? Todo el orden del universo se le opone, dice Freud. Ahora, universo no hay otro que el de las palabras. Lenguaje, campo exterior en donde el sujeto se constituye, quedando inevitablemente por esto prendido al Otro… Y ese vínculo inevitable al otro es la causa de todo sufrimiento; «destino ineludible», nos va a decir Freud. Otro semejante al que debo amar como a mi mismo. Mandamiento del amor al prójimo cuyo secreto Freud y Lacan develan: La maldad y el crimen en el centro de lo humano.

P
ara trabajar lo hasta aquí planteado del texto freudiano, he tomado algunos elementos de textos de J. Lacan: «El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», «La agresividad en psicoanálisis», «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente Freudiano» y el «Seminario 7. La ética del psicoanálisis». Cito a Freud en «El malestar en la cultura»: «El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se lo atacara, sino, por el contrario, es un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo». «…La existencia de tales tendencias agresivas, que podemos percibir en nosotros mismos, y cuya existencia suponemos con toda razón en el prójimo, es el factor que perturba nuestra relación con los semejantes». Podemos ver en este párrafo asomar una dialéctica que es la del «Tú o yo». Lacan encuentra el fundamento de esto en la constitución del sujeto a nivel de la imagen, situado en el «estadio del espejo». En este nivel ¿qué es el semejante? Es ese otro similar sobre cuya imagen nos hemos constituido como «yo». ¿Qué es allí el espejo? El lugar donde se ve anticipadamente una imagen unitaria y total de lo que se es: puro fragmento. Hacia esa imagen que organiza y estructura se dirige el sujeto; va hacia allí. Pero ¿a dónde va? Va a eso que no tiene. Esa totalidad ofrecida por la imagen también muestra la fragmentación, en tanto ese espejo es allí función de límite, función de borde. Borde que va a poner a ese otro que devuelve la completud de la imagen como faltante. En este sentido la aprehensión de la imagen implica una pérdida. Lacan nos va a decir que esta función del espejo como borde es la función del Otro del lenguaje y sin esta función lo que hay es la aniquilación y la muerte segura… Narciso enamorado de su imagen, ahogándose en ella porque no hay allí ningún límite, ninguna pérdida. A la vez ese límite, la función del Otro del lenguaje, introduce el germen de la agresividad y la muerte en tanto funda la dialéctica del «tu o yo», en donde «con él no soy pero sin él tampoco» . Cito a Lacan en el texto «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano»: «Lo que el sujeto encuentra en esa imagen alterada de su cuerpo es el paradigma de todas las formas del parecido que van a aplicar sobre el mundo de los objetos un tinte de hostilidad proyectando en él el avatar de la imagen narcisista, que por el efecto jubilatorio de su encuentro en el espejo, se convierte, en el enfrentamiento con el semejante, en el desahogo de las más intima agresividad.»

L
o hasta aquí planteado es uno de los vectores desde donde se puede ver la coartada del «bien» y del «amor al prójimo». Por ser el prójimo ese otro similar a nosotros sobre cuya imagen nos hemos constituido como «yo», ese otro es motivo de altruismo. Queremos su bien ya que su bien es a imagen del mío, más aún… es el mío. Se fundamenta así la agresividad, siendo el bien el poder de privar a otros de él. Por otra parte conlleva la segregación ya que ese bien tiene que ser a imagen del mío… intento de borrar toda diferencia, todo borde, todo límite con el otro. ¿No es el amor acaso el intento de atravesar el borde para encontrarse con ese otro imposible? Se corre hacia la fusión, una fusión con el otro hasta los límites de que en nombre del amor se puede llegar a «la muerte al fin juntos». Amor cuya esencia, nos dice Lacan, es narcisista. Amor que, dice Freud, es el prototipo de la aspiración a la felicidad», agregando «nunca sufrimos más que cuando amamos». Un amor que en lo igual se conjuga con la muerte y que sólo podría subsistir en la diferencia y la falta… un amor anudado al deseo.

U
n breve texto de un niño que viene a la consulta. Viene porque no puede estar con otros. Porque no puede dejar de pelear, de insultar, de arrojar objetos, de empujar. Esto mismo sucede en el consultorio. Hay una gran tensión todo el tiempo. Cuando juega, cuando llama a jugar a su analista, llega un momento en que comienza a tirar los juguetes, a empujar , a correr por el consultorio. Hay algo allí que se presenta insoportable. Hasta que en una sesión comienza a tirarle objetos al analista, a pegarle incluso; ante esto el analista lo agarra enérgicamente del brazo y con mucho enojo le dice: «No puedes hacer eso, no puedes pegarme, puedes conversar, jugar, pero de ningún modo puedes volver a pegar». Ante esto, este niño pregunta: «¿Tienes hijos?» el analista le responde que no y esto produce un gran alivio. ¿Qué lo alivió? Se lleva el material a la supervisión con José Slimobich, quién propone la siguiente lectura: allí donde este niño pregunta «¿tienes hijos?» La pregunta que se lee es: ¿»eres feliz en hacerme esto?» y el «no» que lo alivia es un primer borde, un primer límite que le asegura que no será tomado como objeto porque no hay objeto que pueda satisfacer. Se establece así una lejanía, una distancia que permite en las siguientes sesiones poder estar con el otro, hay más diálogo, sus juegos se extienden por más tiempo… pero sigue allí una tensión. Una tensión que este niño traduce con un «Voy a jugar solo». Cuando en el juego con su analista comienza a tirar algún juguete o a enojarse, dice: «prefiero jugar solo». El analista le dice que vaya, que juegue solo… Y lo que se lee en esta última secuencia es «Mucho amor, demasiado amor». Se le comunica que tal vez él decida jugar solo por la presencia de demasiado amor. La respuesta del sujeto ante esta lectura es, sobre el final de la sesión, un «No te vayas, voy a volver, la próxima vuelvo, espérame, no te vayas». Demasiado amor. Mucho amor.

L
a esencia del amor, retomando la primer parte del trabajo, es esencialmente narcisista, nos va a decir Lacan. Y esta lectura, «demasiado amor», hace emerger una pérdida que queda enunciada en un ‘No te vayas’. Entonces, un segundo movimiento en relación a este borde y a este espejo… la lectura como límite.

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l trabajo realizado por este niño en su análisis, ha abierto otro mundo. Un mundo en donde conversa de los juegos que tiene en la computadora; le gusta mucho el fútbol. Entonces relata que tiene juegos de fútbol en la computadora. El analista le pregunta «¿Sólo juegos de fútbol?», él responde: «Sí, porque los otros juegos para las computadoras son juegos de guerra y a mí ya no me interesan los juegos de la guerra».
Autora | Mª Laura Alonzo

La impunidad, hermana del goce

Las+Madres+homenajeadas+en+la+plaza+Congreso+1En Argentina, los efectos del terror de Estado marcaron y siguen marcando las prácticas sociales. Por eso una de las cuestiones urgentes a tratar en los análisis es de qué manera articulamos lo público con lo privado.

A
los analistas del leer no nos convence lo que se lleva. Las terapias, aunque se piensen por izquierda, no saben lo que hacen por derecha. Políticamente correctas, sin embargo aplastan la singularidad. En la otra orilla el análisis lacaniano universitario debe enfrentar el siguiente problema: sigue la huella singular hasta el punto de contradicción público-privado: ahí, borra con el codo lo que escribe con la mano. Autoexpulsado de los asuntos públicos, muy «profesional», ex-menemista y ahora aggiornado: todo esto tiene consecuencias.

A
la hora de abordar lo real, da lo mismo el análisis lacaniano puro lenguaje y cero actualidad que la terapia pura actualidad y cero lenguaje. A la mano izquierda le conviene ignorar lo que hace la mano derecha, para repartirse la torta del bien y lo bello. Cualquiera preguntaría, a esta altura, ¿no será mejor para obtener bienes trabajar, y para sublimar, en los ratos de ocio, hacer arte? Sí; hasta que se cruza un síntoma en el camino. Por eso desde Letrahora informamos al público: sus síntomas escriben algo real, legible en su palabra. No sigan hablando a las paredes. No acepten consejos psicológicos, ni jueguitos de palabras pseudolacanianos que esquivan lo real. Hay otro psicoanálisis, en Argentina y en España. En los últimos años, hemos presenciado el surgimiento de un nuevo paradigma clínico: el paradigma del leer.1 El analista lector responde, en el punto preciso donde se cruzan, en el síntoma, lo privado y lo público. Veamos si podemos probarlo con un fragmento clínico.

U
na mujer enfrentada a un problema difícil: interrogar los efectos del goce obtenido en una situación de abuso sexual. Ocurre en su infancia, y lo hace público muchos años después, para resguardar del abusador a otros niños de la familia. A partir de allí, se debate entre las justas acusaciones a la familia por el silencio, el desvío de la mirada de este hecho y, por otra parte, su responsabilidad subjetiva. Y a medida que se van ordenando las cosas a nivel de lo social surgen inconvenientes respecto al ejercicio de la sexualidad. Hay contradicción entre lo público y lo privado.

E
stas verdades, que suelen ser insoportables, la distancian de un hermano que deja de hablarle durante muchos años. Hasta que recibe un llamado, en el que reivindica su posición: perdonar al abusador. Mi intervención se limita a preguntar qué piensa de la coincidencia de ese llamado familiar con la ruptura del pacto de silencio de varios militares argentinos acerca de los métodos de tortura y desaparición, importados de Francia (Argelia). Le sorprende no haberlo pensado. Al hablar con el hermano sólo se le presentaba la palabra impunidad, pero sin vinculación alguna con estos hechos, a los que prestó cuidadosa atención esa misma tarde. Paso seguido, habla de ese hermano y se puede leer que habla de él no como varón sino como si fuera su hermana.2 Es por allí que se abre la vía para interrogar el goce: el despecho por el retiro del amor del padre cuando nace el varón fue simultáneo a la relación con el abusador, que pertenecía a la familia. Mientras las cosas permanecían en la oscuridad respecto a lo público, la impunidad de la familia era la hermana de su goce. Cuando el analista mostró cómo leía sus asuntos con lo que ocurría afuera, cómo se coordinaban sus asuntos con lo público, surgió una escritura singular. Una salida del circuito trágico de la contradicción público-privado. Donde se mezclaban «la loca de la familia», con el lugar otorgado por la dictadura a las Madres: «las locas de Plaza de Mayo».

E
l discurso analítico es el reverso del discurso de la ley. Lo absolutamente singular, inabarcable por la ley, que se puede llamar real, aparece en contrapunto con el discurso de la ley, de la verdad en el sentido jurídico. La dificultad para captar estas cuestiones es que no está claro que el capitalismo sea un discurso, un modo ordenado del lazo social. Pues en sus catástrofes reiteradas, el «emporio de la impericia» se ejercita en formas de dominio tales que lindan con la psicosis.3,4 Por ejemplo: confundir Argelia con Argentina, y en ambos casos, el honor de guerra con el horror del simple asesinato.
Autor | Pablo Garrofe
Notas:
1. Lo practican quienes escriben en Letrahora, autores del libro Lacan: la marca del leer, Anthropos, 2000.
2. La ocasión de esta lectura fue una supervisión con José L. Slimobich, lo mismo que la ubicación de un fallido como lectura en la palabra.
3. Jacques Lacan. Sobre la psicosis social, ver De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos 2, Siglo XXI, 1992.
4. Slavoj Zizek. Las metástasis del goce. Paidós, 2003.

La locura de la argentinidad

ArgentinidadUn paciente cuenta una anécdota familiar. Lo cuenta como cosa al pasar, casi una curiosidad, algo de qué reírse. Cumpleaños de su tío. Va toda la familia. Hay empanadas, hay vino. La consigna del festejo, casi por unanimidad, y de manera espontánea, es no hablar de política, ni de políticos, ni de corralito, ni nada de las cosas que amargan cualquier mesa. De repente, después de algunos vasos de vino, surge la primera canción: La marcha de San Lorenzo. Luego el entusiasmo marchoso se enlaza al sentimiento patriótico, agigantado por «Alta en el cielo», «El himno a Sarmiento» y el «Himno a la bandera». A esa altura era todo fervor. Alguien que se atreve a decir que es pro-militar. Otro que aprueba y lanza un «Viva la patria». El paciente afirma que ningún sentimiento previo enturbiaba la cuestión, es decir, nadie de su familia es de carrera militar ni nada por el estilo, sino que se afirmaban en un sentir forjado en esas canciones infantiles con las que la escuela fue transmitiendo la idea de «patria», patria argentina.

O
tro paciente que se presenta padeciendo repentinos ataques de angustia, desde el mes de diciembre. Se refiere a la venta de la casa de sus padres, de lo dificil que eso había sido para él, de la coincidencia entre el mes en que se detonó su crisis y el cobro de la última cuota de la venta, repartida entre sus hermanos, pero ni mención a la crisis social que, casualmente, también estalló en ese momento. Se lo hago notar, y dice que sí, que puede ser, que justamente, en esos días, él, siendo maestro, más precisamente, profesor de una escuela secundaria, tuvo un terrible ataque de angustia cuando se le ocurrió pensar sobre qué futuro tendrían sus hijos. Sólo, recuerda, remarcándolo con el énfasis de quien siente curiosidad, se calmó cuando le comentó su angustia, y su preocupación, al «tipo de la limpieza». Como al pasar, y tratando de no ser «empático» con el profesional, – tendencia que trata de evitar a toda costa, según él, para no entorpecer el análisis -, dice que él tiene ascendencia «india», «aborigen», de Tucumán, de un abuelo por parte paterna que «tuvo algo por ahí», un «abuelo pícaro», y que cada tanto, salteando generaciones, aparece uno «medio negro» en la familia. Él siente, de su parte, una «leve tendencia al racismo» que intelectualmente rechaza de plano, pero igual se siente «diferente», es decir, superior intelectualmente, por no decir genio. Y ostenta un darwinismo social casi a modo de confesión, que jamás se atrevería a decir entre sus compañeros.

¿Acaso no encarnan, ambos casos, un fragmento del sistema de creencias que se dio en llamar «argentina», cristalizada institucionalmente en el único lugar que aún conservaba, y conserva, su función homogeneizadora sobre una población mayoritariamente inmigrante, y cuya misión asumió aún cuando el estado ya no se lo pedía, me refiero a la institución educativa? Rastros, huellas de la Argentina que no fue y que -al fin- llega a su destino latinoamericano. Que estos fragmentos de relatos que escuchamos en los consultorios dejen en ridículo la típica discusión entre un psicoanálsis «social» y otro «individual», entre «la realidad» y lo que pasa dentro de «las cuatro paredes del consultorio», como si éstas marcaran límite alguno a nivel del discurso, no debería llamarnos la atención. Lo cierto, es que se nota cada vez más crudamente que nuestra imagen, como argentinos, se hace insostenible. Fíjense la campaña arrolladora que se está llevando a cabo, especialmente desde los medios de comunicación, por revitalizar el sentimiento nacionalista, cuando hasta hace apenas unos meses eso era una berretada. Son caras de una misma moneda.

E
sa imagen, reflejada en el resto de los paises latinoamericanos a través de los «chistes de argentinos», la del espécimen canchero, un poco sobrador, rápido, culto, «diferente», el europeo de América, etc, hoy se derrumba, y ése es un aspecto, profundo, de la crisis social y cultural que vivimos. Esa imagen es la que se ve conmovida desde el mes de diciembre, y es lo que se puede ubicar en los fragmentos clínicos citados antes. La patria, los milicos, la vieja idea de formar una Nación partiendo de un pueblo fragmentado en muchas nacionalidades y clases sociales. La colimba, la educación, la creación de una historia oficial, fueron instrumentos para la fundación de un «sentir nacional». Esa locura colectiva, llamada «Argentina», hoy sólo son fragmentos irrecomponibles navegando en la testa de cada uno. Esa agonía de la imagen jubilosa en la que solíamos refugiarnos como consuelo, al modo religioso, va a durar un buen tiempo, y es seguro que, entre los analistas y sus instituciones, del mismo modo que el país, esto tenga su correlato.

E
s dificil creer que, en estas nuevas condiciones, aún por definir, se mantenga nuestra actual configuración política e institucional, en todos los órdenes. El problema es entender que, analizándolo a nivel del discurso, esto decanta en algo mucho menos sentimental. Pero es necesario tomar como eje el discurso, más allá del sentir, para no prolongar la agonía y facilitar la producción de una nueva realidad, que mejoren nuestra calidad de vida. Alguien se preguntará: ¿qué tiene que ver la «imagen argentina» (¿se acuerda de «la imagen argentina en el exterior» que buscó cultivar la dictadura, como clave de su política hacia el mundo, pero fundamentalmente, como espejo sobre el que reflejar la autosuficiencia del desconocimiento propio?) con uno?

I
nsistimos: ya no nos reconocemos como Nación, la Nación del Plata, el Granero del Mundo, la potencia siempre por venir, culta, pujante, con las cuatro estaciones y mucha tierra por poblar, con una gran clase media cuna del «material humano» más calificado de Latinoamérica, etc. El debilitamiento de estas características resaltan la estructura de anticipación que contienen estos elementos, y que constituyen la base de todas las especulaciones argentinas. Con ellas nos hemos ayudado a desconocer, o ignorar, la realidad discordante en la que cada uno está envuelto respecto de esa imagen colectiva. Hay que decirlo: el problema tampoco lo va a resolver la selección argentina en el próximo mundial.
Autor | José Luis Juresa

Palabras que no hieren

Palabras no hierenEn la Editorial de Letrahora N°2 José L. Slimobich escribió: «A cambio de destino tenemos la suerte, el desvío y un proyecto político: ni por un instante la indiferencia». El destino está ligado a las palabras, a lo que prometen, a lo que anuncian.

E
ste tipo de destino lo señala José Luis Juresa en su artículo de Letrahora 3, cuando nos muestra la abundancia de noticias (en la radio, en la televisión, en los periódicos). «Noticias -dice Juresa- que en verdad se constituyen en los capítulos con los que se va dosificando la información acerca de un destino cantado, como en las telenovelas».

U
n amigo me decía en una conversación que la maratón de noticias que los medios llaman la realidad no dejan marca. Lo que hoy es noticia mañana ya no lo es; hoy son las inundaciones en la provincia de Santa Fe y mañana eso ya no es noticia porque ganó un caso policial… y así una noticia borra la otra… Me pareció entender que este amigo hablaba de la indiferencia, de la insensibilidad, del todo pasa. En esa misma charla decía también que la poesía, la música, la pintura, decían más de la realidad humana que eso que habitualmente llamamos la noticia.

E
ste diálogo abrió una pregunta ¿qué pasa con las palabras? ¿para qué se usan? Decía al principio que nos prometen destinos, metas, bienes… como los políticos que prometen y prometen lo que evidentemente no se alcanza. Así, sumergidos en la promesa, en el progreso, todo pasa, «eterno presente, pura actualidad, sin futuro ni historia» -como nos dice Slimobich en el editorial. Así, la palabra se convierte en arma que mata al que supongo me quita lo que me corresponde y que además me han prometido; se convierte en dominio, en «destino cantado».

P
ero está la letra, la palabra que conjugada con la escritura no se la lleva el viento. En Granada, en las Jornadas «Las epidemias del odio» realizadas en abril de este año, Slimobich decía: «La palabra promete y su fuerza de engaño es su poder, poder de seducción, de hechizo; el escrito por el contrario viene de lejos y hace historia cierta».

E
n el destino cantado de las palabras presentan su cara la desidia, el aburrimiento, el no hay nada que hacer. Si la palabra no se conjuga con el vacío necesario de la escritura su consecuencia es la devastación, la crueldad y el dominio. Abolición del deseo.

N
ecesitamos la escritura para que en la «noticia cantada» se presente el desvío, la suerte, la esperanza, no una esperanza sonsa -como decía Fabiana Grinberg en Letrahora N°1- sino una esperanza que sabe de la desesperación.

E
n la noticia cantada, lo no calculado: se fue Menem; parecía cantado, pero no estábamos tan seguros ¿no?

E
n la noticia cantada, lo inesperado: Fidel Castro en la Argentina, la Facultad de Derecho en la calle. ¿Y que tendrá que ver Fidel Castro con la escritura, con el psicoanálisis? Tal vez su vínculo sea porque dijo que es la educación lo que convierte al animalito en ser humano. O sea que no da por supuesto que el animal que habla sea humano sino es por algo que está vinculado a las letras. Será porque dijo que el hombre tiene un cuerpo que hay que cuidar y alimentar para que pueda desarrollarse y que eso depende de una decisión, de una responsabilidad.


S
erá porque reflexionar y escuchar sobre estas cosas era impensable en la Argentina hasta no hace mucho tiempo.


S
erá porque alguien que vino a su entrevista el martes por la tarde relató que había estado un poco deprimido, en la cama, y que por casualidad se encontró en la televisión con Fidel Castro en la Facultad de Derecho y algo lo despertó, le sorprendió la cantidad de gente que había… no podía explicar muy bien lo que le sucedía y en su relato se lee una frase: «palabras que no hieren».

Y
eso es efectivamente lo que dijo Fidel Castro en su discurso: «Hay que evitar decir una palabra que pueda lastimar a alguien, que parezca alguna injerencia, y no creo que haya pronunciado una sola que parezca la más mínima injerencia en los problemas internos del país hospitalario en que me encuentro».

Q
uienes hacemos Letrahora apostamos por la posibilidad de un diálogo cuya consecuencia necesaria no sea la muerte del otro.


F
rente a nuestro tiempo, aunque sean tiempos sombríos, aunque sean tiempos de esperanza, tener la lucidez necesaria, lucidez que no es desconfianza sino posibilidad de hacer con responsabilidad, porque el argumento de no poder cambiar el mundo no retira esa responsabilidad, como decía Freud, la responsabilidad de soportar la vida. Porque «mirar de frente lo imposible de modificar es totalmente diferente de negarlo».1
Autora | María Laura Alonzo
Notas:
1.- Slimobich, José L. Terror, nombre del sujeto. Editorial de Letrahora N°3. 2003.

Terror, nombre del sujeto

oteiza cajaÉstos no son los tiempos del temor. Son los tiempos del terror. Negados, siempre negados, haciendo lo posible, aparentando «la normalidad», mientras alrededor del mundo breve, como un caos contradictorio y exangüe, doloroso. Pero no queremos callar: hoy cacerolazo, mañana grito, firmas contra la guerra, e-mail, no cejar, insistir. Pero esto no es ni posicion épica ni agitativa en vano. Pues mirar de frente lo imposible de modificar es totalmente diferente de negarlo. Y ya veremos que esta diferencia es más profunda de lo que parece y que tiene innumerables consecuencias teóricas y prácticas.

Nos negamos también, pues hemos decidido inscribirnos en el trabajo y desarrollo de las obras de Freud y de Lacan, a aceptar el rechazo, la muerte que les propicia la cultura. Hoy sólo les queda habitar en páginas vagas, de libros cuyos autores sólo preguntan las cifras de venta y que no esperan ninguna consecuencia, pues, según declaran, nadie puede esperar nada de ninguna escritura.

E
l discurso capitalista, que es el discurso de «el tiempo», pura actualidad, eterno presente sin futuro ni historia, hace casi imposible que estas voces, estas escrituras sean escuchadas, en su dignidad de hacer. Hay escritores que no renuncian, y con razón, a construir el relato que permita el porqué y hacia dónde, que permita aposentar nuevas formas de convivencia y equidad. No renunciar a ello, es todo.

É
ste es el tiempo del odio y del terror. El tiempo del rechazo, verwerfung, del amor. No amor y por lo tanto, nada existe como deseo. El hombre sólo es planteado por este discurso como desecho y desechable.


E
stábamos equivocados. Junto a la teoría, (leímos mal) presentábamos al hombre como ser del lenguaje, efecto del lenguaje que lo preexistía, lenguaje donde se inscribía el viviente. Estábamos equivocados.

E
l hombre sólo conoce el lenguaje como instrumento y herramienta. Sólo adquiere el lenguaje en tanto le permite el dominio de su imagen, es decir el dominio del otro. No aspira a otra cosa que usufructuar del otro al máximo posible, entregando el mínimo. Depredador por excelencia, sólo respeta a los suyos mientras tanto, pues necesita sus refugios y justificaciones. Todo lo que el hombre ha pensado y realizado no es más que esta dialéctica de hierro: o triunfar sobre los otros o defenderse de los otros. Por lo tanto, la teoría de la guerra abarca todos los escenarios. Y si alguien señala nuestro pesimismo, simplemente podemos objetarle que mucho más pesimista es el mundo en su realidad.Sin embargo, puede objetarse, también hay en el hombre arte y sublimación, caridad y cuidado. El hombre puede sacrificarse por causas e ideales, puede hacerlo por otras personas. ¿Cómo se incluye esto dentro del panorama de su capacidad animal…? Otras especies también lo hacen, puede objetarse. Excepto el arte.

Y
así entrevemos una salida: no la empresa del arte, no sólo lo que el arte nos muestra. Sino fundamentalmente, lo que el arte nos enseña. Ante todo, hacer con el vacío que nos habita otra cosa que el relleno de la crueldad. También debemos reconocer, desde Auschwitz, que el arte no es suficiente. Y además… Por qué habría de serlo, en la búsqueda de comprender el designio humano de destrucción. Para comprender, escuchemos a los poetas. Ellos ya nos señalan la primera, el inicio de la diferencia con el animal: la posibilidad de transformar la lengua, de hacer los libros, de transmitir lo que es.

II

¿Hay otro modo de leer esto…? Sí, que ya no sueño. Pues los míos no son sueños, son sólo explicaciones pedantes y laboriosas, réplicas sosas y ociosas de mis pocas acciones. Y los sonidos amplios y lejanos no abren la mañana, diversidad del afuera, son tan sólo el espanto del día y de los ruidos. Esto es lo que dice Patrizia Cavalli.

P
ero, entonces, qué era aquello del sujeto y la dimensión del lenguaje en el hombre. El lenguaje que se efectúa en las palabras que parlotea el humanbobo, el humanidiota. Y en todo esto encontramos el sujeto del inconsciente.

A
sí lo definimos: El inconsciente es los efectos que ejerce la palabra sobre el sujeto, es la dimensión donde el sujeto se determina en el desarrollo de los efectos de la palabra. Esto, así señalado por Jacques Lacan en el Seminario 11 de su obra. Podemos aclararlo para aquél al que le parezca no claro. Sí, escuchemos.

U
n torrente se precipita en mí, de antiguos hombres y mujeres cuya sangre ha venido a ser la mía. Ha empujado hasta aquí sus oleadas. Distingo tan sólo las últimas: mis padres, una abuela hermosísima y ardiente. Más atrás, no puedo remontarme, pero el estruendo de innumerables vidas ignoradas me atraviesa confuso: oigo las risas y el llanto, voces imperiosas o suplicantes en luchas y abandonos. Yo he nacido de todo eso y lo guardo en mí, aumentado por mi tímido arranque en el tramo que me fue otorgado.

A
sí nos muestra el sujeto Margherita Guidacci. Es otro y el mismo modo de decir lo que antes señalábamos, en su definición teórica. Pues el inconsciente es la voz de nadie, las trazas de los antepasados, las lenguas múltiples que me atraviesan y que, desconociéndolas, me hacen. El sujeto del inconsciente es transindividual. Pero en eso más allá del ser individual, se juega lo profundo singular. La historia, la trama, que se realiza entre una pequeña voz familiar y la estructura de la sociedad y la cultura de mi tiempo. Que recoge las historias y las culturas, y las lenguas. Sobre todo la transmutación de los sentidos que las lenguas proponen. Y no se opone singular y universal, pues el sujeto es lo particular capaz de universalidad.

E
l individuo, esa aspiración última de cada cual: no debe nada a nadie, ni siquiera al lenguaje, pertenece al discurso del amo. «Yo soy yo» espeta dios a Moisés. Ninguna explicación, pura inmanencia. Es el concepto de persona, que crece y se desarrolla durante el feudalismo. La persona es un concepto, entonces, vinculado al discurso del amo, que exige fidelidad (de allí lo de feudal) y lo confunde con el amor.

«Pero soy una persona», nos dice el otro. Hasta que bajamos la guardia.

E
l cristiano inventó, entonces, la otra mejilla.

E
l sujeto, el nombre del sujeto de la contemporaneidad, es el terror. Terror de quedar fuera del sistema económico, quedar sin trabajo, marginado, aislado y no solo (pues la mayoría de las personas ya están solas). Terror a confiar (lo que lleva exactamente a medir lo que se recibe y lo que se da).

Y
en medio de este real, que mostramos, las innumerables «pequeñas voces», que se alzan y se escuchan, para no quedar sometidos al sujeto del terror, para enfrentar con lucidez lo que parece inevitable. Y para celebrar cada frase, cada abrazo, cada acto donde el hombre acuerda con su esencia de un lenguaje que no es ni herramienta ni extensión… Que, apartándolo definitivamente del ser del animal, lo hace inmortal y viviente. La cultura está enferma; y el discurso analítico, flor de lo simbólico, en su alianza con el poema, no debe cejar en abordar este terror, que nos ciega y paraliza.
Autor | José L. Slimobich

Un juego de escritura. Primera parte

Ideograma TianEste trabajo se podría situar en un trayecto y en un proyecto como ha dicho Enrique Pastrana, y en este caso como en un repensar, renovar, ampliar el concepto de texto. El texto es el lugar propio de los juegos de escritura.


L
acan va a decir que la originalidad de Freud es el recurso a la letra. Que es la sal de su descubrimiento y de la práctica analítica. El modo en que aborda los sueños o cualquier ejemplo de su Psicopatología de la vida cotidiana, los olvidos, lo que hay de luminoso en el tema del chiste, en la formación de los síntomas, todo aquello que se llaman formaciones del inconsciente nos conducen a constatar la letra en su textura, en sus empleos, en su inmanencia a la materia en cuestión, que abre el camino real al inconsciente. Seguramente algo en Freud lo preparaba para su descubrimiento más allá de sus determinismos, su formación, sus presentimientos: la larga tradición literaria, literalista, a la que pertenecía. Dentro del campo literal nos encontramos con sistemas de escritura que no son alfabéticos, como es el caso de la escritura jeroglífica.

Y
llama la atención que en uno de los primeros trabajos de Freud, Estudios sobre la histeria, diga: «la sintomatología histérica puede compararse a una escritura jeroglífica que hubiéramos llegado a comprender después del descubrimiento de algunos documentos bilingües. En este alfabeto, los vómitos significan repugnancia». En este caso los vómitos son sustitutivos de la repugnancia moral y física.

O
por ejemplo en La Interpretación de los sueños equipara a éstos a un sistema de escritura que para su interpretación es necesaria una labor análoga a la de descifrar una antigua escritura como la de los jeroglíficos egipcios. Hablaré pues, por un momento, como en flash, de los jeroglíficos. Y también porque este trabajo sobre los jeroglíficos me sirvió como el título de las jornadas, «lo que se puede aprender en las fronteras».

Y
aunque la escritura jeroglífica es, en muchos de sus aspectos, compleja (pensemos por ejemplo que mientras nosotros tenemos 28 signos en nuestra escritura alfabética, en ella hay más de 300, incluso se llega a 700), el principio básico no es tan difícil. Lo característico del sistema jeroglífico es su presentación en imágenes. Estas imágenes corresponden a tres tipos de signos:
1. Los ideogramas, que serían los que expresan ideas o el sentido por medio de imágenes, en dibujos. Dibujos que ya salen de algo que en su esencia es figurativo. Así para «brazo» se dibujaría un brazo. Para «boca», se dibujaría una boca. O también se dibujarían un brazo y una boca para palabras asociadas como «dar» o «hablar», relacionadas metonímicamente.
2. Los fonogramas o signos sonoros. Es cuando a las imágenes se les da un sonido que les corresponde en su lengua, en este caso en egipcio. Así, la imagen de la boca que en egipcio era «r», podía ser utilizada para la letra r. O el signo que representaba el brazo, en egipcio servía para la letra a. Bueno, es una reducción que yo hago porque no hay vocales en egipcio, solamente semiconsonantes. Es decir, que se codifican las imágenes con los sonidos y pueden tener valor fonético. Cuando la imagen sólo tiene un sonido se le llama unilítero, si tiene dos sonidos, bilítero y las imágenes que tienen tres sonidos, trilíteros.
3. Los determinativos. Son signos que no tienen valor fonético, no se pronuncian, y tampoco tienen un valor de sentido, se colocaban al final de las palabras para clarificar el significado, o sea ayudan a comprender el significado, lo completan. Las palabras eran escritas mediante una combinación de estos signos. Así, la palabra ra («sol») fue escrita con los signos fonéticos «r» + «a» (su transliteración es Ra) seguidos por el jeroglífico para «sol» que clarificaba el significado y que por tanto funcionaba como determinativo permitiendo distinguirla de otras palabras. Si por ejemplo se escribe con este último signo que es el determinativo de dios, la palabra «ra» deviene «el dios sol Ra». Una misma imagen, por ejemplo la boca, sirve para «boca», para algo asociado metonímicamente a ella como «hablar» o para ser utilizada tomando su valor fonético «r» que unida a otra imagen formará otra palabra.

E
stas posibilidades dan resultados bastantes complejos y dotan a la escritura jeroglífica con esta cantidad de posibilidades de combinatoria de los signos, de una gran flexibilidad que facilita esos «juegos», digamos así, de escritura. Y además utiliza, por otra parte, muchos otros recursos. Entre ellos la llamada «inversión reverencial» que es cuando la sintaxis se altera como si fuera una reverencia ante el rey o ante un dios, o incluso las posibilidades mismas que tiene la orientación de la escritura que no siempre es lineal, que puede ir de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o de arriba abajo y se sabe siempre su orientación porque los animales y personas miran siempre al origen de la escritura. Incluso puede suceder que una parte de la frase vaya en una orientación y otra parte, en otra, confluyendo en un punto y dando una composición simétrica.

E
sta escritura, además del juego mismo que permite la combinación de signos juega con ellos mismos para realizar composiciones de diferentes tipos. Una es esta composición simétrica, otro ejemplo es la estatua de Ramsés II en la que el rey está representado como un niño sentado con el dedo en la boca, que corresponde al jeroglífico «mes» o niño, lleva sobre la cabeza el disco solar «ra» y en su mano izquierda sostiene una planta «su». Así, la estatua no representa únicamente la figura física del monarca sino que también su nombre desglosado: Ra-mes-su o Ramsés. Este ejemplo está tomado de una escultura porque la escultura, la pintura, el arte egipcio en general, se elabora a partir de signos escritos, se relaciona directamente con el principio de la escritura propiamente dicho. ¡Da la impresión de estar ante un inmenso libro!

A
sí, los estudiosos del arte egipcio recomiendan «leer» los distintos elementos «ideográficos» de las representaciones egipcias de igual manera que los signos de una inscripción, tanto si aparecen con claridad, como por ejemplo en la estatua de Ramsés II mencionada antes, como si se muestran en sutilezas, o en la utilización de las formas jeroglíficas como personificaciones, por ejemplo los signos anj con brazos humanos).

L
a escritura jeroglífica nos muestra entonces un texto con un montón de posibilidades, un texto lleno de flexibilidad, un texto que se puede enriquecer, modificar, trasladar, cortar, situar cosas en él, torcer, etc. Es decir, que es todo un juego de escritura.

D
ando un giro a la clínica, un pequeño fragmento clínico: Un paciente que habla de imágenes que le horrorizan, que le atormentan y que dice de ellas en un momento dado: «imágenes odiosas». Imágenes odiosas y también «imágenes o diosas». Creo que este ejemplo muestra que un juego de escritura, un juego de escritura significante, permite hacer surgir otro sentido que el propuesto, simplemente al organizar de otro modo el escrito. Así, con un mínimo corte no sólo tenemos «imágenes odiosas» sino que además tenemos «diosas».

E
l efecto que se produce al captar este juego de escritura es el de movilizar algún elemento del deseo que trae consigo una nueva asociación: «Diosas» que él relaciona con un viaje familiar en el que había acudido a una exposición de cuadros de diosas mitológicas de la que conservaba un libro con láminas de esos cuadros, como un souvenir, y que eran las mismas que formaban parte de sus imágenes. Deseo como categoría del discurso analítico que renueva el texto abriendo nuevos juegos de escritura.
Autora | Beatriz Reoyo

Para pensar lo urgente

cambiosocialEl Taller sobre la urgencia del cual participamos nos permitió, en particular por su carácter multidisciplinario, considerar otros aspectos involucrados en la urgencia además del que nos compete en nuestra práctica médica, permitiéndonos de este modo aprender de los demás.

H
emos llegado a un diagnóstico, no muy distinto al que otras disciplinas puedan expresar.

C
reemos que nuestra sociedad está enferma y con carácter de urgencia debe ser tratada.

L
o que ayer era un síntoma o un signo hoy es una enfermedad.

D
urante los últimos tiempos las distintas administraciones, en particular las del sistema de salud, no sólo no han logrado mejorar nuestra calidad de vida sino que nos sumieron en un empobrecimiento económico e intelectual. Y lo que es peor: han menoscabado nuestra dignidad como seres humanos. Esto ha enfermado nuestras mentes y por consiguiente nuestros cuerpos. Más allá de las intenciones de las distintas autoridades, lo que nuestra práctica cotidiana nos permite comprobar es que las incoordinaciones y diferencias entre las acciones y las ideas nos han llevado a un caos. Supuestas inversiones en infraestructura edilicia no son más que un lavado de cara del hospital, que no logra mejorar la esencia de su función. De este modo, al no cumplir su cometido de servicio a la comunidad, somos los profesionales de la salud los que recibimos las quejas, a pesar de que nuestro esfuerzo humano siempre ha sido el mismo.

C
uenta la crónica diaria: caso García Belsunce,1 caso Peralta,2 caso Santillán,3 caso Brukman,4 y muchos otros que desconocemos, como así también los meses transcurridos sin que comiencen las clases en las escuelas y colegios en distintas provincias, las inundaciones que podrían ser previstas, la falta de medicamentos y útiles escolares y un sinfín de cosas a mencionar que afectan a todas las clases sociales. Esto es lo que nos lleva a decir que tenemos una sociedad enferma, que debe ser tratada en forma urgente.

E
n vano sería seguir haciendo diagnósticos de lo que todos conocemos si no comenzamos por dar nuestra opinión de cómo podemos salir de esta situación.

H
e aquí algunas ideas:

1. Conocer quiénes somos en lo espiritual y lograr la sabiduría para poder entregarle al otro todo nuestro conocimiento.
2. Desapegarnos de nuestros intereses personales, que no significa de nuestros ideales, para poder liberar todo nuestro potencial de conocimiento.
3. Ser Caballeros de la vida, más que «luchadores de la vida». Utilizando la inteligencia podremos cumplir con nuestros objetivos sin un esfuerzo desmedido.Invitamos a los colegas interesados a contactarnos para informarles acerca de los objetivos que nos hemos planteado al participar en esta actividad, con el deseo que pueda infundir el entusiasmo para cambiar los tiempos actuales. Notas:
1.-Crimen en un Country, aún sin resolver. El esposo de la víctima es el principal sospechoso.
2.-Secuestro seguido de asesinato. Se encuentra involucrada la policía de la provincia de Buenos Aires.
3.-Fusilado por la policía de Buenos Aires, luego de una marcha de grupos piqueteros.
4.-Represión de la Policía Federal en la fábrica textil expropiada por los trabajadores.

Autores | Miriam Violante, Raúl Knauer

La violencia o la palabra

 

seccion-femeninaCallar, recordar, leer.
Es una falsa dicotomía que pertenecer a una sociedad
atravesada por una dictadura nos condenaría a no hablar
de eso tan mortificante o a repetir infinitamente el dolor.

H
ablar del franquismo, hoy en día, todavía duele. No les duele a los jóvenes, que no lo conocieron. Para ellos Franco representa el pasado, muy pasado, del que tampoco saben mucho; entre otras cosas porque sus mayores que sí lo conocieron hablan poco. En particular de esa época oscura, que quizás se preferiría olvidar. Ya que la palabra, como muestra la experiencia analítica, es la esencia de lo humano, hablar es violencia sobre la muerte, en este caso, violencia sobre la muerte de la palabra.

P
or tanto nos conviene. Porque de lo contrario, no nos queda sino otro tipo de violencia, cruel, feroz, que es la que ya conocimos con el franquismo y que incluso quedó reflejada en el ideario de la Sección Femenina. Así lo expone Pilar Primo de Rivera: «… Todos los días deberíamos de dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas«. Expresa muy bien el desprecio por la palabra considerando una suerte su ausencia en las mujeres; y en lo que respecta a los hombres piensa que hablan para satisfacer su vanidad, es decir, que mejor estarían callados. Es el desprecio por la palabra, por las mujeres y los hombres, por los semejantes, por lo humano. No hay mayor desprecio que el desprecio de la palabra. Como dice José L. Slimobich en Lacan: amor y deseo en la civilización del odio, el supremo modo del odio es despreciar la palabra del otro, pues ese odio lleva al silencio del otro, a construir al sujeto como desecho.

N
o deja de resultar llamativo que para expresar ese desprecio también se tenga que hablar, y se tenga que hablar a otro. Pero entonces la palabra de ese modo depreciada es tomada únicamente como instrumento de manipulación y como extensión del dominio sobre el otro. Tipo de vínculo con la palabra propio del totalitarismo, y por ende del franquismo, con sus efectos de violencia, opresión y coerción.

D
e ese modo no es de extrañar que el psicoanálisis fuera prohibido por Franco. La innovación teórica que supuso el psicoanálisis fue acogida con interés por parte de los pensadores y reformadores de la época, que conocieron a Freud gracias a la traducción que de sus obras completas realizó López Ballesteros en 1922, y que fue impulsada por Ortega y Gasset. Tras la Guerra Civil fue prohibido. Casi extinguido, desviado y neutralizado en su filo cortante de verdad, fue recuperado -con la apertura política, tras la caída del régimen de Franco- por la lectura de Freud que hizo Jacques Lacan.

C
omo tampoco es de extrañar la lista negra, interminable, de libros que se prohibieron o que estuvieron sometidos a una férrea censura. Fue el intento de limitar todo aquello que en la circulación de ideas y pensamiento pudiera despertar anhelos y deseos en la gente. Pues el deseo hace que nos sostengamos en el campo del lenguaje.Es la voz del poder en relación al deseo, tanto más alta cuanto más poder se concentra y más absoluto se vuelve, que pretende retener a la gente en el primum vivere y que deja claro que ninguna ocasión es pertinente para manifestar el más mínimo deseo, si es preciso sirviéndose de algún tigre de papel.

L
o que era acorde, a su vez, con un cierto estilo de puritanismo que promovía una determinada manera de mirar a los hombres y a las mujeres. A la mujer como «mujer abnegada» y al hombre como «el obrero de la familia», según sentenciaban algunas lecturas edificantes de la época.

E
l franquismo, nos guste o no, lo queramos olvidar o no, forma parte de nuestra historia y de las generaciones futuras, porque la lengua en su intensidad porta las trazas de la historia y al hablar las convocamos, las hacemos presentes, les damos vida, aunque no lo sepamos, incluso aunque no lo queramos; eso sí, siempre de un modo particular. Es por eso que el sujeto nunca es individual, es siempre social, lleva las marcas de lo que se teje en la trama social.

L
a violencia sobre la muerte de la palabra es hoy la posibilidad de renovar la palabra al vincularla a la letra, pues es en ese vínculo donde la palabra recobra su potencialidad, su capacidad de generar lo nuevo dentro de lo que se repite. Es lo que el discurso analítico muestra con la producción del Paradigma del leer. Y lo que permite pensar algo distinto con la oposición violencia o palabra.
Autora | Beatriz Reoyo

  • Referencias bibliográficas
    Slimobich, José L; Cruz, Francisco; Duro Lombardo, Manuel; Levy, Bernard, (coords.). Lacan: amor y deseo en la civilización del odio. Editorial Universidad de Granada, 2004.
    Revista Letrahora. Números 4 y 5.
    Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 7: La ética del psicoanálisis. Ed. Paidós, 1988.
    Martín Gaite, Carmen. Usos amorosos de la postguerra española. Ed. Anagrama, 1994.

 

Violencia de Buenos Aires

lh6tapa_220Una faceta de la violencia cotidiana vivida con la inocencia. Cuando nos toca de cerca, parece nuestra.

1

V
oy a Villa Gesell de vacaciones y llevo mi computadora portátil para trabajar el diseño de un libro. Llego por la tarde al complejo El Viejo Caniche donde alquilé un departamento. La dueña me entrega las llaves, bajo mis valijas, acomodo los libros, me baño y salgo a cenar con mi novio. Después regreso con él al departamento para mostrarle el proyecto del libro. Entusiasmada, abro la puerta. Está todo desordenado. Me robaron. Buscamos a la dueña; toco timbre. Nadie contesta. Vamos a la comisaría; hago la denuncia y dos policías nos acompañan hasta el lugar. Recién ahora aparece la dueña. Los policías revisan el lugar y confirman el robo. Guardo dentro de una sábana lo que queda: una malla, un paquete de yerba, un pulóver y un libro. Me voy a dormir a la casa de mi novio. Al día siguiente me acerco al lugar a rescindir el contrato pensando recuperar parte del alquiler, volver a Buenos Aires y terminar el trabajo. La dueña se niega a devolver el dinero. Que agradezca que de ahí no me descuenta el televisor que se robaron, me dice. Finalizo el trato resignada a perder todo y con la frase de la dueña que me dice a cara de perro Usted no sabe cuidar sus cosas. Paso el momento con un nudo en la garganta: la impotencia, la humillación. Pero tengo que resolver lo que queda: enviar a la aseguradora de mi computadora la denuncia para iniciar los trámites del seguro.

2

L
lego a Buenos Aires. Pongo en marcha el trabajo y esa noche llamo a una amiga para salir a cenar. Tomo un taxi, la paso a buscar por su casa en Villa Crespo. Vamos caminando hasta un restaurante donde reservamos mesa. Mientras esperamos en el local le pido que me acompañe a comprar cigarrillos. Volvemos del kiosco y metros antes de llegar al restaurante nos agarran de atrás, nos traban, nos tapan la boca y forcejean las carteras. Pierdo de vista a mi amiga, intento cederle la cartera al hombre que me tiene sujetada, pero me arrastra con un arma en el estómago.

3

D
e noche otra vez declarando en una comisaría. Otra vez. ¿Seré yo? Pienso si tendrá razón la dueña de la posada de Villa Gesell, que no sabré cuidar mis cosas.
Al día siguiente recibo un telegrama: la aseguradora me informa que por la cláusula Nº 25/932 no cubre la computadora portátil que me robaron. Un mes después el agente asegurador me comunica que no me pagarán el seguro porque la denuncia había sido efectuada por hurto y no por robo; que tendría que haber ampliado la declaración.

4
Esa noche prendo el televisor para ver las noticias. Veo en primer plano una puerta color amarillo con una pintada: Aquí vive una judía. No la queremos en el barrio. Reconozco la puerta: es de la casa de una amiga que termina de superar un cáncer.

Autora | Carolina Marcucc

Notas sobre el autismo social (II)

autismo1Lo más problemático, la relación con el otro, en la época y el lugar que nos toca vivir, en el marco del capitalismo.
Violencia, intimidación, el odio y sus consecuencias.

C
ada día nos encontramos con lo que no anda, lo que no marcha, lo que la civilización trata de que marche sin conseguirlo. Lo que no anda tiene estos nombres: síntoma, síntomas, malestar, malestar en la cultura.

V
ivimos inmersos en lo que Lacan nombra como discurso capitalista. Discurso que enfatiza al individuo y niega al sujeto. Con una repercusión en los vínculos sociales y en las relaciones con los otros: se mitifica la juventud; la memoria y el saber no están valorados: solamente vale lo joven, lo actual, lo nuevo y por tanto hay una negación y olvido de la historia. Fragilidad y ruptura de los lazos que llevan a un mayor individualismo y a un mayor aislamiento. Prescindiendo del otro «yo me salvo, los demás que se hundan». Tendencia a tomar al otro como objeto de usufructo. Aumento de malestares en los que se manifiesta esta desvinculación al Otro y a los otros (los llamados «nuevos» malestares: depresiones, angustias, anorexias, bulimias, nuevas adicciones a objetos técnicos, etc.) que suponen una desresponsabilización subjetiva y que han disparado el consumo psicofarmacológico y las técnicas psicoterapéuticas más variadas.

E
sta panorámica general que dibujamos y de la que nadie parece escapar nos parece que tiene matices en Navarra, hoy día.

¿Qué fenómenos observamos y vivimos en la cotidianidad? Más en concreto nos preguntamos: ¿estamos en una epidemia del odio?

A
veces tenemos la sensación de que vivimos en otro país, pues se añade la particularidad del llamado conflicto vasco que impregna nuestra cotidianidad; pero ya hemos entrado en conflicto al nombrarlo como conflicto vasco porque ¿cómo se dice?: ¿País Vasco y Navarra?, ¿Euskadi y Navarra?, ¿sólo Euskadi?, ¿Euskalerría?

V
ivimos desde hace mucho tiempo en este conocido conflicto político, que está presente continuamente y lleva a un enfrentamiento social que hace que no se hable. Y ese silencio estimula el enfrentamiento: sólo se puede hablar si se está en los extremos, se puede hablar adoptando posiciones extremas.

P
odemos decir que prima el silencio. De muchos temas se habla adentro, en la intimidad pero no afuera. Pero incluso con las amistades y en las familias se excluyen temas políticos por la violencia que generan.

H
ay una necesidad de identificar al otro, un «identifíquese», identificación ideológica, social y política como pertenencia en bloque, identificación masiva a una serie de prejuicios que sirven para situarte y situar al otro rápidamente de tu lado o en tu contra.

E
llo conlleva reduccionismo, simplismo, desaparición de los elementos dialécticos, menos interrogación, respuestas estereotipadas, anticipadas: «si vas allí eres de esos», «si llevas a tu hijo a tal sitio eres de los otros», «si hablas euskera eres tal, si no lo hablas eres cual», «si lees tal periódico defiendes tal idea». Todo pasa por una mirada; esta identificación masiva está basada en una mirada que objetiva, califica, cataloga al otro.

H
ay una sospecha de quién es el otro y necesidad de saber si está de mi lado o en mi contra. Por ejemplo, esto hace que exista una sospecha continua, sobre todo de los jóvenes que suelen ser habitualmente prejuzgados, identificados de una forma muy contundente, casi sumaria.

F
rente a todo esto, negación: «no pasa nada», como una forma de censura porque aparentemente «todo va bien»; estando tan presente el conflicto se silencia para sobrevivir y al «no pasa nada» y al «todo va bien» lo entendemos como el acomodo fantasmático.

E
l enfrentamiento, el silencio, la identificación y la negación alimentan el recorte de libertades públicas y la polarización social extrema, al concebir la identidad de las naciones en términos de esencia de un pueblo u otro, esencia inmanente, como si fuese inamovible, lo cual aparece como excluyente de unos u otros y no de complementariedad o de simple diversidad.

P
resencia del Otro amenazante, del Otro intimidante: amenazas de muerte, amenazas de todo tipo. Se sabe que muchas personas están amenazadas en nuestro medio social en Navarra, y que al hablar en un taller sobre estos temas pudieron ser comentadas y comprobar que distintas personas estaban afectadas por estas amenazas y por secretos de los que no se había podido hablar antes a pesar de ser personas cercanas. Eso que no se había podido decir hasta ahora, ahora que ya se ha dicho, ¿cómo posicionarse ante ello?, ¿qué decir ante todo esto?

P
rimeramente decirlo e iremos viendo a dónde nos conduce este decir. Seguimos apostando por dar oportunidad a la palabra que consideramos es el lugar del psicoanálisis en la subjetividad contemporánea. *Este texto recoge algunas de las aportaciones del «Taller sobre el espacio del deseo; la voz y la mirada», colectivamente realizado en Pamplona.

Autor | Pedro Muerza