Este texto fue leído en la última Asamblea del año del Espacio Carta Abierta, grupo de intelectuales militantes políticos de Argentina. Fue escrita hace diez días en ocasión del retiro de la policía de sus funciones en provincias argentinas y lo que desató.
Buenos Aires, fines de diciembre de 2013
Queridos hermanos:
Los imagino caminando por el malecón, en la noche de la Habana, bajo vuestro cielo cubano; o a ti Tato, allá en tu Santiago de Cuba.
Recuerdo una tarde en la Habana, creo que era en la 23 o en alguna otra, quizás la 7, allá en el puente que da sobre el rio contaminado donde una vez pasearon barcas y peces. Allí un policía, muy jovencito de Santiguo, un moreno, le pidió papeles a un hombre que le decía con gestos destemplados y sin los papeles: «soy cubano «; el Joven policía, sorprendido, contesto: “Pero, yo también soy cubano…»
Amalaya las malas noticias. Aquí también tendríamos que haber salido a decirles nosotros a la policía, que se retiró de las calles desnudando lo que la cultura del capitalismo, del consumo y el olvido de la projimidad, la vecindad y la solidaridad ha hecho de nosotros, “pero… yo también soy argentino.”
Se retiraron haciéndolo aparecer como una huelga, como un acuartelamiento. Fue en la provincia de Córdoba donde empezó. Allí comenzó el baile: los comercios asaltados, los tiros, los vidrios rotos… Porque siempre hay vidrios rotos, ruido de vidrios pisados en la huida.
Una mirada política nos muestra el hueso de lo sucedido. Pienso, quiero pensar, que nos faltó tiempo y quizás decisión política para desmantelar a la policía que hemos heredado de la dictadura pero que desde siempre sirvió a los intereses de los poderosos: desde la represión en la semana trágica hasta ahora mismo que se comienzan a desanudar los lazos de los jefes policiales con el narcotráfico, la trata de personas y cuanto negocio sucio ande por ahí rondando. Este es un golpe antidemocrático. No es una rebelión., ni una huelga, ni puede justificarse en un pedido de aumento de salarios, quizá justificado, pues todos los trabajadores tienen derecho a pedir mejoras, como no, y más aún, a exigirlas, Pero no tienen derecho, nadie lo tiene, a retirar el cuidado de la ciudadanía, que es lo que se acepta cuando se integra una fuerza de seguridad. No es sólo un trabajador, es una chapa con una insignia que dice que puedo dirigirme a esa persona para pedirle protección… Aunque aquí suceda que en los barrios los jóvenes cruzan a la vereda de enfrente cuando ven un policía.
No quiero generalizar sino comprender una estructura que ha creado el imperio. Esta estructura es la del apoderarme de todo lo que pueda, apenas tenga la ocasión, y debo armarme para defender mi propiedad. En una palabra: la propiedad está sobre la vida humana. Trece muertos, mis hermanos, hasta ahora. Trece muertos sin nombre, anónimos, doblemente muertos pues nadie ya los recuerda, son una cifra que llega hasta el hueso del olvido.
En estos días de saqueo vimos algo muy extraño: no eran los más pobres los que saqueaban. Eran bandas que se comunicaban por las redes sociales, se auto convocaban y saqueaban. Anulaban la vieja idea de que eran los hambrientos, los olvidados, los que transgredían ese límite para calmar necesidades, simplemente porque hoy no se pueden alegar necesidades, en todo caso sí carencias que deben ser curadas, corregidas. Pero fueron vecinos y el fantasma del racismo que emergió por todos lados: el culpable siempre era el morochaje o, por decirlo claramente, los negros de mierda y los comerciantes chinos — que ocupan ahora el lugar del antiguo judío usurero-.
Entonces, vimos una sociedad desprotegida donde el imperio y su cultura han triunfado. Primero, porque esto ha sucedido justo en el aniversario de los 30 años del retorno de la democracia, y habrá que ser muy inocente para creer que esto es casualidad. Y segundo, por haber instalado, al menos por ahora, en la sociedad la idea de que debo defenderme solo con mi arma, cual antigua frontera norteamericana. Pues la justicia está llegando siempre tarde. No es la mayoria, pero esto marca a toda la sociedad, crea la conciencia de una culpabilidad del otro, sitúa al prójimo bajo la forma de algo siniestro del cual se puede esperar siempre lo peor.
Sabemos cómo se entra en esto, lo que no sabemos es cómo se sale, cómo se cambia, se corrige esto. Algunos piensan que si la policía u otras fuerzas de seguridad como la gendarmería se plantan extorsivamente, podemos conseguir la seguridad si sacamos el ejército a la calle. Pero esto es lo que el imperio quiere: Que todas las fuerzas de seguridad y el ejército de cada país sean los ocupantes interiores de ese país, y que de ese modo creen el clima de guerra que desactive los procesos de transformación que hoy recorren Latinoamérica. Todo pensamiento oscila entre el azar y el cálculo. No hay azar en los diciembres, ni en el efecto de muerte, ni en la preparación de este golpe antidemocrático en el que toda la sociedad queda de rehén y amenazada. Y el azar -resulta imposible pensar que todo fue calculado- que esta potencialmente presente en esta batalla cultural, que por ahora hemos perdido, en donde los más quedan sujetos a la arbitrariedad de los pocos. Que simple que ha hablado, compadre. Y no faltaran los que digan que debemos ser cautos y avanzar despacito, callándonos y siendo reales, nada de poesía en la política, nada que ría y cante. Pero yo recuerdo otra cosa: que debemos tener la decisión política, no el coraje, sino la decisión política de transformar esto. Que los que han perpetrado este golpe deben ser severamente sancionados y apartados del manejo de las fuerzas de seguridad y que estas no pueden regirse sólo por código comunes, pues representan al Estado tanto como a sus gobernantes; son gobernadores de la justicia, representantes de la nación.
Necesitamos de decisión política, mis hermanos… Y la inspiración para esta decisión nos viene de Néstor Kirchner que en su discurso de campo de mayo, delante de miles de oficiales y soldados, dijo «no les tengo miedo» y así, de un manotazo, como quien aparta una mosca, nos mostró el camino para acabar con los diciembres de la muerte.
Me despido de ustedes, mis hermanos, un gran abrazo
*José L. Slimobich es psicoanalista miembro de la EAP, militante social, miembro de Carta Abierta (colectivo de Buenos Aires) y coordinador internacional de la revista LETRAHORA
Autor | José León Slimobich*
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